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El dios del olvido llora sobre España

lunes 22 de abril de 2024, 12:23h
Conjunto Memorial y Bethune antes y ahora
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Conjunto Memorial y Bethune antes y ahora

Parafraseando el título de la famosa novela histórica del prolífico escritor húngaro László Passuth, cada vez resulta más lacerante, al menos para quien esto escribe, el decidido y prolongado en el tiempo proyecto hispano de condenar al olvido su propia historia. Consideración desesperanzada y quizá agorera contemplando el monolito que el Ayuntamiento de Móstoles, Madrid, erigió en 2017 en los jardines aledaños al Hospital Universitario de la localidad, haciendo suya la iniciativa de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI). En el monumento, una lápida granítica apuntando al cielo en forma de flecha, con el escudo y símbolo de las Brigadas, la estrella roja de tres puntas, podía leerse: “A la memoria del médico canadiense Norman Bethune, por su heroica actividad salvando vidas en la defensa de Madrid. Noviembre 1936”. Hoy, siete años después, ya no puede leerse cosa alguna. Sucesivas vandalizaciones de grupos nostálgicos de la barbarie franquista y el fascismo cuartelero, han conseguido que el texto original sea completamente ilegible.

En China, donde existen multitud de estatuas, placas y frontispicios de instituciones dedicadas al doctor internacionalista, es raro que un ciudadano no sepa quien fue y qué hizo por su país Norman Bethune. En España, donde su intervención fue enormemente relevante, sólo quedan cuatro o cinco testimonios aislados dedicados a su memoria, y en Madrid, concretamente, donde desarrolló el primer sistema y servicio de la historia para la transfusión de sangre en el frente, así como un centro pionero de donación al que el pueblo madrileño acudía en masa cada día, solo queda la lápida borrada en el parque mostoleño.

De aquel Madrid que cantaba Miguel Hernández, que: “… no se aplaca con fuego (…) “Puerta cerrada, taberna encendida”, en la que “nadie encarcela sus libres licores”, cada vez va quedando menos. Mal asunto; pésimo asunto, porque como nos dijo el Nobel José Saramago: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”.

Norman Bethune en EspañaCuando el doctor Norman Bethune arribó a España, tres meses y medio después del Golpe de Estado, traía en su mochila una dilatada carrera profesional. Camillero en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, tras ser gravemente herido regresó a Canadá donde completo sus estudios de medicina para volver al frente como teniente-cirujano en el sur de Londres, donde, al terminar la contienda, inició una pasantía en el Great Ormond Street Hospital, para especializarse en enfermedades infantiles. De allí marchó a Edimburgo donde se graduó en el prestigioso Royal College of Surgeons. Tras contraer y superar la tuberculosis se unió a un equipo pionero en cirugía torácica en el The Royal Victoria Hospital de Montreal, Canadá, donde amplió y perfeccionó sus conocimientos, al tiempo que se afanaba en el desarrollo de nuevas herramientas quirúrgicas, algunas de las cuales, como las Bethune rib shears/Tijeras de costilla Bethune, siguen usándose hoy en día. Al mismo tiempo, empezó a interesarse por los aspectos socioeconómicos de la enfermedad, atendiendo gratuitamente a los más desfavorecidos de la ciudad y convirtiéndose en uno de los primeros defensores de la medicina socializada. En 1935 viajó a la Unión Soviética para estudiar su sistema de atención primaria, lo que le proporcionó interesantes y valiosas ideas. A su vuelta, se afilió al Partido Comunista de Canadá.

Cuando se enteró de la sublevación militar en España, aceptó una invitación de la Comisión de Ayuda a la Democracia Española, y ya en la península pasó a integrarse en las Brigadas Internacionales, dentro del Batallón Mackenzie-Papineau, los canadienses popularmente conocidos como Mac-Paps. Llegó a Madrid el 3 de noviembre de 1936 y muy pronto desarrolló la primera unidad móvil de transfusiones en el frente. Lo hacía con dos ambulancias, una Ford que había comprado en Londres, con media carrocería de madera, y una Renault adquirida en Marsella, bastante más amplia, que disponían de un frigorífico, un esterilizador, quinientos apósitos para heridas, docenas de bolsas de sangre y medicinas suficientes para atender a cerca de un centenar de intervenciones. Al mismo tiempo creó un banco de sangre, el primero en España, en el número 36 de la madrileña calle de Príncipe de Vergara, que disponía de 15 habitaciones y 1.300 piezas médicas. Desde allí, se repartía sangre a todos los hospitales de la capital y se organizaban donaciones voluntarias, que Bethune animaba publicando anuncios en prensa y haciendo solicitudes por radio. El éxito fue extraordinario y cada día, numerosos madrileños hacían cola para aportar su precioso fluido.

El número de vidas que logó salvar es incalculable, ya que hasta entonces la mayoría de los soldados heridos en el campo de batalla moría por shock circulatorio durante su traslado a un hospital de campaña.

Posters chinos de Norman BethuneCuando el 6 de febrero de 1937 Málaga fue ocupada por las tropas sublevadas, con el determinante apoyo de contingentes bélicos fascio-italiano y nazi-alemanes, consiguió llegar desde Valencia con su ambulancia Renault a la carretera, una ratonera entre la montaña y el mar, por la que huía un confuso tropel de entre cien mil y ciento cincuenta mil ancianos, mujeres y niños. Durante tres largos días y noches, Bethune, junto a sus ayudantes Hazen Sise y Thomas Worsley socorrieron y trasladaron a los heridos hasta Almería, donde esperaban la dirigente comunista Matilde Landa y la fotógrafa italiana Tina Modotti. Bethune nos legó la memoria de aquel espanto en su libro El crimen de la carretera Málaga-Almería, donde junto a las fotografías dramáticamente testimoniales de su ayudante Hazen Sise, puede leerse: “Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esa marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos”. Aquel horror sin límites, que dejó un rastro de entre 3.000 y 5.000 civiles muertos, se conoció y pasó a la historia como “La Desbandá”.

En junio de 1937 regresó a Canadá para llevar a cabo una gran campaña de recaudación de fondos y adhesión de voluntarios destinados a la defensa de la República Española. Sin embargo, en 1938 consideró que su presencia era aún más urgente en la China brutalmente invadida por Japón, y hasta allí llegó para unirse a los comunistas liderados por Mao Zedong, con quien mantuvo una larga conversación durante toda una noche en la que le convenció de que su puesto no estaba en la retaguardia, sino en los frentes, donde llevó a cabo un sinnúmero de arriesgadas intervenciones quirúrgicas. En una de ellas, sin guantes, porque no los había, la infección del enfermó pasó a su sangre y murió en poco tiempo, como consecuencia de una sepsis, el 12 de noviembre de 1939.

Aproximadamente un mes después, el 21 de diciembre, Mao Zedong escribió: “El espíritu del camarada Bethune de total dedicación a los demás sin la menor preocupación por sí mismo, se expresaba en su infinito sentido de responsabilidad en el trabajo y en su infinito cariño por los camaradas y el pueblo”.

Hoy, en China y en su Canadá natal, sigue siendo recordado con devoción por la inmensa mayoría de sus gentes, mientras que en Móstoles unos salvajes intentan vandalizar y borrar su memoria en piedra. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, escribiría Lucas. Por parte de quien esto escribe, aunque muy afecto a la lectura de literatura evangélica, ni olvido ni perdón.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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