Sánchez lo ha vuelto a hacer: tenía ante sí un abanico de opciones posibles, pero fiel a sí mismo, elige resistir a toda costa, lanzándose furiosamente a una fuga hacia adelante. Para los medios menos beligerantes con el actual gobierno, existía una forma decente de aceptar responsabilidades políticas ante la crisis: plantear una cuestión de confianza. Por ejemplo, el diario El País emitió un editorial, al día siguiente de conocerse el informe de la UCO, que urgía a evitar que el “gran agujero de confianza” siguiera ensanchándose, y agregaba: “Ante la ausencia de Presupuestos, el mejor instrumento para hacerlo de una manera rotunda es una cuestión de confianza”.
Cuatro días después, Pedro Sánchez desechaba cualquier otra opción que no fuera retomar la ofensiva a tumba abierta. Y no ha sido únicamente una decisión personal, como pudiera parecer, sino que también es una respuesta a la exigencia que le plantea la cúpula partidaria y buena parte de la militancia. De hecho, ahí está el espectáculo del apoyo unánime de los miembros de la Comisión Ejecutiva del partido en la reunión que precedió a la comparecencia de Sánchez para anunciar su decisión inmovilista. Cinco horas de alabanzas y demandas de continuidad.
Incluso cabe la pregunta de si Sánchez tenía la posibilidad de elegir otra opción dado el ecosistema político que el mismo ha conformado. ¿Tiene referentes cercanos que le permitan reflexionar de forma amplia y rigurosa sobre la salida de la crisis actual?
No parece. No hay indicios de que ello exista en su núcleo duro, tampoco en las instancias mas altas de la cúpula partidaria (Comisión Ejecutiva y Comité Federal) y para buena parte de la militancia, esa que está mascando gusanos desde que oyeron las voces de los secretarios de organización Ábalos y Cerdán, junto al asesor Koldo, en el informe de la UCO, lo cierto es que preferirían dejar de hacer ese nada agradable ejercicio.
En suma, Sánchez se encuentra atrapado en las redes de ese ecosistema político que ha construido con gente de la mayor confianza (y que la oposición define como sanchismo). En sus inicios, la construcción de ese sistema consistió en eliminar las estructuras intermedias del partido, hasta lograr un sistema cesarista de conducción partidaria. Paralelamente, tuvo lugar un proceso de sustitución de los cuadros políticos por adeptos incondicionales, no solo en las estructuras partidarias sino en los órganos de representación política, como es evidente en el Congreso, así como en las instituciones y empresas públicas.
La consolidación de ese ecosistema ha dado lugar a una sensación de poder y autoconfianza, que se ha extendido al circulo próximo y a los emisarios, fontaneros y manporreros del poder cesarista. Los procesos judiciales iniciados contra su hermano, su esposa y el Fiscal General, destilan un cierto aroma de impunidad inconfundible. Claro, siempre puede negarse la consistencia de esos casos, como vimos negar la corrupción del caso Cerdán hasta que se escucharon sus audios. Incluso puede afirmarse que, sin la evidencia de esos audios, todavía seguiríamos escuchando que no había otra cosa que bulos y fango.
Existe una conexión robusta entre la forma cesarista de hacer política y los casos evidenciados de corrupción. No puede extrañar demasiado que los mismos que trucan los registros electorales del partido socialista en Aragón, amenazan personalmente al alcalde socialista de León, meten papeletas extras en las primarias del partido, luego sean los mismos que practican mordidas en relación con los contratos de obras públicas, tanto para su beneficio personal (Koldo y Ábalos) como del partido (Cerdán). Todo ello en el ambiente de una forma de hacer política dominado por la cultura de que el fin justifica los medios.
Pero si Sánchez no tiene referentes diferenciados en su entorno político, cobra relevancia entonces la actitud de sus aliados políticos externos. Sin embargo, no parece que Bildu, Esquerra, Junts, o el PNV vayan a impulsar la cuestión de confianza. No están cómodos con Sánchez, pero no quieren poner en riesgo la legislatura en que gravitan considerablemente. Únicamente Podemos parece dispuesto a una diferenciación neta. “No estamos dispuestos a participar en un lavado de cara de un partido corrupto”, ha declarado para justificar por qué no ira a la reunión que les convoca Sánchez.
En realidad, tiene sentido la importancia que Podemos le otorga a como se actúa en esta situación desde fuera del partido socialista. Es cierto que no levantar la voz ante el planteamiento elusivo y confrontacional que está haciendo Sánchez para salir de su crisis, puede aumentar la perplejidad de la ciudadanía y del propio partido socialista. Por cierto, al respecto un dato interesante. Al día siguiente de la comparecencia combativa del presidente de Gobierno, todos los periódicos editorializaban sobre el brusco giro respecto de su primera intervención cuatro días antes, a excepción del diario El País, que emitía un editorial sobre la situación judicial de Cristina Kirchner.
El mayor problema que enfrenta esta opción beligerante de Sánchez es el efecto que causa en las instancias que no controla. Parece mentira que un sistema cesarista completamente instalado no tuviera ni la menor idea de la contundencia del informe de la Guardia Civil. Tal vez la UCO deseaba que así fuera. Todo parece indicar que la tendencia al enrocamiento del cesarismo provoca un rechazo profundo en todo aquello que no controla.