A veces, cuánto más difícil es la vida, mejor parece la gente. Es una suerte de ley de la termodinámica. Como si hubiera una constante que necesitara compensar lo uno con lo otro. Eso, más o menos, pasa en Estados Unidos, al menos, en las grandes ciudades. Sobrevolando la capa de población que se arrastra por las calles sumergida en las nieblas del fentanilo y la indigencia, hay, como en todas partes, una extensa cantidad de gente que se levanta cada mañana para enfrentarse a la vida en la rutina de los quehaceres cotidianos; una extensa cantidad de gente que suele ser extremadamente amable comparada con la misma gente de aquí. Basta verte despistado en una esquina para empezar a escuchar los "Can I help you?".
Lejos de tópicos de personas herméticas dispuestas a pisarse unas a otras asolando las aceras, es difícil no acabar trabando conversación con cualquiera, especialmente si al escucharte hablar español das con la numerosa comunidad latina.
Estamos en Nueva York, hemos decidido tomar algo en la terraza del mítico Stonewall, el bar donde tuvo lugar la protesta origen del orgullo LGTBI. Nos piden una silla desde la mesa de al lado, empezamos a cruzar frases en inglés. Antes de irnos, nos han ofrecido ya un par de veces salir con ellos a la noche por los garitos de la ciudad.
En Joy Burguer, trabo conversación con el camarero que atiende la barra, dominicano. “Muchachos, cuando acaben, díganme qué les ha parecido la comida”. “Si necesitan algo, ustedes no esperen cola, pregúntenme directamente a mí”
En Los Ángeles, a la salida de Disneyland, una pareja de mexicanos afincados hace décadas en USA, se deshace en recomendaciones sobre lugares que visitar en San Francisco (nuestra última parada). Hablan con nosotros como quien lo hiciera con un recuerdo evocador al decirles que somos de España.
Y así, una y otra vez, en un contraste que te golpea como un puño, entre la amabilidad de unos y el abandono que sufren otros. Un contraste que, si se acentúa en un sitio, es en la amabilidad de San Francisco.
Es curioso lo poco que se habla (comparado con otras ciudades de USA) de San Francisco, un lugar donde los coches sin conductor recorren desde hace tiempo las calles. Una ciudad cuya seña de identidad es la tolerancia, cuajada de mensajes institucionales de apoyo a la comunidad LGTBI, antifascistas, o contra el cambio climático.
Bajo el Golden Gate, en el rompiente de las olas de Fort Point, puede leerse: “Este lugar está amenazado por el cambio climático debido al consumo de combustibles fósiles” en un letrero institucional.
En las calles principales del barrio de Castro, hileras de placas conmemoran a las grandes figuras LGTBI de la historia. La placa dedicada a Lorca, reza: "Poet, dramatist and political activist whose heroic opposition to totalitarianism resulted in his murder by Fasctist durign the Spanish Civil War”. ("Poeta, dramaturgo y activista político cuya heroica oposición al totalitarismo resultó en su asesinato por el fascismo durante la Guerra Civil Española"). Una placa que en España hubiera provocado las iras de toda esa gente, a la que nunca desempoderamos de coquetear con las ideas de quienes lo asesinaron.
No hay muchas banderas estadounidenses en San Francisco. Sí hay, por el contrario, muchas arcoíris como seña de la ciudad. “HOPE WILL NEVER BE SILENT” “La esperanza nunca se silenciará” La famosa frase del discurso de Harvey Milk en favor de los derechos de la comunidad LGTBI, puede leerse en mayúsculas, recortada en metal, en cada parada de tranvía.
Sus fotografías y frases -Las de Harvey Milk, primer cargo electo abiertamente homosexual de USA, y mano derecha del alcalde Moscone, (ambos asesinados en 1978) - recorren las paredes del Aeropuerto internacional de San Francisco en grandes paneles.
Estamos en el “Pier39” el famoso muelle donde se extienden comercios y restaurantes. Hemos parado a comer. La camarera, increíblemente amable, nos hace varias recomendaciones sobre la carta mientras nos dice que no, que ella no habla español, pero que su abuela, filipina, sí que lo hablaba. Después de pedir, seguirá deshaciéndose en recomendaciones sobre la ciudad.
En el tranvía, una mujer asiática, de mediana edad, nos señala con la mano para advertirnos que no nos sentemos a continuación de ella. Los asientos están manchados, parece que de coca cola. Nos sonreímos mutuamente asintiendo con la cabeza.
Llega el momento del postre en una hamburguesería de Castro. Le decimos al camarero que no podemos más. No nos entra. Pedimos la cuenta. Al traer el cambio, nos entrega, para llevar, un trozo de tarta de chocolate con cubiertos y servilletas, mientras nos dice “Oh, yo invito. Tenéis que probarla, la hacemos aquí”
Al día siguiente, repetiremos en ese lugar. Tomamos un par de batidos, enormes. Estamos en la barra, en dos taburetes. -No había mesa libre- Entablamos conversación con un matrimonio sentado a nuestro lado. Vamos a pagar. No hay nada que pagar, lo ha pagado todo el matrimonio con el que habíamos estado conversando.
San Francisco, haciendo de la tolerancia seña de identidad, con su discurso contra el cambio climático y en favor de las minorías, fue en 2021 la ciudad con mayor PIB per cápita de USA.
San Francisco, deliberadamente ignorada, es todo lo contrario a lo que vemos estos días en la Comunidad de Madrid. Y económicamente les va bien. Mejor que aquí.
Si (
No(
