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Obama y el mundo libre

lunes 28 de julio de 2008, 10:34h
El segundo miércoles de junio, cuando tuvo claramente conseguida la candidatura por el partido demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Obama no vaciló en acudir a la reunión del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense Israelí (CAPEI) y hacer, desde su tribuna, una vigorosa defensa del compromiso con Israel y con las ideas por las que soldados norteamericanos vinieron, por dos veces, a luchar y morir en Europa por la libertad del viejo continente. Fue también inequívoco en la condena al nuevo horror totalitario que alienta en el Irán islamista radical de los ayatollahs.

Escribí entonces que el vigoroso discurso de Obama había tenido resonancias del ya lejano “día de consagración” en el que un gran americano, de trágico destino, John F. Kennedy, llamó a sus conciudadanos a trabajar juntos por las libertades, y de aquel otro en que Martin Luther King, próximo ya al sacrificio, “soñó” que todos los americanos, blancos y negros, se sentarían juntos a la mesa de la fraternidad. Desde mi siempre confesada admiración a Estados Unidos, expresé “mi voto moral, de ciudadano del mundo, por Obama”. Se entenderá fácilmente mi emoción al escucharle ahora proclamar, en esa encrucijada de la Europa libre que es Berlín, su condición de “ciudadano del mundo”.

En su gira pre-electoral, Obama ha visitado todos los centros políticos significativos de este viejo continente, y naturalmente ha viajado a Berlín, como el presidente John F. Kennedy lo hizo en junio de 1963. Eran entonces tiempos muy distintos, todavía en pie el muro que separaba la civilización de la barbarie, y un inmenso y agitado mar de emocionados rostros alemanes vitorearon con fervor al amigo americano que vaticinaba un tiempo cercano en el que Berlín sería una sola gran ciudad, Alemania sería una sola gran nación y Europa sería una sola gran comunidad. Allí pronunció Kennedy la inolvidable afirmación que conmovió a la ciudad, a Alemania, a Europa y a todas las conciencias libres del mundo: “Ich bin ein Berliner!”, tras afirmar que todos los hombres libres, dondequiera que viviesen, eran ciudadanos de Berlín.

Cayó el muro, se desintegró el perverso sistema comunista, como inevitablemente se derrumbará algún día, más temprano que tarde, el radicalismo islámico, de manera que los iraníes y todos los hombres y mujeres árabes volverán a ser libres, y los turcos recuperarán los valores laicos y cívicos, y el islamismo volverá a su espacio propio, esto es, el que corresponde a cualquier religión, necesariamente extramuros de la política. Cumplido aquel sueño de Kennedy, Berlín es hoy una gran capital libre de Europa, Alemania es una gran nación democrática y unida, y los europeos del este forman parte del gran proyecto democrático y modernizador que es, con todas sus dificultades y titubeos, la Unión Europea en construcción.

Como aquella presencia en la tribuna de CAPEI, el multitudinario acto de Obama ahora en Berlín tiene un valor inequívoco de afirmación y compromiso. Al mismo lugar al que hace 45 años fue John F. Kennedy a reivindicar el valor universal de la libertad, ha ido ahora el candidato Obama a recordar, lo mismo a los ciudadanos libres de Europa que a sus conciudadanos libres de Estados Unidos, el valor radical y permanente de la Alianza que, como el más valioso puente de libertad, une a europeos y norteamericanos. El espíritu de la Alianza Atlántica es la garantía de un mundo libre, de ciudadanos libres y naciones libres, contra todas las perversas formas de opresión y totalitarismo.

Su contrincante republicano, John McCain, es un político fiable, ciertamente muy distinto y mejor que el actual presidente de su partido, pero Barak Obama merece ganar, por los valores que representa y por su inequívoco compromiso con la idea que dio origen a la Alianza Atlántica y que no es otra que el irrenunciable derecho de todos los pueblos y de todos los seres humanos a vivir libres, en naciones libres, en un mundo libre y en paz.
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