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La quimera de Babia

viernes 26 de agosto de 2022, 08:31h

Estar en Babia, con confusas referencias medievales al ocio de algunos reyes leoneses y que según la RAE significa “estar distraído y como ajeno a aquello de que se trata”, es frase hecha muy similar a la de “estar pensando en las musarañas”, que se aplica a aquel que está embelesado, distraído y absorto. Conceptos ambos muy próximos al aburrimiento, un estado de ánimo que parece estamos perdiendo de manera muy preocupante y a marchas forzadas.

Recientemente, la doctora Josefa Ros Velasco, quien durante un postdoctorado en la Universidad de Harvard empezó a investigar el aburrimiento como una psicopatología y que actualmente preside la International Society of Boredom Studies, ha publicado un libro con el título La enfermedad del aburrimiento, en el que se plantea las razones del giro radical y comportamental que ha dado nuestra sociedad en los últimos años para que amplísimos sectores de personas plenamente activas hayan perdido la capacidad de aburrirse. Como decía en un reciente artículo publicado en La Vanguardia el periodista Félix Riera: “Cada vez más personas se encuentran con la incapacidad de saber desconectar y dejarse ir a la deriva por un breve instante. La razón de esta incapacidad para aburrirse debemos buscarla en que cada vez tenemos menos tiempo libre para poder hacerlo. El uso que damos al tiempo en la actualidad se asemeja a la velocidad con la que se desplaza una liebre asustada que salta en todas las direcciones sin saber muchas veces de qué está huyendo”.

Y el problema se acentúa cuando tal sucede en tiempo de vacaciones como en el que ahora estamos, debido a que los cada vez más sofisticados dispositivos electrónicos, nos mantiene permanente y abrumadoramente conectados con la realidad cotidiana de la que supuestamente pretendemos desconectar.

El aburrimiento tiene mala fama porque frecuentemente se asocia a la desidia, la indolencia y estados indeseables del ánimo, pero también y con frecuencia a estados depresivos o de “fastidio universal” cadalsiano. Sin embargo, aburrirse es fundamental para el correcto funcionamiento del cerebro, porque es justamente en eso momentos en los que la sesera se deja al ralentí cuando se activa la llamada “red neuronal por defecto”, un conjunto de áreas localizadas en las cortezas prefrontal, parietal y temporal, que tiene un papel protagonista y crucial en la elaboración de situaciones que despiertan la creatividad y ayudan a construir planes de futuro.

Por esa razón, la citada profesora Ros Velasco considera que la mejor actitud frente al taedium vitae es: “… no tratar de eliminarlo, sino, primero aprender a tolerarlo, y después a escucharlo”.

Otras voces se habían intentado hacer oír tiempo antes. Por ejemplo, la psicóloga británica Sandi Mann, profesora asociada de Psicología en la británica The University of Central Lancashire, y autora del libro El arte de saber aburrirse, publicado en español a comienzos de 2017, sostiene que el aburrimiento: “… puede ser una fuerza poderosa y motivadora, que infunde creatividad, pensamiento y reflexión inteligente”.

Como ejemplos de esa aseveración suelen citarse los casos del físico y matemático Isaac Newton, quien parece que descubrió la Ley de la Gravedad mientras paseaba invadido por el tedio y con las manos en los bolsillos por su jardín; del también matemático y físico René Descartes, que escribió El discurso del método durante el tiempo en el que se quedó aislado por la nieve al regreso de una campaña militar y sin nada mejor que hacer; o al filósofo y ensayista Walter Benjamín que definía el aburrimiento como: “… el pájaro de ensueño que incuba el huevo de la experiencia”.

Por su parte, Nelly Pons, filósofa agrícola, y estrecha colaboradora de Pierre Rahhi, precursor e impulsor del agroecologismo y autora del libro Desacelera tu vida, Yo paso a la acción, se plantea en este punto una pregunta crucial: “Hemos inventado un montón de artefactos para ir más rápido y aligerar nuestro día: coche, microondas, lavadora, ordenador (…) Está claro que hemos ganado tiempo, pero, ¿qué hemos hecho con él?”.

El español Guillermo López Linares, licenciado en Ciencias Ambientales, periodista y directo de la revista Salvaje, apunta su propia respuesta: “Terminamos nuestra jornada laboral y nos preocupa en qué podemos ocupar el tiempo: en el gimnasio o en el visionado de la serie televisiva de moda. Ocupamos la agenda con cosas que supuestamente necesitamos hacer, y no dejamos huecos para que le cerebro nos guíe hacia cosas que no habíamos pensado o, simplemente, a no hacer nada”.

Otro compatriota, el psicólogo clínico José Carrión subraya una circunstancia, que, a mi juicio, sometido, como no podía ser menos, a otros mejor fundados, pone el dedo en el centro de la llaga y no en sus extrarradios, centrando el problema en el miedo a quedarnos solos con nosotros mismos; a ensimismarnos: “Es como si estuviéramos todo el tiempo huyendo de nuestros pensamientos y buscando con cierta ansiedad cualquier estímulo que nos atrape, sin espacio para pensar donde queda la introspección”.

Tal actitud, que el autor califica de “plaga moderna”, tiene que ver con la necesidad autoimpuesta de estar permanentemente “rentabilizando el tiempo”, por el aquel del viejo dicho de que es oro (y en su defecto plata, de la que cagó la gata), sin concedernos la posibilidad de parar y observar, lo que explicaría en parte el auge de los deportes de riesgo, el incremento demencial de las actividades extraescolares o las notabilísimas audiencias de programas televisivos que otrora fueron del corazón y hace tiempo se trasladaron al hígado, porque permaneciendo atentos a las vicisitudes afectivas o comportamentales de los demás no tenemos que ocuparnos de las propias.

Sostiene Carrión que, respecto al segundo apartado el futuro es de color hormiga para la infancia: “Posiblemente, los niños que no han tenido que gestionar espacios de aburrimiento tendrán más dificultades para desarrollar un pensamiento independiente, menos capacidad creativa y de improvisación”. Como quiera que tal premonición probablemente no la verán mis fatigados ojos, anidados ya en el arrabal de senectud, procuro ensimismarme de manera regular y seguir el consejo que le dio santa Eufemia al Infante don Fernando: “… que salga el Sol por Antequera y que sea lo que Dios quiera”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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