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Un guion previsible

jueves 06 de octubre de 2022, 08:12h

La docuserie que la Moncloa ha ideado como nueva forma propagandística de ensalzar aún más, si cabe, la eximia figura del presidente Sánchez, supongo que tiene el objetivo añadido -entre muchos otros, claro-, de contrarrestar el avance imparable de Núñez Feijóo en los sondeos preelectorales que semana tras semana se van plasmando en los distintos medios de comunicación nacionales. Que sepamos, la iniciativa no tiene precedente alguno en presidencias del gobierno de países homologables al nuestro y, por el momento, solo hemos conocido dos minutos y medio de tráiler de la misma y, a juzgar por las chanzas y críticas iniciales recibidas a través de las redes sociales, no me extrañaría nada que esa cohorte de asesores -se cuentan por cientos-, pueda llegar a plantear otra cosa al señor presidente.

Entre tanto, déjenos aventurarnos en escudriñar algún antecedente en el que puedan haberse basado tantas y tan ilustres mentes preclaras como adornan desde hace unos años el entorno de la presidencia del gobierno español.

Cuando Núñez Feijóo conoció hace unos meses la aparición de la serie calificó el asunto como “frívolo”, sobre todo cuando tenemos una guerra a las puertas de Europa y con la grave situación que atraviesa la economía española. No sé si el líder popular acierta con el calificativo o, más bien, habría que hablar de hortera o de ridículo.

Así, a bote pronto, se me ocurren dos o tres personajes que bien podrían albergar el germen de la idea en la que se ha podido basar la docuserie. Por un lado, la figura de Alonso Quijano, el Quijote de Miguel de Cervantes, que fuera “luz y espejo de la caballería manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas, y al de desfacer agravios, socorrer viudas y amparar doncellas…”.

De no ser así, acaso esa legión de eficacísimos asesores que puebla la Moncloa haya pensado en la figura de Sánchez como aquel personaje de la mitología griega, Narciso, el hermoso joven hijo del rio Cefiso y de la ninfa Liríope, que enamoraba a cuantas jóvenes le miraban, hasta que la diosa Némesis hizo que Narciso se apasionara de su propia imagen reflejada en el agua de una fuente hasta quedarse tan absorto y enamorado de sí mismo que acabó arrojándose a las aguas en pos de su propia imagen.

Y, como no hay dos sin tres, por qué no haberse basado en un tercer héroe legendario, este de la Inglaterra medieval, Robin Hood, en el que tanto se han inspirado escritores posteriores y que en el siglo XX ha llegado a convertirse en el héroe romántico por excelencia tanto en literatura de aventuras, como en películas o series de televisión. Y digo que no quiero pensar en él porque a Robín Hood se le retrataba como un fuera de la ley que vivía y cazaba ilegalmente en los bosques reales de Sherwood, en Nottinghamshire.

Y, además, porque a Hood se le atribuían asesinatos de representantes del gobierno y de la Iglesia con tal de seguir defendiendo al pueblo oprimido y carente de los más elementales bienes básicos para su subsistencia. Claro que, como a Sánchez se le da tan bien eso de hacer de oposición a la oposición para luego acabar siguiendo las recetas que abominaba en principio, tampoco sería tan alocado compararlo también con el héroe de la pérfida Albión.

De lo que estoy absolutamente seguro es de que, dado que a Sánchez le encanta moverse entre la realidad virtual que él mismo se fabrica, y que desdeña lo de mancharse con el polvo del camino –eso se lo deja al juez Conde Pumpido, que se lo curra la mar de bien-, lo mismo queda insatisfecho con estos cuatro o cinco capítulos iniciales de la serie y ordena que se disponga todo para que haya segundas, terceras y cuartas temporadas. Al fin y al cabo, el plató de Moncloa ya está ahí, pagado por todos los españoles, y el equipo de rodaje ya irá teniendo experiencia suficiente para seguir satisfaciendo el insaciable ego presidencial.

Al tiempo, dudo mucho de que en la serie haya capítulo alguno que, por ejemplo, dé cabida al levantamiento fiscal de los barones autonómicos, que ya tiemblan ante lo que pudiera echárseles encima en las próximas elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023. O de las pesadillas que el señor presidente tuvo que tener con un Pablo Iglesias al lado, y en plena pandemia, tan odiado como necesario para poder mantenerse en Moncloa.

Claro que muy pronto me dirán los asesores monclovitas que esa no es su serie y que si quiero que aparezcan estos temas, que mejor produzca yo la mía propia. No les faltaría razón porque allí lo verdaderamente importante es seguir la máxima de que todo vale con tal de conseguir que el presidente prorrogue su mandato sine die.

España y los españoles nunca podrán agradecérselo suficientemente, aunque, eso sí, en el guion gubernamental de la docuserie no van a haber sorpresas, seguro, así es que el aburrimiento –léase la desatención popular-, está más que asegurado.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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