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A la mesa con el animal más bello del mundo

miércoles 28 de diciembre de 2022, 11:17h

En estos días, justo en la Nochebuena, se han cumplido cien años del nacimiento, en Carolina del Norte, USA, de Ava Gardner, la gran actriz de Hollywood conocida como “el animal más bello del mundo”, aunque ella odiara el apelativo. Con tal motivo, el área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid, ha confeccionado un mapa ilustrado con la docena de lugares más significativos y emblemáticos de su estancia en la capital, donde residió durante casi dos décadas. Loable iniciativa que, por otra parte, no parece gran cosa si se compara con la magnífica estatua de bronce a tamaño natural que preside uno de los miradores más hermosos de Tossa de Mar, donde solo recaló algunos meses para rodar la película Pandora y el holandés errante, pero, como se diría en castizo, menos da una piedra y da un cantazo.

Estatua en bonce de Ava Gardner en Tossa de Mar

En 1954, el mismo año en el que la actriz había rodado en Roma La condesa descalza y probablemente influida por el personaje de ficción en cuya piel se había metido, la bailarina española María Vargas, se presentó en Madrid calzada y dispuesta a calzarse lo que surgiera. Nada más llegar se fue a visitar el Museo del Prado, luego a tomar un aperitivo en Chicote, donde probó por primera vez el vino de Jerez, que, a su juicio, encajaba bien con su reverenciado Dry Martini, y por último o antepenúltimo se dejó caer por el lujoso restaurante Jockey para cenar. Aconsejada por el propietario, el mítico Clodoaldo Cortés, la diva probó algunos de los clásicos del local, como Langostinos fritos en salsa de tomate; Pulardas rellenas de cangrejo; Patatas san Clemencio, a base de trufa, foie gras y tuétano; y los afamados Crepes Jockey.

Ava Gardner y Luis Miguel DominguínY sobrevolándolo todo, devino un tórrido romance con el torero Luis Miguel Dominguín, sobre el que dijo: “Animados por la música flamenca, reíamos, bebíamos, salíamos. Yo era su chica, y él mi hombre; así de sencillo. Éramos buenos amigos y buenos amantes, y no nos exigíamos demasiado el uno al otro”. Total, que ambos se amaron, comieron, bebieron y se refocilaron cuanto les plugo, como si no hubiera un mañana, que así titula su novela sobre el asunto la periodista Nieves Herrero.

Juntos acudieron al Sacromonte, una de las seis barriadas que conforman el distrito granadino del Albaicín, donde dicen que se acomodaron tres noches en una cueva y donde Ava probó cumplidas raciones de Habas con jamón y de Tortilla del Sacromonte, un amasijo de sesos de cordero y criadillas, pan rallado guisantes y nueces, que se embaulaba en compaña de grandes tragos de su por entonces último descubrimiento etílico: el “sol y sombra”; combinado en la que la sombra era coñac/brandy y el sol, anís dulce, de habitual usanza Machaquito, mezcla explosiva que fue bebida nacional durante tres décadas. Y vuelta a Madrid, que pronto se convertiría en su residencia definitiva hasta 1967.

Inicialmente, se hospedó en el hotel Hilton, hoy InterContinental, pero tras algunos altercados con la dirección del establecimiento, se acomodó en el lujoso chalet que un matrimonio amigo, Frank Grant y Dooren Grant, poseía en la lujosa urbanización de La Moraleja, muy cerca de la capital. Allí cocinaba con frecuencia el Pollo a la Molly, la especialidad que su madre le había enseñado a preparar, básicamente frito tras rebozarlo a conciencia con una mezcla de huevo, leche, harina y pimienta.

Finalmente, se trasladó a viviendas propias en el elegante barrio del Viso, primero en la calle Oquendo y luego en el número 11 de la calle Doctor Arce. En esta última residencia, aprendió a preparar la Tortilla de patatas. Se dice que resultó memorable la que confeccionó al alimón con la actriz Amparo Baró, el actor Vicente Parra, y un grupo flamenco que acompañaba la peripecia culinaria con guitarras, taconeos y cante jondo. Inolvidable resultó también para su vecino, el general, ex Presidente y dictador argentino Juan Domingo Perón, exiliado a todo confort por su homólogo el general Francisco Franco, que no pudo pegar un ojo en toda la noche.

Ruta Ava por MadridA la Gardner le encantaba montar follones de muchos decibelios en la cocina hasta altas horas de la madrugada. Nunca ahíta de alcohol, lo empapaba con recetas más o menos ortodoxas de comida china, italiana y muy especialmente de su Carolina del Norte natal. También preparaba Roast beef y unos Espaguetis con nata y caviar que al parecer le había enseñado a cocinar Frank Sinatra.

En las noches madrileñas, que nunca acababan, salía a sus calles para bebérselo y comérselo todo. Le encantaba la Paella del restaurante y sala de fiestas Riscal, sita en la calle Marqués de Riscal, los Chanquetes fritos que servía Félix Fernández “El Chuleta” en Valentín, cerca de la Plaza del Carmen, y los cuchipandeos en tablaos como Zambra, Gitanillos, y Villa Rosa, que medio se mantiene en pie en uno de los extremos de la Plaza de Santa Ana. En ese mismo espacio y concretamente en la Cervecería Alemana, se reunía la familia Dominguín, donde comía con placer y regocijo las mismas croquetas que entusiasmaban a Polvorilla, un caballo que llegaba allí desde Getafe para buscar a su amo, Juan “el Pavo”, tratante de ganado.

Con Orson Welles frecuentaba Casa Botín, donde daba buena cuenta de su Cochinillo asado, bailaba descalza sobre una mesa y se bebía lo que no está escrito.

Llegada de Ava Gardner a MadridA finales de los sesenta la magia de su romance con Luis Miguel se extinguía y este ya se había comprometido sentimentalmente con Lucía Bosé, de manera que la diva empezó a considerar la posibilidad de poner tierra de por medio. La decisión se vio arropada por las presiones de la autoridad nacional-católica que cada vez veía con peores ojos su vida de desenfreno, a lo que se añadía una reclamación millonaria por parte de Hacienda. Todo ello acabó con la paciencia de la diva y con el atractivo magnético que el país le había suscitado durante tantos años. Rodó su última película en España, 55 días de Pekín, en escenarios sitos entre cerca de Las Rozas, a unos 19 kilómetros de Madrid. Durante aquellas jornadas se trasladaba con frecuencia al Mesón la Cueva de San Lorenzo de El Escorial, donde disfrutaba de lo lindo de su recia cocina castellana y muy especialmente de su Lechazo asado. En sus memorias dejó escrito que su pasión por España se explicaba en buena medida porque compartían los mismos defectos y en ese tiempo estaban igualmente hambrientas de jamón y libertad.

Con aquel sabor dejó España para siempre para instalarse en Londres, desde donde siguió interpretando películas, algunas de buena factura como El juez de la horca, Terremoto, El hombre que decidía la muerte o El pájaro azul.

Después, dejó correr sus días hasta principios de 1990, cuando acababa de cumplir 68 años. Ya había caído la noche del 25 de enero cuando le pidió a la que fuera su criada, luego asistente y por último mejor amiga, Mearene Jordan, un vaso de leche y un par de galletas. Se lo tomó, dijo que estaba muy cansada y al rato se fue a dormir para siempre. En una ocasión había declarado que deseaba vivir hasta los 150 años y morir con un cigarrillo en una mano y un vaso de whisky en la otra. Pero no pudo ser.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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