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El bedel de Génova

martes 06 de mayo de 2008, 19:57h
Dicen los que saben de esto que han oído que un bedel de la sede popular, en la calle Génova número 13, pidió ayer a Rajoy, cuando le vio entrar, que hiciera el favor de ir diciendo ya quién iba a ser su secretario general. Y es que todos en el partido, desde el primero al último, están inquietos, nerviosos, corroídos por la curiosidad y las ganas de saber quiénes formarán parte del equipo del futuro presidente popular. ¿Y qué si él anunció que no lo diría hasta el día antes del Congreso de junio? ¿Desde cuándo se respetan las decisiones de los mandos en un partido tan poco jerarquizado como el PP? ¿Y quién le ha dado a este señor, Rajoy, el permiso para tener ideas propias, dar la batalla por su cuenta, tomar decisiones sin consultar y no dar su brazo a torcer?

Lo del bedel no pasa de ser una broma, pero lleva camino de convertirse en realidad: cada día son varias las voces que se unen al coro de quienes demandan que el líder se defina. Cosa insólita en el PP. ¿Se imagina alguien a un militante popular pidiéndole a Aznar, o a Rato, que se explique?¿Exigiéndole que su autoridad la refrenden unas primarias? ¿Dudando públicamente de si sería el candidato a las generales? La democracia dentro de los partidos es una práctica tan saludable como poco común. Lo normal es el “ordeno y mando” más o menos maquillado, y eso en todas las formaciones. Menos en Izquierda Unida, donde funcionan de otra manera; pero mejor no tomarlo como ejemplo, creo.

Desde que un presentador radiofónico, mezclando la publicidad de un reconstituyente con la alta política, recomendara en antena a la esposa del líder que le diera vitaminas –un comentario escuchado desde la ducha por el interfecto y que, según cuentan, fue la gota que colmó el vaso-, parece haberse levantado la veda para la humillación pública del político. Quienes en otro tiempo hablaban de la deslealtad de Ruiz-Gallardón por hablar en público de sus ambiciones sucesorias, hoy callan o miran para otro lado, cuando no contribuyen a la jauría general, en un espectáculo capaz de llevar de la risa al llanto, y que seguramente es contemplado por los militantes de corazón con auténtico estupor.
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