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En medio de bombos y cacerolas

En medio de bombos y cacerolas

viernes 20 de junio de 2008, 02:10h
El país debate sobre un conflicto que pareciera no tener fin.

Nadie es ajeno a él.  Todos estamos inmersos en una situación que nos genera angustia y preocupación.

Mucho se habla de diálogo, de la búsqueda del bien común, de institucionalidad y democracia, mucho se dice sobre la patria y su futuro, pero poco se hace para sostener con hechos lo que se declama.

La constitución parece una espada que se esgrime de uno y otro lado, con ella en la mano cada contrincante intenta llevar agua para su molino.

Miden sus fuerzas. Movilizan sus huestes sin siquiera reparar que la miseria humana se refleja en muchos de estos improvisados soldados que no saben de derechos ni deberes, sólo saben que deben lealtad a sus patrones de turno, aquellos de los cuales depende el pan que lo alimenta a diario.

En la búsqueda de acuerdos se da un juego perverso: cuando uno de los contrincantes cree ganar la contienda, avanza descarnadamente sobre el otro e intenta destruirlo desde el descrédito y la ofensa, es entonces cuando el supuestamente vencido redobla sus fuerzas y contraataca.

Algún trasnochado dice a viva voz que todo es un plan conspiratorio contra el gobierno, que la constitución lo ampara como ciudadano común para armarse en defensa de la democracia. Otra vez la Constitución Nacional  es transformada en espada, una frágil espada para quienes sabemos que el artículo 21 no termina en una coma.

Las cacerolas replican que esta no es la patria que aspiramos construir, que en Paz estamos dispuestos a darlo todo, pero con amenazas y violencia sabemos muy bien qué  futuro nos espera.

Frente a la protesta y a lo evidente del descontento popular, y ante el temor de perder espacios, las declaraciones resonaron: “No comparto esto que se dijo…”, “…en muchas otras cosa pensamos distinto…”

Parecer no es lo mismo que ser: sólo bastaron unas horas para que ambos compartan un mismo espacio de privilegio. Ante el hecho concreto las palabras se ahuecaron y perdieron el valor que la verdad muestra con dureza pero sin remedio.

Con bombos se intentó opacar el sonar de cacerolas, y aquella plaza que desde su nacimiento sirviera para acoger a todos pareció tener un  solo dueño.

Como docente siento un profundo dolor por el modelo de adulto que mostramos a nuestros niños, a los mismos que  exigimos se vinculen pacíficamente, a aquellos en quienes depositamos nuestra esperanza de un futuro mejor.

Es tiempo de recuperar el espacio de la familia como institución base de la sociedad, espacio en el cual con amor se formen personas capaces de reconocer que es un deber, un derecho y una obligación con la práctica diaria de ello.

Tal vez entonces surja una nueva dirigencia con la suficiente grandeza como para delinear junto a sus  adversarios el futuro, un futuro consensuado que permita seguir andando sin necesitar ganar una elección para comenzar desde cero a construirlo.
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