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Turismo y turistas

domingo 10 de agosto de 2025, 17:01h

A alguien que nació en Villagarcía del Llano, un pueblo conquense de menos de 1000 habitantes hundido en una especie de vaguada escondida en medio de esa inmensa llanura de La Mancha manchega (que hay mucho vino, mucho pan, mucho queso y mucho tocino…), y que llaman comarca de la Manchuela, nada hay que le turbe menos que el sonido de las ingratas chicharras, el de los amenazantes mosquitos, el runrún de las moscas cojoneras, los rebaños de ovejas pastando cerca del pueblo, los olímpicos saltamontes , las inquietantes culebras, el repique de campanas o el canto del gallo cuando toca, que suele ser al comienzo de cada jornada y cuando al rey del gallinero le viene en gana.

Lo que no pueden pretender los modernos y advenedizos turistas rurales es que todos esos olores, colores y sonidos haya que alterarlos para que ellos, ecologistas de ssalón, vean cumplidos sus sueños idílicos de lo que consideran un campo ideal cuando piensan en esas dos o tres semanas de inmersión en la naturaleza, de paz interior , de comida sana y de paseos interminables bajo un sol que, en vez de quemarles la calva si no han tomado la precaución de cubrirla con una gorra o con un sombrero de paja, se la acaricie suavemente mientras una ligera brisa mañanera les da los buenos días, alegre por tener la posibilidad de mostrarrse en todo su esplendor junto al resto de señales que demuestran que verdaderamente se encuentran en zona libre de molestias urbanas y cosmopolitas.

"Atención visitantes. Estáis entrando en una zona con riesgos y peligros; es decir zona rural", rezan algunos carteles que los veraneantes que se han acercado al pueblo gerundense de Sant Pau de Segúries, han leído no sin cierto asombro y preocupación. Sus quejas y comentarios a los propietarios de los alojamientos rurales en donde han dado con sus huesos han provocado que las autoridades locales recuerden a esos sobrevenidos ecologistas de la metrópoli que un pueblo es también -y quizás sobre todo...-, eso: sonidos, olores y sabores que distan mucho de la cotidiana contaminación atmosférica y acústica, del tráfico diario, los silbidos del metro o los grandes carteles electrónicos que invaden plazas como la madrileña del Callao, o la neoyorquina Times Square.

Pero eso, o algo parecido, no sólo sucede en nuestros pueblos y aldeas. Hay signos que identifican a una civilización y no veo que los viajeros se quejen amargamente porque en Estambul (pongamos por caso), cinco veces al día suenen los altavoces situados en las innumerables mezquitas de toda la ciudad llamando a la oración (ezan en turco) recitando fragmentos del Corán, del mismo modo que nadie se queja de que cada mañana a las 12 en punto suenen las campanas de San Pedro en el Vaticano para recordar a los católicos que es la hora del Regina Caeli.

Si el canto del gallo turba los lúbricos sueños de los turistas rurales , lo mejor que pueden hacer es buscarse otros destinos en las próximas vacaciones y que ponderen si es más o menos molesto o placentero despertarse con el kikiriquí, con la llamada a la oración musulmana o cristiana, o con las señales horarias del primer informativo del día escuchado desde casa. Sobre gustos no hay nada escrito.

Si no, que se lo pregunten a Pedro Sánchez, confinado voluntariamente en Lanzarote durante 23 días -las vacaciones más largas del presidente desde su llegada a la Moncloa–en esa especie de casita rural llamada La Mareta, más bien un suntuoso palacio construido a finales de los años 70 y diseñado por César Manrique (30.000 metros cuadrados ubicados junto al mar y con unos extensos jardines, y una zona deportiva que agrupa pista de tenis, cancha de baloncesto y gimnasio), regalado por el rey Hussein de Jordania a Juan Carlos I, el entonces rey de España en 1989 que éste, a su vez, traspasó a Patrimonio nacional , y del que ahora el presidente goza tranquilamente, eso sí, custodiado por docenas de geos que han blindado la isla como nunca, y siempre atentos a que allí no cante más gallo que el presidente.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023) LInkedIn: https://www.linkedin.com/in/josé-miguel-vila-8642271a/

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