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Paraules d'amor

jueves 28 de septiembre de 2017, 07:18h

A Joan Manuel Serrat, amb molta vergonya.

Mi gran devoción en la vida han sido y son las palabras. Con ellas he sido niño, adolescente, soltero, padre, hermano. Con ellas sigo volviendo a cada momento de mi historia y en ellas aprendí la supremacía del pensamiento y de sus hijas las ideas.

Las palabras tienen olor, color, sabor y sonido; parecen adimensionales e insignificantes pero son las llaves tangibles del conocimiento y la sabiduría. Sin ellas no habría nada y simplemente no estaríamos aquí.

Las palabras son el continente y el contenido de Twitter, de Internet, de Shakespeare y Homero, de la música y el arte.

Las palabras son ingeniería, medicina y física; son la Teoría de la Relatividad, los pensamientos de Leonardo y los planos de las pirámides.

La palabra ha construido la filosofía, el derecho y la democracia. La palabra es quien detiene las guerras y descifra el universo y la que siempre, indubitadamente, nos salva de la animal visceralidad que nos arrastra al fango con enorme facilidad.

Pero las palabras son frágiles, ondas sonoras de corto alcance, disueltas por el olvido cuando perdidas en la memoria o en los estantes. Y son sólidas cuando recordadas y releídas, desde hace 4.500 años: los jeroglíficos, la Torah, Hammurabbi, el Mahabharata, las Siete Partidas, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, las 264 palabras del discurso de Lincoln en Pittsburg y las cinco del refrán Hablando se entiende la gente.

Con tristeza veo que en estos días las estamos matando utilizándolas como metralla y volviendo sucio lo que debería ser luminoso.

Gritar "A por ellos" es lo más triste que he oído en mucho tiempo. Puede que como cántico enardecido para animar a un equipo deportivo tenga sentido, pero utilizarlo para dar una patada a los catalanes en el trasero de la Guardia Civil es una infamia con los catalanes, con la Guardia Civil y con la mayoría de ciudadanos.

Los Mossos y la Guardia Civil ejecutan órdenes, en eso consiste su trabajo y en eso se fundamenta nuestra seguridad justamente porque obedecen las órdenes sin cuestionarlas. Convertirlos en la diana de una situación heredada de políticos que hasta ahora no han sabido hacer su trabajo, nos hace indignos.

Indignos como ciudadanos por estar azuzando a los cuerpos de seguridad a enfrentarse entre ellos, indignos por humillarlos en sus funciones e indignos por habernos dejado arrastrar hasta esta vorágine con las palabras inflamadas de políticos que han hecho dejación de su labor primordial: arreglar los problemas de la ciudadanía a la que representan mediante el diálogo y el intercambio de ideas. Para gritarnos, amenazarnos y pegarnos no necesitamos políticos.

Hay que bajar la temperatura ambiental, hay que soltar presión hablando, hablando, hablando. No podemos convertir cada divergencia en un conflicto mayor cargado de rabia, ese disolvente de la razón. Tenemos que utilizar las palabras como símbolos de razón, sin adjetivar, sin adverbios absolutos, nunca, siempre.

¿Qué pasará el domingo, qué el dos de octubre, qué durante un mal mes históricamente para sentimientos desbordados? Si los gobernantes y políticos no lo quieren hacer, tendremos que hacerlo nosotros, la ciudadanía, y solo con palabras, con las que construyen que son las que nos hacen magníficos y nos han hecho llegar hasta aquí. Qué sea su fracaso como políticos, no el nuestro como ciudadanos.

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Lo peor de lo peor

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