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Miró al soslayo, fuese y no hubo nada

lunes 12 de diciembre de 2022, 12:00h

Instagram es una red social que actualmente cuenta con un número de usuarios superior a los mil doscientos millones. Sus principales activos son gratuidad, versatilidad, facilidad de uso, posibilidad de vincularse a la ya en declive Facebook, permitir al usuario crear su propia “tienda” y prescindir de una web, y seguramente muchos otros activos a los que mis entendederas no alcanzan. En lo que me atañe y por sobre todo ello, mi vinculación entusiasta al “Insta” ha representado, entre otras cosas, la oportunidad de descubrir a grandes talentos del arte fotográfico, no sólo contemporáneos, sino vivitos y coleando, cuando desde el andorreo por el arrabal de senectud y la arcaica pasión por esta forma de expresión artística, remitía hasta hace poco a Man Ray, Alfonso Sánchez, Dorothea Lange, Henri Cartier-Bresson, Robert Cappa, Gerda Taró, Robert Frank, Ouka Leele, Francesc Català Roca, Tina Modotti y pocos más que ahora no me vienen a la memoria.

Entre los muchos y sorprendentes hallazgos que he ido descubriendo en la red, destaca el del fotógrafo sardo Stefano Marras (@stefa.marras), quien con atinado criterio se define como “Ladro de anime”/ “Ladrón de almas”, al estar especialmente dedicado a inmortalizar los rostros de personajes anónimos, como un acto de rebeldía dentro de: “… una sociedad de apariencias en las que hemos aceptado que nuestra vida se convierta en poco más que en un spot televisivo”. Sostiene Stefano, como ya lo hizo Pereira, que a lo largo de este tiempo y proyecto ha podido constatar que: “… personas de distintas edades, culturas, idiomas, etnias, religiones y experiencias de vida muy diferentes, en realidad hablan el mismo idioma, lo que de un plumazo elimina cualquier diversidad prejuiciosa. Diría que las personas que retrato están aquí, transitan entre nosotros para revindicar enérgicamente su existencia”.

En uno de nuestros primeros contactos epistolares, Marras me envió la fotografía de una placa instalada en la Piazza Arsenale del casco antiguo de Cagliari, la capital de Cerdeña, que reza: “SOLDATO DELLA SPEDIZIONE SPAGNOLA IN TUNISIA MICHELE CERVANTES GIUNSE NEL MARE CAGLIARITANO NEL SETTEMBRE DEL MDLXXIII NELL’ANNO 1995 AUSPICE L’ASSOCIAΩIONE “AMICI DEL LIBRO”, lo que en roman paladino podría venir a decir que: “El soldado de la expedición española a Túnez Miguel de Cervantes llegó al mar de Cagliari en septiembre de 1573”. Inmediatamente me percaté de que Cagliari es territorio italiano desde hace poco más de siglo y medio, mientras que durante cuatro centurias fue parte de España.

Hallazgo de escaso fuste que al poco me llevó a preguntarme que hacía por aquel tiempo el autor de El Quijote en una isla española, que por su tamaño, es la segunda más grande del Mediterráneo. No fue tarea sencilla, pero la pesquisa en varios textos académicos y el crucial el hallazgo del artículo Miguel de Cervantes en las galeras del rey de España del historiador granadino Alfredo Alvar Ezquerra, profesor de Investigación en el CSIC y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, fueron decisivos.

A través de su gran autoridad científica pude saber que Miguel de Cervantes, además de uno de los más grandes escritores de la historia universal y por circunstancias derivadas de un hecho de sangre, fue soldado de élite entre 1570 y 1575, sirviendo en la compañía de Manuel Ponce de León, adscrita al Tercio de Lope de Figueroa, una unidad dinámica y versátil, formidablemente entrenada para combatir eficazmente en tierra y mar. Contingente que hoy, en palabras del propio Alvar, podríamos considerar: “… un excelente cuerpo anfibio o mixto, y esencialmente móvil, frente a los tercios “afincados”, por decirlo así, en territorios concretos”. Con ese contingente intervino Don Miguel en las batallas y refriegas de Corfú, Navarino, Modón, Túnez, La Goleta y Malta.

Luego, el 7 de octubre de 1571, Cervantes participó muy activamente en la “Más alta ocasión que vieron los siglos”, la Batalla de Lepanto. De resultas de aquel memorable hecho de armas, acabó gravemente herido y perdió para siempre la movilidad de su mano izquierda: “Allí me dieron tres arcabuzazos, dos en el pecho y otro en la mano izquierda, para gloria futura de la diestra”.

Un año después, Cervantes ya figura en la primera relación de las 235 personas a quien Don Juan de Austria ordena otorgar “ayudas de costa” y en una segunda ampliada a 409 beneficiarios: “… por haber servido señalada y particularmente el día de la batalla que se dio a la armada del turco a los siete de octubre de 1571 con la Santa Liga que salieron heridos y muchos de ellos mancos”.

Todos los soldados, desde los relativamente sanos a los gravemente heridos, necesitaban descansar, por lo que en el otoño de 1573 Don Lope de Figueroa decidió que sus huestes invernaran en la isla de Cerdeña, lo que parece conmemorar la antedicha placa que recuerda la llegada a Cagliari. Allí, Cervantes, como miembro de su Tercio, permaneció seis meses, hasta que el 24 de mayo de 1574, la flota de Don Juan de Austria viajó desde Sicilia para recoger en el puerto corso al Tercio de Don Lope y zarpar juntos hacia Génova, con la idea de enfrentarse al turco que intentaba recuperar la plaza de Túnez. La expedición resultó ser un desastre. La Goleta cayó el 23 de agosto y Túnez el 13 de septiembre de 1574. Cervantes comprendió que sus días de soldado estaban tocando a su fin y en este punto me puse a trabajar con Stefano Marras, quien aceptó de buen grado, aunque excepcionalmente, robar un alma del pasado. De tal suerte que inmediatamente se aprestó a dar vida al proyecto de intentar recrear uno de los momentos de lo que pudieron ser sus últimos días en la isla.

Parece de todo punto plausible que, al objeto de afrontar con la bendición celestial sus nuevos e inescrutables destinos, el alcalaíno acudiera al convento de los frailes dominicos de Cagliari, que, dirigidos por el pistoyés Fray Nicolò Fortiguerra de Siena, había llegado al lugar en 1254, para hacerse cargo de la sede ultramarina del Consejo de la Suprema y General Inquisición, quedando así como responsables sumos de la defensa de la fe católica y la persecución de la herejía en ese rincón de la Monarquía Hispánica.

Para el artista, la tarea ha sido, durante meses, un penoso ajetreo de largas explicaciones a través de correos electrónicos, llamadas y ruegos a la congregación, pero, finalmente, los frailes accedieron a que las sesiones se hicieran en el claustro, poniendo como condición de que, más allá del papel del actor Bruno Sanna que debería interpretar a Cervantes, un miembro de la orden fuera el protagonista de las imágenes. Y así ha sido. Las fotos están listas y recreando el histórico momento.

Así queda gráficamente documentado cómo, se non è vero, è molto ben trovato, Don Miguel de Cervantes, bravo e ilustre soldado de los Tercios españoles, ungido por la fe, recibió, en los albores de la primavera de 1574, la bendición de un fraile dominico, y luego, in continente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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