El panorama político es desolador. Empecemos por lo obvio, solamente hay dos personas en España con probabilidades de ser presidente del gobierno, Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijoo.
Siempre he creído que la democracia se perfecciona con la alternancia pues en la medida que un gobernante excede tres mandatos, las mañas se convierten en peligrosas compañeras.
Miro, pues, a estos hombres. El primero no me gusta porque es artero y juega sucio, no tiene límite en su ambición y es capaz de vender a su madre por siete votos. Pero sabe tomar decisiones, no teme hacerlo y mantiene a raya las víboras de su partido (las ha matado a todas menos una) y las de sus aliados. Esta es mi imagen del presidente de gobierno. Ahora imaginen cómo será la que tengo de Feijoo que, con las circunstancias que nos envuelven, tengo claro que no le votaría.
Y no por prejuicios ideológicos, sino porque no creo que vaya a ser bueno para España que este PP llegue al gobierno. En un momento en que se habla de armamento, de bloques internacionales y de reparto del mundo en un, esta vez sí, Nuevo Orden Mundial, no quiero que me represente un tío que ni siquiera entiende lo que los demás le dicen. Además, la cúpula del PP, más variopinta que la sede de la ONU el día del Orgullo, está infestada de traidores y ambiciosos que se pasean por Génova 13 con un cuchillo en la boca y una faca en el refajo.
La primera que quiere ser jefa en lugar del jefe es Cuca Gamarra, pero cae mal entre las bases y el común de las gentes: tiene una presencia distante y antipática, así que no propsperará. Como todos los malos políticos, se faja en el regate en corto y no tiene proyecto a medio plazo. Elías Bendodo está siempre a por uvas y no parece hombre de grandes hazañas. Personaje aparte es Miguel Tellado. Es exactamente lo que parece: no muy brillante, maleducado y estridente. Empezó en 1997 en una escisión de una escisión del Bloque Nacionalista Galego (BNG) y tres años después, vaya a saber cómo, ya era jefe de prensa del Grupo Popular en el ayuntamiento de Ferrol. La pregunta, como en el programa de la tele es ¿Cómo lo hizo? Tellado es un broncas de barra de bar y un brasas de cuidado. No es bueno en nada, ni para gritar chorradas en el Parlamento a la bancada contraria. Tellado es lo que toda la vida de Dios se ha conocido como un arrimado.
No voy a repasar toda la cúpula, estos ejemplos me bastan para mi tesis de hoy: Feijoo no sería un buen presidente para España con el actual panorama en primer lugar, porque está asesorado por gentes con hipotecas viejas; en segundo lugar, porque tiene demasiados quintacolumnistas entre sus “leales”; en tercer lugar porque sólo hay que ver la pésima oposición que ha hecho estos años, en cuarto lugar ni siquiera chapurrea el inglés (es de chiste un candidato a presidente de un país europeo que no hable inglés) y, finalmente, porque no parece tener ningún plan ni para este país ni para ningún otro, ni para estas circunstancias ni para cualesquiera otras. O es un plan ultrasecreto que sólo conoce él.
Si tuvieran alguna noción de Gobernanza y Responsabilidad Social lo habrían demostrado en los últimos diez años. Antes estaba Pablo Casado, un hombre que no podía ser presidente bajo ningún concepto porque era muy voluble y engreído. Y pusieron a Núñez Feijoo, la gran esperanza blanca sin idiomas, y lo rodearon de lo peor del partido, ambiciosos sin proyecto, buscavidas con planes propios y saldos de temporadas viejas. Tampoco parece muy despierto y menos desde que se quitó las gafas porque ahora tiene un aspecto somnoliento que ayuda poco.
Si supieran lo que hacen, si de verdad les importara su partido y nuestro país, habrían puesto al frente a alguien competente, Cayetana Álvarez de Toledo, una mujer preparada, que habla perfectamente varios idiomas, sólida en su discurso, férrea en su comportamiento y a la que nadie se le subiría a las barbas en Génova. Y la rodearía de una cúpula decente (de la actual salvaría a Borja Semper y poco más) que la ayudara en vez de ponerle palos en las ruedas. Pero eso sería acertar y el PP no acierta ni cuando se equivoca.