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Ingeniería social y postureo

lunes 26 de septiembre de 2022, 09:22h

Hace solo unas semanas, cuando se hizo pública la salida de la primera parte de mi libro ‘Sanchismo, mentiras e ingeniería social’ -si te interesa, búscalo en Amazon-, algún amigo y partidario del líder del PSOE y actual presidente del gobierno me afeó, sobre todo, que vinculase esta etapa de gobierno con el concepto de ingeniería social. Podríamos discutir largo y tendido sobre si esta intención es voluntaria o sirve solo para encubrir a través de escándalos encadenados otros errores y carencias esenciales del gobierno, pero lo evidente es que el hecho está ahí.

Propiciar que menores de edad puedan abortar sin conocimiento de sus padres (aunque no puedan conducir o beber alcohol), brindar la eutanasia a cualquier adulto que quiera acabar con su vida y, más recientemente, lanzar a la sociedad la posibilidad de legalización de la pederastia, no es otra cosa que intentar socavar los principios y valores seculares que han sustentado esta sociedad a través de mecanismos propios de la llamada ingeniería social.

Casualmente -o quizás no tanto, quién sabe-, las tres iniciativas citadas han surgido del mismo sitio, el ministerio de Igualdad, a cuyo frente está una de las lideresas de Unidas Podemos, Irene Montero.

Las dos primeras cuestiones han adquirido ya el rango de ley. La tercera, apenas sí ha echado a andar, pero, probablemente, pronto adquirirá también carta de naturaleza legal si la sociedad permanece aletargada y dormida hasta el punto de que no le importe que sus propias hijas, hijos e hijes puedan verse afectados por esta nueva y particular óptica de las relaciones sexuales.

La cosa empezó hace solo unos días cuando Irene Montero, la ministra más feminista del mundo mundial, declaró en la comisión correspondiente del Congreso de los Diputados que cualquier menor puede amar o tener relaciones sexuales con quien le dé la gana si no es forzado a ello, es decir, si lo consiente libremente. Supongo que es la meta a la que se quería llegar a partir de la implantación de esas controvertidas clases de educación sexual a niños menores de 10 años con las leyes basadas en la ideología de género. Desde los medios conservadores se ha instado a la ministra a que se desdiga, a que pida perdón por una afirmación de semejante calado, y se ha llegado a dudar de que la señora ministra sea consciente de lo que acaba de proclamar.

Yo, sin embargo, no espero ninguna petición de perdón y estoy más que persuadido de que Montero sabe muy bien lo que dice. La ministra se ha mostrado públicamente -lo ha dicho en Twitter-, como seguidora de la escritora francesa Simone de Beauvoir, teórica del feminismo contemporáneo y autora de El segundo sexo (1949), uno de los textos de cabecera del nuevo feminismo. Además, la que fuera pareja de Jean Paul Sartre (más ideológica que sentimental, pues ambos habían pactado la plena libertad de mantener relaciones sexuales con otras personas), firmó en 1977 una carta pública junto a otros intelectuales a favor de la liberación de tres pedófilos presos desde hacía tres años. Los firmantes restaban gravedad al hecho de que los adultos tengan algún tipo de contacto sexual con menores.

Coherencia

Así las cosas, lo que sí echo de menos, por pura coherencia ideológica, es alguna manifestación inmediata de la ministra y de sus seguidoras en favor de todos estos sacerdotes acusados de haber cometido abusos sexuales con niños y jóvenes que la misma Iglesia está ahora rescatando del olvido para juzgarlos con la dureza y severidad que estos casos merecen. Claro, que pedir coherencia a esta jovencita que ha saltado de la caja del supermercado al manejo de parte de los presupuestos generales del estado en un abrir y cerrar de ojos, es como pedirle peras al olmo.

A Montero le faltó tiempo para condenar públicamente la muerte de George Floyd, aquel hombre negro y estadounidense de 46 años, después de ser arrestado por la policía en Minneapolis. No ha obrado, sin embargo, con la misma diligencia y celeridad para condenar otra muerte, la de una joven iraní de 22 años Mahsa Amini, que falleció en Teherán hace solo unos días bajo custodia policial después de ser arrestada por la Policía de la Moral, que la detuvo por no llevar bien colocado el hiyab o velo islámico. Las protestas de las mujeres iraníes se han sucedido desde Teherán hasta el Kurdistán iraní, de donde era originaria la joven, y han tenido también un amplio eco en Occidente a través de las redes sociales, pero ni la ministra Montero, ni ninguna de las altos cargos de Igualdad han abierto la boca para condenar la muerte de Mahsa.

No quiero pensar que el silencio ministerial tenga nada que ver con la ayuda económica que, al parecer, ha prestado el régimen iraní a la coalición de izquierda radical española ya desde que su antiguo líder, Pablo Iglesias, colaborase en Hispan TV. Una prueba más de que la política hace extraños compañeros de cama, hasta el punto de que lo mismo se puede comenzar a querer despenalizar la pederastia que admitir el dinero de un régimen, el iraní, que castiga el adulterio con la lapidación hasta la muerte, que ejecuta mediante la horca a los homosexuales, o que puede llegar a matar a golpes a una joven por el imperdonable delito de dejar libres unos rizos fuera del hiyab. Eso se llama coherencia.

Tampoco ningún otro miembro –o miembra-, del gobierno ha abierto la boca para condenar la violencia contra la mujer en Irán. Ni siquiera Pedro Sánchez, que ha prometido en Nueva York cien millones de euros a organizaciones feministas vinculadas a la ONU, se ha atrevido a condenar al régimen iraní por el trato que dispensa a la mujer, escudándose en que “no conozco el detalle de la información…”. Han pasado ya varios días y el silencio del gobierno y su presidente sigue siendo atronador y, mientras tanto, continúa la brutal represión que sufren miles de iraníes –ellos y ellas-, simplemente por reclamar que se trate como seres humanos a las mujeres.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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