En el día de hoy

Leo y escucho los resultados de las elecciones generales e inmediatamente evoco aquella magnífica novela de Jesús Torbado, En el día de hoy, galardonada con el Premio Planeta de 1976. Se trata de una ucronía, o los que es lo mismo: “Reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos”, que empieza con el siguiente comunicado: “EN EL DÍA DE HOY, cautivo y desarmado el ejército faccioso, han alcanzado las tropas republicanas sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Presidente de la República, AZAÑA. Madrid, 1 de abril de 1939”.

En cierto modo, el más que aceptable resultado del bloque progresista con el que hoy nos desayunamos, y las posibilidades de reeditar un gobierno continuista en cambio, con los apoyos de investidura del próximo pasado, que no serán fáciles pero sí muy altamente probables, bien podría considerarse una similar ucronía hasta hace pocos días y a la luz, ya crepuscular, de las distintas encuestas que mayoritariamente anunciaban la debacle sin paliativos del ticket Pedro Sánchez-Yolanda Díaz, a excepción, como suele ser costumbre, en la cata del Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS, que preside el tan vilipendiado y ninguneado sociólogo José Félix Tezanos.

La recreación ficcionada de la historia que hace Torbado se basa en la circunstancia quimérica de que el gobierno francés, tras constatar repetida y sobradamente que la Alemania nazi y la Italia fascista, pasándose por el forro la comprometida neutralidad, seguían aportando al bando sublevado un poderoso contingente de unidades aéreas y blindadas, junto a tropas regulares profesionales y copioso material de guerra de última generación, decidió abrir las fronteras para que pudiesen entrar en territorio español “trenes y trenes cargados de armamento traído de media Europa”. El Ejército Popular, misérrimamente pertrechado y arrinconado a la izquierda del Ebro, recibió con entusiasmo aquel inesperado maná bélico, cruzó el río, ¡ay Carmela!, y, tras cuatro meses de lucha feroz, consiguió hacer retroceder el empuje del enemigo exaltado. La contienda se inclinó definitivamente del lado del bando leal y la guerra concluyó con el parte antedicho de Manuel Azaña.

Volviendo al símil ucrónico del día de hoy, el hipotético paralelismo con la entrada del contingente militar que atravesó los Pirineos, habría que empezar a situarlo en la constitución de gobiernos municipales y autonómicos en los que el Partido Popular, desdiciéndose de lo tantas veces dicho y comprometido, empezó a decidir cambiar sillones y puestos orgánicos para Vox a cambio derechos ciudadanos conquistados a lo largo de muchas décadas, como la protección efectiva de las mujeres ante la violencia terrorista machista, la libertad de expresión y creación intelectual y artística, o la salvaguarda de derechos para colectivos homosexuales y trans. Mal empezaba la cosa, pero se anunciaba mucho peor con la más que probable entrada en el gobierno de la nación del partido de Santiago Abascal, machista, homófobo, xenófobo, culturalmente liberticida y estrechamente ligado a sectas fundamentalistas como El Yunque. En estas estábamos, cuando el líder de la oposición y del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, inició una errática deriva dialéctica, en la que, mientras intentaba desmarcarse de Vox, cedía sin el más mínimo esfuerzo aparente a todas y cada una de sus delirantes pretensiones. Siguió convirtiendo en lema y bandera que siempre gobernaría la lista más votada, para acto seguido ningunear sin conmiseración las victorias electorales del PSOE en Extremadura y Canarias, constituyendo a toda prisa gobiernos con Vox, y continuó el desoriente aceptando que una ingente cantidad de nuevos cargos “peperovoxeros” se subieran el sueldo de forma escandalosa, al tiempo que reducían drásticamente los tributos fiscales de las grandes fortunas.

Y así las cosas, llegó el día del debate cara a cara con Sánchez en Antena 3 y el candidato gallego, dicen que convenientemente asesorado por Miguel Ángel Rodríguez, recurrió al llamado Gish gallop, galope de Gish o ametralladora de falacias, abrumando a su oponente con un aluvión de argumentos inexactos, medias verdades y mentiras solemnes. Pero la incipiente fama de bulero y mendaz del señor Feijóo terminó de acreditarse cuando en el programa matutino de TVE 1 La hora de la 1, la periodista y entrevistadora Silvia Intxaurrondo le acabó pintado la cara tras sus trolas sobre la revalorización de las pensiones y la incoherencia de sus acuerdos con Vox para que gobernaran listas perdedoras. Visiblemente incómodo, con el rostro desencajado y las gafas empañadas por la ira, Alberto contradijo a Silvia y en un acto de soberbia la emplazó a rectificar y a comerse sus palabras cuál había hecho unos días antes su correligionaria extremeña María Guardiola. Claro que no es lo mismo, ni parecido, una disciplinada tronca de partido que una profesional de la información como la copa de un pino.

Contemplando la debacle, el vicesecretario general del Partido Popular, Esteban González Pons, muy en la línea de la frase pergeñada por el autor nacionalsocialista, Hanns Johst, y erróneamente atribuida al ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, echó mano a su pistola y disparó un twitt que decía: “Creo que RTVE va a perder las elecciones. Y espero que al día siguiente dimitan los dirigentes de este partido, como se hace en todos los partidos cuando pierden las elecciones a las que se presentan. Mejor no ir. Yo ni la veo ni voy”.

Inmediatamente, la Asociación de la Prensa de Madrid, salió al quite del atropello para defender a Intxaurrondo, emitiendo un comunicado en el que rechazaba cualquier manifestación política que menospreciase la labor de los periodistas: “Los políticos tienen derecho a opinar y criticar a su vez a los periodistas y medios de comunicación, pero no a tratar de desprestigiarlos por realizar su trabajo, que incluye en numerosas ocasiones la petición de explicaciones a los líderes de las formaciones políticas, ya estén en el Gobierno o en la oposición”.

A mayor abundamiento caótico en la turbamulta declarativa, volvió a salir a la palestra la entrevista que Jordi Évole le realizó en 2018, en la que el periodista le interrogó a fondo sobre, en su momento, aparente estrecha amistad con el narcotraficante Marcial Dorado, condenado por tráfico de cocaína, cohecho y blanqueo de capitales. Feijóo se fajó, valga la redundancia, aduciendo desconocer por completo las actividades de su colega, pero Évole le dejó con las posaderas al aire mostrándole hasta sesenta y seis menciones sobre las peripecias del narcotronco en medios como La Voz de Galicia, ABC, El País o La Vanguardia, que le vinculaban con la Operación Nécora.

Mentiroso compulsivo. La ciudadanía española no se iba a arriesgar a saltar al vacío con semejante mameluco. La pareja Feijoo-Abascal no podía ganar con mayoría suficiente y menos aún gobernar, porque tal hubiera significado poner la marcha atrás en la locomotora de la historia. Y así ha sido, porque en última instancia ha ganado la democracia y el progreso, así que a celebrar. Me visto de punta en blanco y me voy a Cibeles a ver desfilar a la Brigada Femenina Victoria Kent, en la que me han dicho que marcha Luisita Paramont, calentando motores antes de torear por la tarde dos novillos toros en la Monumental de Las Ventas. Presiento que esta tarde no saldrá trastabillada, como tantas otras, sino con una oreja de astado en cada mano y por la puerta grande.

Y luego, bureo a unos pasos del coso y a jarrear en Casa Sierra, que el camarero me conoce y aguanta paciente el aullido a voz en cuello: “¡Echa vino, montañés, que lo paga Luis de Vargas, el que a los pobres socorre y a los ricos avasalla!”.