Jesús de la
Serna fue el director de muchos de nosotros. De hecho, fue 'el
director', en aquellos tiempos en los que el pequeño 'Informaciones',
en la calle de San Roque, peleaba contra todo y contra muchos por mantener, en
pleno franquismo, una línea de dignidad informativa. No era tarea fácil, desde
luego, pero al director, en su minúsculo y oscuro despacho en aquel caserón algo
desvencijado, no se le movía un músculo ni se le alteraba el gesto hidalgo ante
los temporales, que no eran pocos. Podría ahora contar multitud de anécdotas de
aquellos años tremendos, que en la plural e inquieta redacción de 'Informaciones'
se vivían de modo contradictorio: pero los de La Serna eran capaces de hacer
convivir bajo el mismo techo a un jovencísimo
Juan Luis Cebrián, subdirector,
con 'progres' que militaban en la clandestinidad y con veteranos de
corte más bien franquista, a los que vi llorar el día en el que
Arias Navarro
anunciaba, desde una televisión colocada en la pared, la muerte de aquel a
quien llamaban 'El Caudillo'.
Se hacía entonces periodismo en la cuerda floja; te la podía
caer el pelo, trasquilado por el ansia censora, por cualquier cosa, y recuerdo
que
Forges y
Peridis, que por allá andaban, se las veían y se las deseaban para
dibujar en la libertad crítica que tantas veces han demostrado. Aquel 'Informaciones',
como luego el desaparecido 'Ya', fueron las plataformas del embrión
de lo que luego se llamaría Unión de Centro Democrático, del cambio, y
protagonizaría la transición hacia la democracia. No podría decir que Jesús de la Serna coartase las ansias
periodísticas de nadie, pero cierto era que hacía lo que podía por llegar hasta
el límite: sobrepasarlo hubiera sido muy, muy peligroso. Y su misión era
mantener incólume aquel frágil barco que se negaba, desde la calle San Roque, a
plegarse a tantas cosas absurdas oficiales, a tanta parafernalia, a tanta
asfixia.
Luego se marchó, con
Cebrián, a 'El País': allí
me contrató un día, diciéndome que yo debía 'contarlo todo' según
los moldes del periodismo de toda la vida. Siempre le encontré en ese
periodismo, alejado de protagonismos excesivos, de alharacas, de polémicas inútiles,
con el rostro serio y algo triste de cántabro inalterable y el bigote de 'gentleman'
del Paseo de Pereda. Un periodismo, por cierto, muy distinto al que ahora hacen
muchos que, quizá, pensarán en estos días que Jesús de la Serna había pasado de moda
porque ni fue tertuliano ni columnista de los que quieren, sobre todo, epatar
al lector. No; él era 'el director', y el presidente de la Asociación de la Prensa, cuando le tocó
serlo, que tenía que demostrar que ser periodista es algo muy serio y que se
tragaba los sapos que muchas veces caían del techo por culpa del ímpetu que
nosotros, los jóvenes redactores, poníamos en un terreno plagado de aguas
cenagosas. Era una forma muy seria de hacer periodismo...
Han muerto, de golpe, dos de los más admirables periodistas,
Manuel Martín Ferrand y, ahora,
Jesús de la
Serna. El panorama se nos va quedando un
poco huérfano, y no es un tópico ni una frase para salir del paso esto que
digo.
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