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OPINION/Víctor Gijón

Derecha moderna y la estatua de Franco

Derecha moderna y la estatua de Franco

martes 28 de octubre de 2008, 11:34h
La derecha moderna de Santander, incluso la que parece querer representar el alcalde Iñigo de la Serna, no acaba de despegarse de viejos tics, modos y maneras de una casposa ultraderecha que se hizo demócrata y autonomista en el último suspiro, segundos antes de que la historia los mandará al rincón definitivamente.
Agiornados como forma de supervivencia no hay más que rascar en el pintura para dejar al descubierto sus vergüenzas. El caso de la estatua de Franco, presidiendo para ofensa de todos los demócratas la principal plaza de la ciudad, es paradigmático de cómo actúa esa derecha vergonzante. Juan Hormaechea la quitó para remodelar la plaza, pero la volvió a poner con el peregrino argumento de que él no la había puesto. Nada que ver, ¡qué infamia!, con el hecho de que una parte de sus apoyos electorales proviniera de una siempre pujante extrema derecha santanderina.

Gonzalo Piñeiro se negó durante años a considerar la posibilidad de retirar el monumento al dictador y, sólo ante la fuerte presión social, aceptó cambiar de nombre la plaza que alberga la estatua, que pasó de ser Plaza del Generalísimo [Franco] a Plaza del Ayuntamiento. Y de paso se quitaron algunas placas y monolitos, dejando, sin embargo, el callejero de la ciudad repleto de homenajes a generales golpistas y jerifaltes falangistas.

Piñeiro se despidió de la alcaldía anunciando que la estatua ecuestre de Franco se retiraría cuando se procediera a remodelar la plaza por las obras de reforma del parking subterráneo. Una forma de ganar tiempo y buscar coartadas para una decisión que es de obligado cumplimeinto tras la aprobación de la Ley de la Memoria Histórica.

Pues bien, el alcalde De la Serna, que pasa por ser, y creo que lo es, al menos por edad, un miembro cualificado de la nueva derecha, sin vínculos ni deudas con el pasado, se agarra a la decisión-excusa, al argumento cobarde de su predecesor para proceder a lo que la ley citada obliga: retirar de la vía pública todos aquellos símbolos que no se correspondan con la democracia ni con la Constitución.

Es, sin duda una ocasión perdida, para dejar claro que está más cerca de Ruiz-Gallardón, como insisten sus hagiógrafos, que de Aguirre. Tiene, no obstante, todavía alguna oportunidad más. Por ejemplo, esa revisión pendiente del callejero santanderino donde vías muy principales siguen llevando los nombres de políticos de extrema derecha (Calvo Sotelo o José Antonio Primo de Rivera…), generales sublevados (Mola, Sanjurjo…) y ministros represores (Alonso Vega), por poner sólo algunos ejemplos.
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