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Pobreza circunstancial

Pobreza circunstancial

viernes 28 de noviembre de 2008, 19:32h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes.
Bueno, que como que sí, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y empobrecidos niños y niñas que me leéis, que como que toca salvar las apariencias y, durante una temporada –que esperemos que sea cortita-- no dar el cante con nuestra condición de asquerosamente ricos. Vamos, como que toca austeridad ahora que, con toda la carga de emotividad y buenos deseos que conllevan, se acercan las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes.

    Por motivos de sana prudencia, mis amigos del club y yo con ellos, hemos decidido unirnos a la ola-de-austeridad-que-nos-invade camuflándonos visualmente. Es el momento de recurrir a la regla más segura, que como todo el mundo sabe, son tres: que no se note (nuestra riqueza), que no se mueva (ninguno de nuestros apabullantes coches) y que no traspase (el estado de nuestras cuentas corrientes).

    ¿Y cómo se camufla un rico-rico como nosotros? ¿Cómo se mimetiza, aunque sea en la zona alta de Barcelona o de Madrid, en un entorno de clase media-alta? Porque tampoco conviene exagerar demasiado en esto de pasar desapercibidos y disfrazarnos de pobres, o sea, de gentes de las clases medias y bajas. C’esta la mère du mouton, mes enfants!. Aquí está la madre del cordero.

    Empecemos pues por el domicilio. O, recurres a la industria cinematográfica, sección decoradores de exteriores, y recubres tu palacete, por la parte del muro exterior en plan bloques de VPO, con mínima zona verde, o lo de hacer que el casoplón en el que vives parezca un conjunto de cuatro chalets pareados como que no sólo resulta difícil de las gónadas masculinas, o te ves obligado a demoler tu domicilio y pedir la recalificación municipal del terreno para levantar los susodichos pareados de obra. Lo que resulta un vagidazo de tamaño descomunal. O sea, que escenografía al canto y ya está.

    Viene ahora, como dijo con mucho acierto Pototo Sedó, lo del coche. Naturalmente ya te puedes olvidar de tu PMP (Parque Móvil Personal) que eso de ir a arreglar un ERE (Expediente de Regulación de Empleo) a bordo de tu Lamborghini –si tienes el día deportivo—o de tu Rolls Royce con chofer –o mecánico, como le llaman en Madrid— se puede prestar a suspicacias innecesarias en el trance de hacer pasar por el aro al comité de empresa.  En su lugar hay que recurrir a marcas más asequibles: Mercedes, BMW serie 500, o Audi. Eso sí, como apuntó Quico Boada, basándose en las experiencias de su primo Poldo,  conviene que el vehículo no parezca nuevo, aunque lo sea. Y ahí es donde Poldo, espíritu aventurero donde los haya, hasta el extremo de tener industrias en el extrarradio barcelonés, hace tiempo que tuvo una brillantísima idea. Se le ocurrió que lo mejor era tener un cochazo de última generación, pero –Poldo es ingeniero industrial— externamente con pinta de haberse saltado una docena de iteuves. O sea, con una carrocería –hecha a medida— pero de aspecto cochambroso. Funciona. Hasta el punto de que Poldo, hace dos años, dejó todo un mes su coche en el aparcamiento del aeropuerto del Prat, encontrándoselo a su regreso con el mismo número de ralladuras y desperfectos que tenía al dejarlo. Eso sí, con una nota de la Policía Municipal conminándole a retirar semejante cacharro inservible.

    En cuanto al aspecto externo, acorde con la austeridad presente, Geni Giral, que es doctor en Ciencias Económicas y que, junto a mí, constituye el árbitro de la elegancia en el vestir, nos recomendó a todos el utilizar prendas de vestir del año anterior. No hay problema ninguno, porque, quien más, quien menos, las ha podido rescatar del ropero de la servidumbre. Pero, en su defecto, también se puede recurrir a marcas normalitas, tipo Burberrys, Barbour, Lacoste y Paul & Shark. Aquí pongo el corte, porque utilizar cosas de Cortefiel, Zara o Massimo Dutti es como caer demasiado bajo.

Quedaba lo del equipaje. Fácil de solventar. Se compran juegos de Salvador Bachiller o de Mandarina Duck, de las medidas adecuadas para que en su interior lleven las maletas Louis Vuitton de toda la vida. Esa fue idea mía.

Y, en cuanto a nuestros jets privados y nuestros yates a motor. La solución la brindó Fito Soldevila de Monteys. Los aviones, por supuesto, se repintan con el logotipo de algo que suene a oenegé –las hay a cientos--, de esas que llevan auxilio a cualquier lugar del mundo. Y los yates, para algo se tiene que notar que España sigue estando a la cabeza de la pesca mundial. Externamente, se les dota de aparejos de pesqueros de arrastre –las esloras más grandes—o de palangreros –esloras algo más reducidas—con lo que el pabellón rojigualda seguirá ondeando orgulloso a todos los puntos de la rosa de los vientos.

Como podréis ver, pequeñines/as míos/as, a la hora de camuflarnos, los ricos sabemos hacerlo como Dios y ZetaPé mandan.
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