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Crítica teatral: Las Troyanas, tormentas de desgracias

jueves 21 de agosto de 2008, 19:11h
Hay pueblos sobre los que se desencadenan tormentas de desgracias. Hoy en el pueblo español, se sufre la tragedia. Los griegos, como Eurípides, las achacaban a los dioses. En nuestros días no nos queda ese consuelo cuando, como ocurrió ayer, un zarpazo feroz se abate sobre nosotros. Pero esta página es para hablar de “Las troyanas”, una tragedia del siglo IV antes de Cristo.
Formidable espectáculo
La última vez que vimos “Las troyanas” en Madrid fue en un espacio tan poco teatral, pero sorprendentemente adecuado, como las ruinas de la fábrica El Águila, hoy biblioteca Joaquín Leguina. Entonces Berta Riaza, grande entre las grandes, nos estremeció hasta el ahogo.

Ahora se representa en las Naves del Matadero tras haberse estrenado en el Festival de Mérida, donde logró el reconocimiento unánime de la crítica. Lógico porque estamos ante un formidable espectáculo teatral, perfectamente encajado en el polivalente espacio de Legazpi. Mario Gas, el director, sabe orquestar todos los elementos del montaje sin restar protagonismo a las palabras adaptadas por Irigoyen.

Hay dos planos: la playa en la que las troyanas esperan la última de sus desgracias (aunque siempre les llegan más de las que esperan) y las murallas en ruinas de la Troya derrotada y arrasada. En ambos escenarios se proyecta una bellísima iluminación.

Mujeres destruidas
Las troyanas son las únicas supervivientes de la masacre. Pero les espera, en su supervivencia, un destino más cruel que el de los muertos. Es una de las consecuencias de la guerra, de todas las guerras, que aniquila su pueblo. Hécuba, la reina, se confiesa derrotada por el cúmulo de desgracias que soporta su familia.

Pero cualquiera de sus vecinas podría lamentarse por lo mismo. Sólo esperan la esclavitud como final a su destrucción aunque serán ellas, con la reina al frente, quienes, ante el incendio de los restos de la que fue su ciudad, decidan cómo va a ser ese final. Ramón Irigoyen ha desbrozado en su versión el laberinto de dioses, pueblos, culturas y héroes mitológicos para que los desastres de la guerra suenen claros e intemporales.

Las actrices
“Las troyanas” siempre es un reto para las actrices. Y en este montaje lo superan limpiamente. Ana Ycobalzeta es la profanada virgen Casandra y transmite un desvarío escalofriante. Mía Esteve es una desgarradora Andrómaca. Y Gloria Muñoz encarna a Hécuba con una perplejidad anonadada. La suya es una reina a ratos políticamente dura y a ratos humanamente derrotada.

Es difícil no emocionarse ante su contenido lamento con el cadáver de su nieto asesinado delante. Ahí saca la mujer que se esconde bajo los ropajes de la reina. Solamente lamentamos que el caótico final se desarrolle a tal volumen de efectos sonoros que impida escuchar los textos de las troyanas en su avance hacia las llamas. La acción debe ser fulminante e impactante, pero si el público no sabe lo que se dice, mal puede sacar su conclusión. Pero es un mal menor tras cien minutos de extraordinario teatro.
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