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La democracia, abandonada en este mundo imprevisto

martes 18 de noviembre de 2025, 10:41h

Entre las preocupaciones globales que suscitan debates conceptuales al concluir este primer cuarto del nuevo siglo (cambio climático, crisis geopolítica, envejecimiento poblacional, descontrol de los vectores patógenos, etc.), hay dos que destacan últimamente: el salto tecnológico que afecta el contexto del desarrollo socioeconómico y las tendencias sociopolíticas que ponen en cuestión los sistemas democráticos. Algunos prefieren enunciarlo más puntualmente: el cambio radical que sufre la forma de producción con el avance tecnológico, la inteligencia artificial en cabeza (Yanis Varoufakis) y el ensombrecido panorama que ofrece el avance de la extrema derecha en todo el mundo, que pone en peligro la democracia (Michael Sandel y un largo etcétera).

Claro, la primera pregunta que surge es si ambas tendencias/preocupaciones están relacionadas entre sí. Y desde luego lo están. Pero no puede afirmarse con rotundidad que lo estén de forma directa y causal. Su relación efectiva es bastante compleja. En otras palabras, no puede establecerse que la IA esté directamente ligada al regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, incluso aceptando que los lideres de Silicom Valley hayan apoyado mayoritariamente la candidatura de Trump. Por eso conviene examinar ambos asuntos con una relativa autonomía.

La interpretación más audaz sobre el cambio productivo es la que plantea hoy Varoufakis, con la muerte del capitalismo que conocíamos, basado en la producción de mercancías en el contexto de la relación entre capital y trabajo, y su sustitución por el tecnofeudalismo (“el sigiloso sucesor del capitalismo”, como gusta decir el exministro griego de economía). Sobre la base de la evidencia del crecimiento rampante de las grandes empresas tecnológicas ( Facebook, Twitter, Google, Amazón, etc.), que mediante algoritmos controlan la determinación de la demanda, Varoufakis, concluye que estamos ante “una nueva forma de capital, el capital en la nube”. Eso le permite concluir que se ha producido la muerte del capitalismo que conocemos.

Como suele suceder en estos casos (de sobreactuación) el problema refiere a que la identificación acertada de una tendencia se transforma forzadamente en una realidad universal. Hay que recurrir a los clásicos del neomarxismo (Nicos Poulantzas, por ejemplo), para ser un poco mas cautos en estas lecturas. El capital en la nube no tiene que eliminar el capital que produce mercancías en sus empresas; de hecho, lo más verosímil es que coexistan ambos porque se necesitan mutuamente. Poulantzas sería mas partidario de hablar de una nueva fracción hegemónica del capital, capaz de ordenar la producción desde nuevos parámetros.

Pues bien, en el contexto de este salto productivo, tiene lugar el crecimiento de las fuerzas políticas que cuestionan la democracia. Existe bastante consenso acerca de que el origen de esta situación procede de lo que Sandel llama el descontento democrático. Cuando se acentuó el descontento, en torno a la crisis financiera de 2008, todavía se discutía en círculos académicos sobre el surgimiento de regímenes híbridos y de autoritarismo competitivo. No se había consolidado un planteamiento conceptual claramente alternativo a la democracia. Pero pronto emergió desde la corriente que configuraba la perspectiva MAGA (Make America Great Again) en los Estados Unidos. Resulta interesante observar la descripción de que hacen al respecto los intelectuales de la corriente. Ante todo, ponen en cuestión la naturaleza de la democracia realmente existente. Consideran que lo que existe es en realidad una oligarquía meritocrática. Como afirma Curtis Yarvin, ideólogo de la nueva ilustración derechista, “lo que parece democracia casi siempre es la administración institucional de una élite que se autoperpetúa.”

La acusación de orientación meritocrática y composición elitista, ha estado presente en el discurso de la crítica a la democracia que justificó el regreso de Trump al gobierno. Porque gente como Yarvin no plantea el saneamiento de la democracia para librarla de su lastre meritocrático y elitista (como lo hace Sandel, por ejemplo), entre otras razones porque considera que “el sistema de elite meritocrático es irreparable”, sino que propone una alternativa sistémica: el establecimiento de una “monarquía” autoritaria corporativa. Una especie de CEO del gobierno corporativo formal. No se trata de eliminar las elecciones, sino de lograr que ese presidencialismo autoritario se mantenga en el poder hasta que Estados Unidos se recupere por completo. (Por cierto, conviene evitar la precipitación de acudir al apelativo facilón de fascismo).

Frente a ese planteamiento contrario a la democracia representativa, se han elevado muchas voces en los círculos estadounidenses de pensamiento. Esas voces se centran actualmente en dos asuntos nodales. Por un lado, la creciente esperanza de que las políticas de Trump conduzcan a un estancamiento económico, con las consecuencias políticas previsibles. Por otro lado, que se hace necesario un compromiso creciente para defender la democracia. El sociólogo Larry Diamond, de la Universidad de Stanford, considera que este es el tema principal para enfrentar la propuesta del presidencialismo autoritario: “los demócratas del mundo tendrán que luchar para defender sus valores, sus constituciones y los límites del comportamiento político legítimo”.

Pero este planteamiento resulta voluntarista porque no parte de un análisis de la cultura política predominante de la población estadounidense (y de otros países). El problema radica en que durante el pasado siglo, con la sociedad de masas y el sufragio universal, se ha interpretado que toda la sociedad se sentía involucrada respecto de la suerte de la vida democrática. Algo que hoy se descubre que dista mucho de la realidad. Se han mantenido enormes bolsones de personas indiferentes, cuando no contrarios a la política, con una baja cultura democrática. Durante mucho tiempo, esos amplios sectores componían buena parte de la llamada mayoría silenciosa. Hoy, con el desarrollo de las redes sociales, tienen un medio de expresión que les permite exteriorizar su menguada cultura política.

En suma, el problema que no perciben a cabalidad quienes llaman a los demócratas a redoblar sus esfuerzos para defender la democracia, es precisamente ese, que no se dan cuenta que hay pocos defensores comprometidos de la democracia. Y es precisamente sobre la base de esa enorme cantidad de personas al margen de la vida política que se puede plantear un sistema de presidencialismo autoritario. El llamamiento no es, por tanto, a redoblar esfuerzos de la ciudadanía democrática, en la idea de que esta es claramente mayoritaria, sino de como extender esa ciudadanía sustantiva, reduciendo los enormes bolsones de población de baja cultura política. Algo que parece la única manera de restablecer la vida democrática de forma estable y duradera. Aunque, previsiblemente, esa no será una faena de corto plazo.

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