El Sáhara o el nacimiento de una nación

Con poco más de veinte años visité el Sahara y pensé entonces que no fue más que un signo de decadencia de nuestra nación dejar a su suerte a un grupo de (entonces) españoles como eran los saharauis. Los últimos estertores de la dictadura y un dictador agonizante mostraron un régimen sin público capaz de bajarse los pantalones ante los intereses mediterráneos del atlantismo.

De nada había servido haber convertido el Sahara Occidental español en provincia : ni más ni menos. Lejos quedaba el tiempo del Protectorado y, con cierta aspiración imperialista, se había admitido a los compromisarios saharauis, aquellos ataviados de blanco, en las Cortes generales. Parecía evidente, entonces, como le pasó a Guinea, que había que cumplir aquello que nos planteó la ONU en 1967 : la independencia del territorio.

Pero ni pudimos con la Marcha Verde a mediados de los setenta, ni le hicimos el menor caso al dictamen del Tribunal de La Haya en 1975 que decía textualmente que ningún sultán pudo tener influencia en el territorio y que, por ende, Marruecos no podía argüir derecho histórico alguno.

Abandonamos El Aium, que significa los manantiales, aquella ciudad donde el comandante Antonio de Oro estableció un puente de mando a principios del siglo XX. Dejamos a la población saharaui a su suerte y un área en conflicto. Fuimos el primer caso en la historia que doblamos el territorio del país vecino. La República Árabe Saharaui Democrática está reconocida por no pocos países y es socio fundador de la OUA. Ahora les llaman bandidos, delincuentes, forajidos.