El libre mercado es de pobres

Nos hemos desayunado hoy con la noticia de que Alemania pagará el recibo de gas de diciembre a sus ciudadanos, sin distinción de renta ni de consumo. Al mismo tiempo, el gobierno teutón -coalición de verdes, socialdemócratas y liberales- pondrá un tope al precio del gas desde febrero de 2023 hasta abril de 2024.

Lo hace Alemania, la misma que no tuvo reparos en aplicar durísimas condiciones de rescate a Grecia, tal vez como ejemplo de ahorcamiento público en la plaza. Alemania, que mandó a los “hombres de negro” por media Europa a cuadrar cuentas. Es el patrón germánico que se repite insistentemente a conveniencia teutona. Habría que hacer un poco de memoria a aquello de los criterios de convergencia que se exigían cuando Aznar, inamovibles, como una losa labrada en piedra, hasta que la propia Alemania dejó de cumplir con los mismos, y no hubo problema en la flexibilidad.

¿Se acuerdan ustedes de los desahucios? ¿De los rescates a la banca? ¿De las primas de riesgo? Pues así va esto, de tal suerte que el libre mercado, la meritocracia, y el discurso neoliberal, no son más que la religión aplicada a los pobres, que temerosos del dios mercado han de pagar escrupulosamente su diezmo, enfrentados unos a otros en la arena, para que popes y patricios puedan ostentar en la grada, a costa de exprimir sus feudos.

No hay libre mercado, no hay meritocracia, no hay sesudas ecuaciones inamovibles como si fueran leyes de la física; hay imaginación, a raudales. Hay matemáticas, que parten de la premisa que nos da la gana para justificar un sistema económico inventado (como todos ellos) parcheado, aceptado, modificado, prorrogado, y en constante revisión, donde el esfuerzo de su trabajo -su dinero- no es más que un número en una base de datos, un pacto social por el que nos permiten obtener bienes y servicios a cambio de esa cifra que pone en el banco. La economía es un invento; un invento por el que nos regimos todos, pero invento, al fin y al cabo.

Nos dan unas normas, una lógica, y una forma de actuar. Se lo adelanto; es todo falso. Es el invento de tenerles a ustedes corriendo en la noria. Seguramente lo mejor que hemos sido capaces de aceptar para vivir unos con otros en paz. Sin embargo, el ascensor social ya no funciona, la pobreza se cronifica, la riqueza se cronifica también. La carrera por el progreso es posible cada vez para menos gente, y en este centrifugar que es la economía moderna, de pronto, nos vamos dando cuenta, de que en realidad el programa de la lavadora va tocando a su fin, que el capitalismo financiero es esa espuma sin sustancia, y que lo que de verdad importa, como siempre, es lo básico, las materias primas, el olvidado sector primario, sin el que lo demás no existe. Cuando pare la lavadora -que parará- veremos quién ha lavado la ropa (se lo adelanto, la mayoría no) y quién se ha quedado con el jabón y la espuma sin nada que sacar. Lo que llega de Alemania es simple y claro; o se interviene, o nos vamos todos al hoyo con el libre mercado.

Se lo diré de otra manera: ¿Se acuerdan todavía de Liz Truss? ¿De aquello de bajar los impuestos al mínimo para atraer la inversión y volver a ser el enésimo paraíso fiscal? Sí, lo sé, no me lo digan, es que no bajó el gasto público… gasto público que pensaba mantener (o quién sabe si incluso incrementar, como hizo Reagan) con el incremento de recaudación que iba a suponer todo ese dinero que iba a llegar de manera masiva al bajar impuestos, pero que sin embargo, nunca llegó. Al revés, huyó en desbandada. Como decía, el programa de la lavadora está pasando ya esa etapa, estamos en el centrifugado, y no sabemos lo que viene después. ¿Tal vez sacar la ropa? ¿O simplemente sobrevivir?