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1 .- La llegada de los jesuítas

1 .- La llegada de los jesuítas

miércoles 06 de octubre de 2010, 19:54h
Hagamos un poco de historia. La llegada de los españoles a lo que hoy conocemos como Bolivia se produjo a través de Argentina y Paraguay. Los conquistadores afincados en Buenos Aires y en otras localizaciones a orillas del Río de la Plata tenían vagas noticias de la existencia de una “Sierra de la Plata” que creían estar situada en Perú. Hacia ella partieron. Fundaron en 1537, la ciudad de Asunción, en la confluencia de los ríos Paraguay y Pilcomayo, que se convirtió en lo que ahora denominaríamos “campamento base” para sucesivas expediciones hacia un mundo desconocido y acechante. De allí salieron por distintas rutas, Domingo Martínez de Irala, Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Ñuflo de Chávez.
En su lento avance se encontraron con distintos grupos étnicos con los que tuvieron que luchar, o, en el mejor de los casos, pactar una colaboración. Entre aquellos grupos humanos autóctonos estaban los “chiquitanos”.

    Lo malo es que junto a los conquistadores viajaban grupos de colonizadores que se sentían atraídos por la plata que, creían, iban a encontrar en el camino. Aquellos colonizadores fueron los iniciadores de una historia de opresión. Cualquier foco de resistencia indígena era eliminado por las armas, lo que motivó no sólo la muerte de muchos nativos y la huida de una buena parte de los supervivientes. En aquel momento comenzó la esclavitud en la zona. El mal trato que recibían los indios, no sólo en aquellas tierras sino en todo el continente, motivó que el Papa Pablo III, redactara el Breve “Veritas Ipsa”, en 1537, por el que declaraba que los indios eran seres humanos verdaderos. Así estaban las cosas.

Ñuflo de Chávez siguió avanzando y guerreando. En 1561 fundó Santa Cruz de Chiquitos, no lejos de donde está hoy la población de San José de Chiquitos. Por cierto, el nombre de “chiquitos” viene de una falsa creencia de la estatura de aquellas gentes. Cuando llegaban los conquistadores a las proximidades de un asentamiento humano, los nativos huían, pero quedaban sus chozas. Aquellos soldados observaron que la puerta de entrada a las casas era muy baja y estrecha. Creyeron, por tanto, que sus habitantes eran muy chiquitos. Y de ahí surgió el nombre con el que hoy se les conoce. No sabían que aquella poca altura del acceso a la modesta vivienda obedecía a una forma de defensa ante el enemigo quien tendría que agacharse de tal modo que para introducirse en la choza debería hacerlo a cuatro patas, y por tanto podía ser perfectamente aniquilado desde el interior. Otra ventaja de la puerta baja era la de que al cocinar en su interior (los chiquitéanos mantenían el fuego las veinticuatro horas del día), el humo salía por el pequeño vano, lo que evitaba la entrada de moscas y mosquitos.

     Como quiera que era zona de lucha y conflictos, los conquistadores, al cabo del tiempo, volvieron a levantar en otro emplazamiento, algo más lejano, la actual capital del departamento, Santa Cruz de Chiquitos, que hoy es la principal ciudad de Bolivia y la capital industrial del país que preside Evo Morales. Por cierto, el departamento de Santa Cruz constituye el principal baluarte de la oposición a la política de Morales. El Deber, diario de Santa Cruz, el de mayor tirada de Bolivia, arrea estopa a diario, al presidente constitucional y su gobierno. 

     Seguimos. Cuando encontraron el camino que a aquellos hombres debían llevarles al Perú, a la soñada Sierra de la Plata, Pizarro y su gente ya habían derrotado a los incas años antes. Es decir, la ruta completa estaba abierta. Y comenzaba una nueva etapa.

Algunos jesuitas también residían en el virreinato del Perú, desde 1567, a petición de Felipe II. Mucho antes los habían hecho franciscanos, dominicos, agustinos y mercedarios. Sería muy prolijo narrar toda la historia de la evangelización de Sudamérica en un reportaje. Baste con decir que el siglo XVII fue una época de asentamiento jesuítico en el continente americano, y el XVIII, el siglo de la expansión misional con la creación de las reducciones y su espectacular desarrollo, pero fue también, el siglo de su triste final. Quedaba atrás una época en la que los chiquitanos habían sido utilizados como tropa para hacer frente a la llegada de invasores portugueses que bajo el sistema de razzias, se proveían de esclavos que serían vendidos en sus posesiones brasileñas. Fue tan fuerte la resistencia, tan eficaz la lucha de los propios chiquitanos, que aquellos traficantes dejaron de invadir la región oriental boliviana tras una postrera batalla que tuvo lugar en 1717.. Había transcurrido todo un siglo de tensiones y, finalmente, de acercamiento chiquitano a los gobernadores hispanos y criollos que ejercían el poder desde Santa Cruz. Para entonces, los nativos ya estaban acostumbrados, en su contacto con los conquistadores, a manejar herramientas de hierro, sistemas de cultivo novedosos…

     Establecida la paz no era necesaria la presencia militar en la región chiquitana. Otras tierras en período de conquista exigían el envío de soldados para hacer frente a los focos de resistencia indígena. De tal modo, que cuando los jesuitas comienzan su evangelización no necesitan ir acompañados por hombres de armas. No obstante no fue aquel un camino de rosas. Varios jesuitas murieron asesinados por individuos de la etnia payaguás, enemiga de los chiquitos. Algunos de los mártires fueron los PP. Julián de Lizardi, Lucas Caballero, Antonio Guasp y José de Arce. Este último, como más adelante se contará, había sido el fundador de la primera misión en tierras bolivianas.

     Aquellos esforzados y heroicos jesuitas iban saliendo de Santa Cruz, de Córdoba o de Tucumán y se adentraban en los bosques orientales pre-amazónicos, abriéndose camino a machetazos, a la búsqueda de poblaciones o grupos de chiquitanos acampados a orillas de los ríos o en los claros de los bosques. Cada grupo misionero lo componían tan sólo dos jesuitas, y unos pocos nativos, como porteadores, conocedores del terreno e intérpretes de algunas de las lenguas que allí se hablaban. Previamente, los misioneros ya se habían repartido las funciones: uno se dedicaría puramente a la evangelización y administración de los sacramentos y el cuidado de los enfermos (debía hacer de médico). El otro se ocuparía de las cosas materiales: la enseñanza de nuevas técnicas de cultivo, y la dirección y vigilancia de los trabajos en el campo para asegurar la alimentación. Además, la enseñanza de la fabricación de adobe, tejas y ladrillos, la artesanía, organización social, etc., etc.

     Para muchos, aquella penetración en territorios, hostiles a menudo, y cuando menos, siempre inseguros, era una auténtica locura. Para los jesuitas, una utopía. Pero una utopía que, felizmente dio resultado. La primera reducción, San Francisco Xavier (hoy simplemente San Javier), la fundó el P. José de Arce, el 31 de diciembre de 1691. Aquella noche cantó por vez primera en la Chiquitania, la “Salve Regina” que fue escuchada con asombro por aquellos indígenas que temerosamente se habían acercado al altar. Eran seres humanos dotados de un excelente sentido musical. Como ha quedado escrito, el P. Arce fue uno de los primeros mártires de la Compañía en aquel territorio de evangelización y antes de morir tuvo tiempo de escribir la “Relación historial de las misiones de indios que llaman Chiquitos” escrita al alimón con otro jesuita, Lucas Cavallero, en donde contó cómo se habían formado las seis primeras reducciones.

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