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El planeta se calienta y nosotros nos enfriamos

lunes 17 de julio de 2023, 08:13h

Ola de calor Más allá de la percepción que cada cuál pueda tener sobre las olas de calor que estamos sufriendo en los últimos años, el Institut de Salut Global (ISGlobal) de Barcelona, en colaboración con otras instituciones científicas francesas, españolas y suizas, ha empezado a poner cifras a las consecuencias de tales sofoquinas. Por este climático motivo y según sus investigaciones, el pasado verano de 2022, en España, murieron 11.324 personas; cifra que pone los vellos como escarpias si se compara con los 7.663 fallecimientos por cáncer de páncreas o los 6.614 como consecuencia de tumores mamarios malignos. Con estos datos y en contexto europeo, donde la cifra de decesos se elevó a más de 61.000, nuestro país, con una ratio de 237 muertes por millón de habitantes, duplica con largueza la media continental de 114, y se sitúa en el tercer lugar de tan siniestra clasificación, por detrás de Italia, 295, y Grecia, con 280.

El riesgo de sufrir uno de estos trágicos episodios se incrementa extraordinariamente con la edad (el 81% de los fallecidos en España durante el verano año fueron personas mayores de 80 años) y las enfermedades y situaciones asociadas con la senectud, como padecimientos cardiovasculares y respiratorios crónicos, junto al aislamiento social, un problema de alcance, ya que actualmente son más de 850.000 los mayores de 80 años que viven solos.

No obstante, el factor de riesgo sustancial que a todos afecta, sea cuál sea su edad y circunstancias de salud, es el hecho de que la temperatura exterior supere la del propio cuerpo, que tradicionalmente se ha venido situando en los 37º C. Curiosamente, la cifra aparece y en cierta medida protagoniza uno de los poemas que el gran artista adscrito a la generación del 27, José Moreno Villa, le dedicó al gran amor de su juventud.

Nacido en Málaga y formado académicamente en Alemania, Moreno Villa fue además de pintor y poeta excelso, director del Archivo del Palacio Nacional de España durante la Segunda República española, notabilísimo archivero, bibliotecario, articulista, crítico e historiador de arte, documentalista y dibujante. Estas brillantes tareas las ejerció, durante los años veinte del pasado siglo y hasta su salida de España en 1937 hacia el exilio, como inquilino de la madrileña Residencia de Estudiantes, donde conoció a una joven estadounidense de impresionante belleza, Florence Ruth Louchheim, que él decidió llamar “Jacinta la pelirroja”. Ambos no tardaron en enamorarse perdidamente y comenzaron a vivir una relación intensa y pasional que finalmente se vino abajo tras una estancia en Nueva York, adonde se trasladaron por deseo expreso del padre de ella, un judío multimillonario, que nunca admitió la relación de su hija con un gentil sin fortuna, y que acabó desheredándola por díscola y libertina. Aquel romance de juventud, amour fou en toda la amplitud de la expresión, terminó como Poemario Jacinta la pelirroja el rosario de la aurora, pero nos dejó la huella imborrable de un poemario, el sexto del autor, Jacinta la Pelirroja. Poema en poemas y dibujos, que, publicado en 1929, estaba atravesado por un tono, en palabras del propio Moreno Villa: “… sin parecido con el de ningún otro poeta conocido”.

El poema de referencia se llama El hornillo es de 37 grados, y dice: “Jacinta, el horno humano/ delira si sube a los 42 grados. / Fíjate, Jacinta, que la buena marcha/ exige 37 grados en la lengua que habla, / en el riñón que filtra, / en la uña que araña, / en el cerebro que maquina/ en el titulado corazón que ama. / Jacinta! :/ Quien sube a los cuarenta, delira. / Jacinta, por Dios, un paño embebido de agua fría!”.

Moreno Villa, además de intentar seducir líricamente a su Jacinta, nos informa de que cuando el hornillo humano se ve agredido por una temperatura exterior que lo supera, empieza a vasodilatar y a intentar termorregularse para que no se produzcan daños o errores en el funcionamiento del organismo. El hipotálamo, región del cerebro que controla las funciones vitales básicas, activa la respuesta de sudación para disipar el calor de la piel, al tiempo que pone en marcha el mecanismo de vasodilatación periférica o cutánea que hace enrojecer la piel. En definitiva, y siguiendo a nuestro poeta, intenta que el organismo no delire. Pero si esto falla y al hipotálamo le dejamos solo en su tarea, el cerebro empieza a acusar el calor no disipado con sensación de confusión, caídas, dolor de cabeza, temblores, irritabilidad y, en última instancia convulsiones. Por su parte, el sistema cardiovascular reacciona con subidas de tensión arterial, taquicardias y lipotimias, mientras que al respiratorio llega la insoportable sensación de falta de aire, y el digestivo involuciona con dolores de estómago, nauseas, vómitos, diarrea y calambres intestinales.

Y ahora vayamos con la cifra de referencia, que por supuesto no fue invención del poeta, sino el resultado de las minuciosas mediciones a mas de 25.000 personas, que en su Carl August Wunderlichdía realizó el médico alemán Carl August Wunderlich. Su pionero trabajo investigador, llevó al paradigma de considerar la fiebre como un síntoma de enfermedad y no de una enfermedad como tal, contribuyó decisivamente al desarrollo del termómetro como instrumento de diagnóstico médico y, a esto íbamos, a fijar, en el año 1851 y en 37º C, la temperatura corporal a partir de la cuál empiezan los delirios elegíacos de don José.

Sin embargo, en 1992, un trabajo científico realizado en la Universidad estadounidense de Maryland determinó que esa cifra debía bajarse en dos décimas y establecerla en 36,8º C. Años después, en 2017, investigaciones llevadas a cabo en distintas instituciones británicas propusieron una nueva bajada que fijaría el canon en 36,6º C. No han quedado ahí las cosas. Recientes pesquisas realizadas por investigadores de la universidad californiana de Stanford llevan a pensar que las correcciones anteriores no serían consecuencia de la rectificación de presuntos errores de una medición realizada a finales del siglo XIX, sino que se apunta como evidente que, desde entonces, se ha venido produciendo un descenso de la temperatura de los seres humanos. En este grupo científico destaca el liderazgo de la profesora Julie Parsonnet, experta en enfermedades infecciosas y miembro de la National Academy of Medicine (NAM) y de la American Society for Clinical Investigation (ASCI), quien piensa que esta declinación, que estima en un promedio de tres centésimas de grado centígrado por década, se debe, fundamentalmente, al drástico retroceso global de la incidencia de enfermedades inflamatorias crónicas que se produjo con la generalización del uso de antibióticos.

Y tal es pésima noticia, porque ante las olas de calor que se nos avecinan, el cuerpo humano entraría en shock a casi un grado menos antes de lo que se creía hasta hace poco. Así las cosas, las instituciones europeas estiman que, de no tomarse eficaces medidas en su territorio, las muertes por golpes de calor superarían las 68.000 en 2030, que es el año de la agenda que algunas banderías de partido o de secta pretenden tirar a la papelera. Recuérdenlo a la hora de depositar su voto el próximo día 23 y antes embeban un paño en agua fría para refrescarse el magín, no vaya a ser.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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