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El mundo tras la pandemia, incluyendo el futuro de la monarquía

sábado 04 de abril de 2020, 10:50h

Existe una idea bastante extendida acerca de que la pandemia del coronavirus va a dejar tras de sí un mundo completamente distinto y, afortunadamente, bastante mejor. Ojalá fuera así, pero creo sinceramente que estamos ante un pensamiento mágico. El mundo moderno ha pasado antes por pandemias calamitosas sin que las tendencias económicas, sociales y políticas se hayan modificado considerablemente. La mal llamada “gripe española”, que se llevó por delante a más de 50 millones de personas en todo el mundo, entre 1918 y 1921, modificó algunas cosas, especialmente en el campo de la salud, pero no cambió las tendencias mundiales que, desde lo económico hasta lo político, condujeron de nuevo a otra guerra mundial.

Por otra parte, hay visiones interesadas acerca de lo que pasará tras la crisis del coronavirus. Los periódicos destacan que un sector del Gobierno habla de la necesidad de impulsar un poderoso sector estatal que incluya importantes ramas de producción. Desde luego, todo indica que será necesario un apreciable fortalecimiento del sistema sanitario, pero sacar la conclusión de que habría que configurar un voluminoso Estado con la recuperación, es no haber entendido lo que realmente ha dejado al descubierto la crisis: a) que un grave endeudamiento previo del Estado debilita financieramente la respuesta, y b) que el aparato productivo se basa en el ámbito privado, principalmente en las PYMES, que será el que habrá que reflotar para sacar a la gente del desempleo. Incrementar considerablemente el peso del aparato público operará directamente en contra de la respuesta en ambos campos. Es cierto que se habrá incrementado poderosamente el trabajo on line y habrá crecido la importancia de la robótica, pero no por ello hay que exagerar el cambio del mundo socioeconómico tras la pandemia.

Desde luego, en medio de la emergencia salen a luz sentimientos solidarios y comunitarios. Los aplausos al personal sanitario desde los balcones en todas las ciudades españolas son sólo una expresión de este tipo de sentimientos. Pero la psicología social nos indica que esas pulsiones solidarias surgidas en los tiempos de crisis no mantienen su intensidad en el tiempo. La memoria humana es tendencialmente flaca y la experiencia muestra que conviene establecer efemérides y símbolos institucionales para refrescarla (como ha sucedido con los atentados del 11M en Madrid). En suma, la reconstrucción social tras la pandemia mostrará cambios, pero es poco probable que transforme radicalmente la estructura del mundo que conocemos.

Uno de los asuntos que han motivado alguna discusión en medio de la crisis sanitaria ha sido la futura suerte de la monarquía parlamentaria. Algo que ha tenido cierta resonancia social, sobre todo porque el inicio de la crisis sanitaria se vio acompañado del escandalo financiero y de faldas (en ciertos estratos ambas cosas suelen ir juntas) del emérito rey Juan Carlos; que obligó a su hijo, Felipe VI, a tomar la abrupta decisión de separarle de la Casa Real en términos financieros. Con estos hechos, la monarquía quedaba expuesta a una fuerte crítica social y política, que parecía permitir su puesta en cuestión con la superación de la pandemia.

Esta perspectiva es alentada especialmente desde los sectores que lo hacen regularmente, la extrema izquierda y nacionalismo secesionista. Pero ahora me interesa el embate a la monarquía que realizan algunos representantes políticamente moderados. Tal es el caso de Iñaki Anasagasti y su reciente artículo en Diariocrítico “Los grandísimos responsables”. Antes de discutir sus planteamientos, creo que es conveniente dejar claro el lugar desde donde lo hago: pertenezco a una familia de tradición republicana, como buena parte del socialismo democrático español, que no se pirran -por usar los términos de Anasagasti- por la Casa Real y su ornato.

La percepción que muchos tenemos de la monarquía parlamentaria es fundamentalmente esencialista en relación con la democracia. Nos parece que el hecho de que Suecia y Noruega están a la cabeza del ranquin del desarrollo humano democrático, con sistemas de monarquía parlamentaria, a considerable distancia de muchas repúblicas europeas y americanas (comenzando por Estados Unidos) es lo verdaderamente esencial al respecto.

Sin embargo, creo que en el caso español la existencia de la monarquía guarda relación con las particularidades y flaquezas del sistema político (entendiendo por este la relación entre gobernantes y gobernados, incluyendo la cultura política). La principal objeción que se hace de la monarquía actual es que nació de un pacto con el franquismo. Algo que resulta una aproximación grosera si se entiende literalmente, pero que guarda efectiva relación con la realidad política de 1978, porque resulta indudable que el mantenimiento de la monarquía colaboró eficazmente a una transición democrática ejemplar y una Constitución de las mas avanzadas de Europa. De hecho, Anasagasti no pone en cuestión el papel constitucional de la Corona, sino la persona que lo ha ejercido. Dice: “siendo la propia constitución la que le otorgó al monarca el papel de árbitro y moderador, papel que pudo dar juego con una persona seria, formada (no en un cuartel), decente, y con una dosis de equilibrio y sindéresis que el heredero de Franco nunca tuvo”. De lo que se infiere que si Felipe VI fuera esa persona seria, formada, decente y equilibrada, su función constitucional sería positiva.

De hecho, la necesidad de una Corona equilibrante refiere a uno de los defectos manifestados en la política española hace décadas: la falta de sentido de Estado que demuestran las fuerzas políticas y que se reproduce en las entrañas de la sociedad.

En realidad, los dardos más gruesos de Anasagasti van dirigidos a la falta de control de las acciones del Monarca de carne y hueso. De hecho, la rotundidad del articulo 56.3 de la Constitución (“La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”), está claramente compensada por el precepto de que sus actos “estarán siempre refrendados” por el Presidente de Gobierno y sus ministros. Por eso Anasagasti considera que “los grandísimos responsables” han sido los sucesivos gobiernos, desde Suarez a Sánchez, así como unos medios políticos y periodísticos completamente complacientes con los sobradamente conocidos excesos del rey Juan Carlos.

Así las cosas, es muy poco probable que tras la superación de la pandemia haya una crisis demasiado profunda de la monarquía constitucional en España. Todavía cuenta con sólidas bases en los sectores moderados y conservadores de la sociedad, que son mas de la mitad del electorado. Pero todo indica que sería políticamente saludable una revisión reposada del control que puede ejercer el sistema democrático y sus instituciones sobre las acciones públicas y privadas que puedan afectar al ejercicio ejemplar de la jefatura del Estado.

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