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Cuando la democracia huele mal

Cuando la democracia huele mal

viernes 05 de marzo de 2010, 18:07h
Lo que viene pasando en las universidades -en unas más que en otras, todo hay que decirlo- no deja de ser un tibio reflejo de lo que ocurre en el país. No hace falta recurrir a altisonantes frases de lo que debería ser un campus como catalizador de ideas, lugar de encuentros y foro de debates, para condenar los repetidos abucheos, intentos de boicot, pancartas insultante etc. con los que grupos de universitarios tratan de silenciar las voces de los que no piensan igual que ellos. Han sido muchos los atacados y de muy distinto pelaje; los más recientes Aznar y su peineta al que le llamaban asesino y genocida y ayer mismo Rosa Diez a la que gritaban -mire usted por donde- fascista mientras le lanzaban pintura roja. Pero igual ocurrió -y en esta misma facultad de Ciencias Políticas de la Autónoma de Barcelona- con Vidal-Quedaras, Narcís Serra o Solé Tura. Este tipo de recibimientos ha entrado ya a formar parte de la costumbre de los jóvenes independentistas y hoy por hoy parecería  más preocupante acudir allí y no tener ningún incidente a tenerlo. Si no te insultan, no eres nadie.

Pero el problema no está en los estudiantes radicales, o no sólo en ellos. Es toda una generación que ha crecido al margen del sistema para mal o para peor. El grupo mayoritario es el de "para mal" y lo componen una mayoría demasiado significativa que no tiene ningún interés en el hecho de vivir en sociedad y de cómo organizarse para eso; quiero decir que pasan de la política como si la política no les afectase y hemos sido nosotros, los medios y los propios políticos, los que a fuerza de sectarismo, demagogia y visceralidad les hemos presentado un panorama no sólo poco apetecible sino francamente rechazable. ¿Cómo asombrarse ahora de que desconfíen de todo?

   Luego está el grupo menos numeroso de los de "para peor" que son los que han visto -por centrarnos en Cataluña- cómo el partido mayoritariamente votado allí firmaba nada menos que ante notario que nunca pactaría con el PP, cómo el PSC comparte moqueta con Esquerra o cómo se utiliza un club de fútbol para lanzarse a una extraña carrera política. Son los hijos de los que no rotulan en catalán o de quienes les delatan por no hacerlo, los que creen que quemando banderas o silenciando opiniones se alcanza la libertad.

   Y esto es lo que hay y así nos va. Que venga luego Willy Toledo a descubrirnos que en España hay decenas de cárceles secretas, pues, la verdad, es casi una anécdota. No creo que este sea el mejor de los caminos para nadie; es de sobra conocida la historia del lechero llamando a las 5 de la mañana para definir la democracia. Pero lo contrario podría llegar a ser esta nueva tradición: cuando en una universidad no hay posibilidad de expresarse libremente y de confrontar las ideas, la democracia empieza a oler mal.

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