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La autora es profesora Titular de Sociología UCM, periodista, escritora y poeta

'San Miguel de Cervantes': Alonso Quijano y yo'. Por María Antonia García de León

'San Miguel de Cervantes': Alonso Quijano y yo'. Por María Antonia García de León

jueves 29 de mayo de 2025, 12:11h
Vuelvo al territorio de mi infancia. Allí, Cervantes era un santo patrón, estaba por doquier en el Campo de Calatrava, donde yo vivía. Realmente yo creía que era un santo, lo veía en el gabinete de mi abuela Umbelina. Su busto en escayola con una golilla blanca sobre un pedestal. Al lado, un Sagrado Corazón de Jesús, en su trono, con la bola del mundo en la mano. Sí, allí a su lado, estaba “San Miguel de Cervantes”.

El regalo más socorrido con el que siempre se acertaba, era un Quijote, ya fuera en botella de vino Clavileño, en pomposo cenicero, en plato de cerámica de Talavera ilustrado, o simplemente como estatuilla dorada. Mi madre, al abrir un regalo, decía con cierta sorna: “Vaya, otro Don Quijote”. De mi otra abuela casi nunca hablo, porque no hay mucho de qué hablar, pues literalmente no hacía nada. Se llamaba “Diotima conocida por Erasma”. Se enorgullecía de estar así en la partida de nacimiento.

La arreglaban todos los días. Lavada y peinada, siempre vestida de negro, se sentaba en una mecedora de rejilla al lado de la chimenea y pasaba todo el día de esta guisa. Su única actividad conocida era leer todas las esquelas de muertos en el periódico, y rezar una oración por cada uno. Era muy devota de las benditas Ánimas del Purgatorio. Recuerdo este dicho que sentenciaba la gente (al ser ella una rica heredera, hija única): “aunque coma monedas de oro todos los días, nunca le faltarán”. Eso me parecía fantástico. Le daba mil vueltas a aquella hipotética forma de alimentarse que nunca logré comprender.

En este ambiente hidalgo y cervantino me crie, por ello Alonso Quijano era quasi un querido familiar. Son muy de mi gusto las enumeraciones. Las de sus ralas posesiones y las de sus frugales comidas. Yo tuve una educación pitagórica, fui una niña pitagórica, y toda enumeración era un hábito en mi vida: la retahíla de los reyes godos con sus preciosos nombres, la lista de las virtudes, y tantas otras.

Mi Quijote

Es esta parte inocente, sencilla y actualísima de Alonso Quijano mi favorita. La de los preparativos del viaje y su ceremonial. Simpatizo con ese tropel de libros que lo rodean: (según Doré) igualmente con lo de pasar “las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio”. Y vivir literariamente. Yo no hago otra cosa. La segunda parte me parece muy circense. Los duques, sus bromas, no son de mi agrado. Solo fui una vez al circo. Me pareció muy triste.

En otro terreno, le saqué mucho partido, como análisis del poder a Sancho en la isla Barataria. Tuvo un cierto eco mi trabajo publicado "Las Sanchas. Sobre mujeres y poder”. Y, más allá de las partes de la obra, admiro al Cervantes feminista avant la lettre con la defensa de Pastora Marcela, y su vivir en libertad contra toda convención social.

He andado todos los caminos de Don Quijote. Recuerdo aquella noche que dormí en El Toboso. Toda la villa enquijotada, con citas de la obra sobre el encalado de sus casas. Por la calle, me preguntaron por su particular Biblia: “¿No conoce el capítulo IX?”.

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