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La revolución árabe: los viernes sangrientos

La revolución árabe: los viernes sangrientos

domingo 24 de abril de 2011, 12:19h
Los viernes se han convertido ya en el día en que los jóvenes árabes salen a la calle de nuevo, aprovechando que la oración en las mezquitas reúne a los ciudadanos, para recordar que siguen en alerta hasta lograr sus objetivos, al fin y al cabo más que razonables. En algunos países como Siria pagan un alto tributo de sangre y vidas. La represión inhumana desatada contra ellos por el régimen del oftalmólogo de formación, Bachar el Assad, ha dejado al país sin solución intermedia: o al-Assad acaba con la revolución o la revolución acaba con al-Assad y su régimen. Algunas fisuras ya han aparecido, como los soldados que no quieren disparar contra los jóvenes, y que a su vez mueren porque los matan sus superiores, o algunos parlamentarios que renuncian a sus escaños. La neutralidad de las fuerzas armadas, como en Túnez y en Egipto, sería esencial para evitar más derramamiento de sangre, pero los militares sirios, maestros en golpes de estado y contragolpes, no son la solución sino parte del problema. Aunque nada es descartable, el régimen son ellos, y un partido único baas-sirio con el cual monopolizan desde 1963 el usufructo de un estado patrimonializado. Lo único claro después de tres meses de revueltas es que los jóvenes árabes, del Golfo al Océano atlántico, quieren un cambio de rumbo radical, el fin de los partidos únicos, de los estados de excepción que en varios países siguen en vigor formalmente o informalmente con el pretexto de la movilización contra Israel, y libertad y democracia. También quieren trabajo, que se acabe con los predadores de las riquezas de sus países, y que la política haga honor a su etimología. Son ellos los que con su perseverancia y a un alto coste de vidas están forzando, más que ninguna otra presión, al resto de los dictadores a contemplar como inevitable el abandono del poder aunque algunos, como Gaddafi, parezca preferir morir con las botas puestas. El caso del presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh lo prueba. Después de haber sostenido que se mantendría en su puesto hasta que su mandato expirase en 2013, ahora afirma que se marcharía con ciertas condiciones. Saleh se mantuvo hasta ahora con el apoyo de los países del Golfo y de Estados Unidos, según algunos analistas árabes. Al igual que la clase militar argelina, el régimen de Yemen gozaba de un cierto favor por su colaboración en la lucha contra el terrorismo porque el sur del país, antaño marxista-leninista y centro de la revolución en el Golfo, es en la actualidad un refugio de Al Qaeda y del terrorismo residual. Pero la revolución árabe comienza a dejar entrever posibles mutaciones estratégicas en la zona. Los chiitas de Irak constituyen un potencial eslabón de  un cambio que proyectaría a la escena la pugna chiismo-sunismo, mientras que la evolución de una Turquía en parte rechazada en Europa, compensaría la pérdida estratégica para Irán de su único verdadero aliado sirio. En ello está también el futuro del Hizbulá libanés y de la Hamas palestina. El Secretario General de la Liga Árabe, Amr Mussa, a quien los egipcios parecen preferir como futuro presidente, ha dicho en estos días que la revuelta árabe continuará y se extenderá a todo el mundo árabe. Su popularidad es en buena medida consecuencia de su destitución como ministro de Exteriores por Hosni Mubarak, quien lo llegó a considerar un obstáculo en su política de acercamiento a Israel. Ese acercamiento se lo confió al jefe de los servicios secretos egipcios desde 1986, general Omar Soleiman. Algunos importantes analistas egipcios, como el antaño poderoso Mohamed Hassanein Keykal, creen incluso en la posibilidad de un contragolpe norteamericano-israelí, mientras que otros sostienen que la revolución egipcia ha significado una importante contrariedad estratégica para Occidente, que tuvo en Mubarak su mejor aliado en sus 30 años de gobierno. La prensa israelí se ha hecho eco de la inquietud de Israel por la liberación de antiguos terroristas como los de la Gamaa al Islamiya o de antiguos jefes de los Hermanos Musulmanes, la organización más poderosa en Egipto después del Ejército, y la más influyente en el islamismo de todo el mundo árabe que a su vez ha sido, junto con los islamistas de obediencia iraní,  la fuerza más militante contra la existencia misma del estado de Israel. En todo caso, los islamistas, que regresaron ahora con traje y corbata occidental y con discursos moderados a Túnez, Argelia, Egipto, independientemente de las percepciones de Estados Unidos o de Europa, constituyen igualmente una potencial amenaza de fragmentación de las sociedades árabes, principalmente por el temor que suscitan en las mujeres y en las élites partidarias de una democracia basada en derechos humanos universales y no en los específicos de ninguna religión. El islamismo necesita deslindarse a su vez del radicalismo y del terrorismo porque éste es el que ha permitido que los gobiernos y los medios de comunicación occidentales les incluyan a todos en el mismo saco y les conviertan en el símbolo de la amenaza, cuando en realidad las asociaciones islámicas desempeñaron un papel importante supliendo las carencias más elementales de los gobiernos y proporcionando una cohesión cultural a un área de países muy alienada durante el siglo y medio de colonización. No es la religión concebida como una opción individual la que dificulta la democracia, sino su utilización por grupos radicales. _____________________________________________________________ * Domingo del Pino es especialista en el mundo árabe, ex delegado de la Agencia EFE en Marruecos, ex corresponsal de El País para el Norte de Africa, fue miembro de la Euro Med and the Media Task Force de la Comisión Europea y, actualmente, es miembro del consejo editorial de la revista bilingüe Afkar/ideas; colaborador de Política Exterior y Economía Exterior; de la Revista Española de Defensa; y director del Aula de Cooperación Internacional de la Fundación Andaluza de Prensa.
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