Enfrentados y cegados

Siempre nos alejan de lo importante y nosotros caemos en la trampa. Los míos, los tuyos, contra ti, contra mí, los buenos, los malos, las feministas, los machistas, los progresistas, los fascistas… polarizados, enfrentados, cabreados hasta acabar peleados entre nosotros e impidiendo que el “bosque nos deje ver el árbol”.

La reforma de la Ley del Sí es Sí es un ejemplo más de esta esquizofrenia política y social en la que vivimos. Una norma que ha rebajado cerca de 1000 condenas y ha excarcelado a más de 100 agresores sexuales pero parece que eso no importa, de lo que se habla es de si el PSOE ha pactado con el PP la modificación de una ley cuyas consecuencias serán irreparables para miles de víctimas. El gobierno que presume de ser el “más feminista de la historia” aprobó una ley que re victimizó a más de mil mujeres y la ha rectificado con ayuda de los votos de otro partido que no es su socio de gobierno; eso que parece avergonzarles es la esencia de la democracia.

Los que veían “normalidad democrática” en que EH Bildu fuese socio de gobierno ahora denostan y usan como arma arrojadiza un pacto entre dos partidos constitucionalistas que representan a casi la mayoría de los ciudadanos. Por supuesto, aquí ni se cesa a nadie ni mucho menos dimite nadie, aunque sea por una cuestión de dignidad o de respeto a las víctimas. Todo es en clave electoral, todo es política, todo vale y nosotros lo compramos. Nos entretienen y nos alejan de lo fundamental: El pacto de la reforma de una ley que ha estado siete meses en vigor y que nunca tuvo que ser aprobada viendo los informes que ya advertían de lo que iba a pasar. Es muy grave quitarle importancia como hizo Patxi López diciendo que más que una modificación era una “fe de erratas” y si a esto le unimos la soberbia de la ministra de Igualdad que más desigualdades ha generado y sus palmeras, apaga y vámonos ¡indignante!

Ojalá despertemos y salgamos de la trampa. No sé ustedes, pero yo tengo amigos incluso familiares que piensan diferente y no son mis enemigos. Hablamos, discutimos, nos entendemos, o no, pero no nos odiamos. Opinamos distinto, sin más. Ninguno es más que otro, ni mejor ni peor. No pretendemos convencer al de enfrente ni mucho menos vencer, que es el maquiavélico juego en el que han entrado nuestros políticos y del que quieren hacernos partícipes.