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¿Y... eso es todo?

¿Y... eso es todo?

lunes 11 de enero de 2010, 18:54h

La verdad, a la vuelta de las vacaciones y dado el temporal político que azota España, se esperaba más de Mariano Rajoy en su discurso ante la Junta Directiva Nacional. Ha sido más de lo mismo, largo, tedioso y aburrido. Una retahíla de recetas incompletas y ya archiconocidas -siempre es lo mismo- sobre lo mal que nos va. Ha habido, eso sí, mucho anuncio que 'convenciones', de reuniones de amiguetes aquí y allá por toda la geografía nacional. Reuniones con un evidente objetivo publicitario, pero de las que se duda el contenido político, al menos por las precedentes.

Rajoy tiene un problema que se llama Rajoy. Con un Zapatero hundido ya para los restos -¿alguien puede dudar a estas alturas que el presidente del Gobierno es sólo un vendedor de humo, de mal humo?-, Rajoy no despunta. Lo dicen las encuestas cuando hablan de valoración de líderes. ¡Faltaría más que con este Gobierno en decadencia el principal partido de la oposición no creciera electoralmente! Pero lo asombroso es que hasta Carme Chacón, por poner un rancio ejemplo -y no precisamente de abolengo-, sea mejor valorada por el conjunto de los nacionales que el líder de la oposición y aspirante a La Moncloa. Así que discursos como el de este lunes ante la plana mayor pepera tampoco ayudan a configurar una imagen creíble de Rajoy.

Es cierto que ha dado un repaso a los temas de candente actualidad, pero para decir más de lo mismo. Ha planteado los mismos problemas que ya sabemos, que se los hemos oído multitud de veces, pero sin medidas paliativas y sin atreverse -porque no hay valor, aunque sobra pragmatismo- a plantear lo que realmente proyecta. Rajoy habla de reforma ineludible del mercado de trabajo, pero no la concreta, acaso porque lo que piensa es en el abaratamiento del despido hasta coste cero… para el empresario. O la congelación -rebajar ya le va a ser más difícil- del sueldo de los funcionarios -¿y dados a rebajar, por qué no suprimir las autonomías con sus cohortes y legiones de funcionarios y funciones duplicadas?-, la reforma del INEM al estilo militar de Aznar -que dio lugar a la famosa ¿no huelga, ja? de junio de 2002-, los recortes en prestaciones sociales… Así ahorra el Estado, es cierto, pero a costa de lo de siempre y de los de siempre.

Por eso Rajoy no resulta creíble para un inmenso número de españoles, porque se lee en su mente lo que sus labios no dicen. No es creíble siquiera cuando habla de Afganistán, guerra -que lo es, y sangrienta- en la que España participa… por Aznar, que fue quien en ella nos metió poco antes que en la de Irak. Y si antes valía que era la ONU la que la auspiciaba, ¿por qué no sirve ahora el mismo placebo? Y que conste que muchos españoles estamos en contra de ésta y de cualquier otra guerra.

Pero Rajoy tiene otro problema añadido: se ha rodeado de una miniguardia pretoriana que no admite el milagro del juego en equipo. Da la impresión de que son pocos y mal avenidos y fuera quedan muchos que podían aportar algo a lo poco que los pocos aportan… salvo honrosas excepciones. Claro que, como decía un antiguo dirigente del PP -hoy cultivando telarañas en los sillones oficiales del retiro forzoso o forzado-, "con esos mimbres hay que hacer un cesto". Y así nos va a todos.

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