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Consuelo Trujillo, actriz: "Me quiero comer la vida, me la bebo..."

lunes 22 de mayo de 2017, 10:32h
Consuelo Trujillo, actriz: 'Me quiero comer la vida, me la bebo...'
Cercana, locuaz, luchadora, extrovertida, positiva y trabajadora, muy trabajadora. Así es esta gaditana afincada en Madrid, amante hasta la médula del teatro, actriz, maestra y creadora a quien llueven los premios y los reconocimientos, en las últimas temporadas. No es extraño porque se entrega hasta el límite en cada actuación sabiendo, como sabe, que el arte está en la vida, que es la vida misma. No espera más recompensa que el reconocimiento del público. Consuelo Trujillo ve en la interpretación una suerte de mística que le hace entender mejor a los demás y entenderse a sí misma. Su vocación docente la descubrió en Buenos Aires, al lado de Carlos Gandolfo y, desde entonces, compatibiliza su labor de actriz con la de maestra de jóvenes y no tan jóvenes actores.

En los últimos meses -ya lo decimos- le han llegado reconocimientos casi a empujones, y no es extraño porque Consuelo Trujillo amalgama pasión y técnica en dosis ingentes que ha trasladado a sus interpretaciones en Medea (su Nodriza mereció el premio Ercilla), su trabajo en Cuando deje de llover (premio Unión de Actores), y muy especialmente su labor de creación, dirección, interpretación y producción en Criatura (premio Godot), y su participación en la película La novia, adaptación cinematográfica de Paula Ortiz de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, el poeta de referencia de Consuelo, de cuya palabra se enamoró siendo aún una niña cuando, en séptimo de EGB, su profesora de Lengua le propuso recitar en público varios poemas del Romancero gitano.

Consuelo es puro fuego, “pero necesito la tierra y, además, tengo mucho aire para mover este fuego que lo expande y lo descontrola todo en mí”, nos puntualiza la actriz.

J.M.V.- Actriz, maestra, directora...., ¿cuál de todas esas facetas artísticas está en la base de Consuelo como creadora?

C.T.- La de actriz. Es mi esencia, mi pasión, mi amor, mi vida... Lo primero que soy es actriz, intérprete, y de ahí viene lo demás, un enamoramiento del teatro, de la actuación. De ahí vino una necesidad de buscarme a mí misma, de conocerme para ser mejor actriz, y eso se unió a mi búsqueda como ser humano, de profundizar en mí, de conocer mejor el mundo, de entender más las luces y las sombras que nos habitan. Y ahí, pronto me encontré con que tenía capacidad para ayudar a los demás, para enseñar todo lo que yo misma necesitaba también aprender... Así descubrí una cualidad personal que desconocía, la de ayudar a la gente a despejar el camino, a quitar de en medio las ramas que no sirven, a desenredar la madeja y quitar de en medio las telarañas que nos impiden sacar lo mejor de lo que llevamos dentro, el talento y, al mismo tiempo, tratar de alejar las posibles nubes, inseguridades, miedos, desvalorización o desamor que nos perturban. La labor del maestro o la maestra tiene que ver con todo eso, saber hacer resurgir el yo, el don que cada uno de nosotros tenemos dentro en relación al arte.

P.- El teatro y la filosofía surgieron prácticamente al mismo tiempo en la Grecia clásica. ¿Cuál de las dos disciplinas te parece que ha planteado más preguntas y cuál de ellas ha dado más respuestas al ser humano?

R.- Me encanta que me plantees esta cuestión porque tengo la sensación de haber nacido allí en alguna otra vida. Hay cosas en la existencia que te vinculan a algo o a alguien y no sabes muy bien por qué, y yo tengo un vínculo muy fuerte con la Grecia antigua. Creo que los dramaturgos griegos (Sófocles, Eurípides, Esquilo, etc.) eran verdaderos filósofos. En los personajes de Edipo, Electra, Antígona, Medea o La Orestiada, se encarna la voz del hombre y de la mujer frente a la vida. Son verdaderos filósofos que nos llevan a reflexionar sobre la esencia del ser humano, de sus conflictos, de sus grandezas y de sus limitaciones, de la luz, del camino que se nos abre...

El año pasado estuve con Medea, en el montaje de José Carlos Plaza, en donde hice la Nodriza, y tuve ocasión de hacerme muchas preguntas. Me acerqué, por ejemplo, al misterio de la maternidad -aunque yo no soy madre-, a esa oscuridad de Medea que yo creo que está dentro de cada mujer... Cómo el amor, la pasión, la posesión, puede nublar cualquier otro sentimiento luminoso y natural... Se dice que el amor de una madre es incondicional, y yo creo que no, que no lo es. Una mujer puede enloquecer por amor, y por él dejar, incluso, a los hijos...

“La función del arte es la de revelar lo más oculto de la naturaleza humana”

P.- En otras palabras, que si todo estuviera claro, ¿tú crees que el teatro existiría?

R.- El teatro es un rito ancestral que necesitamos para entendernos a nosotros mismos. Lo necesitamos para clamar a los dioses, como en la Grecia Antigua. Los seres humanos necesitamos la catarsis del teatro. Para mí actuar es justamente eso y por eso me siento tan en sintonía con las fiestas dionisíacas, el culto a Dionisos, ese lugar donde el pueblo va para entenderse entrando en el trance de la catarsis, de la expresión del dolor, del amor, de la incomprensión... Me parece maravilloso que el pueblo acuda al teatro a llorar las pérdidas, la guerra, las injusticias, a llorar lo que no entiende, y a entenderse... Yo soy una actriz muy emocional y me encanta que se me crucen personajes tremendos, que pueden entrar en el arrebato, en locura, atravesar los límites, y por eso cuando entré en Medea, de la mano de Plaza para hacer la Nodriza, un personaje que nunca hubiera pensado para mí, aprendí muchísimo. Si Medea es el fuego y la locura, la Nodriza es la tierra y el sentido común; si Medea es capaz de ser esa pasión tan absoluta y arrebatada, capaz de sacrificar a sus hijos para plantear su venganza, la Nodriza es pura empatía y compasión, porque ella no juzga a Medea, no la justifica, pero la entiende. Ve venir el desastre y la acompaña, sin juzgarla, al tiempo que le gustaría que no ocurriese lo que está segura de que va a ocurrir, la tragedia que se avecina... Es de esos personajes que están al lado de la vida, mientras que Medea está del lado de la muerte, es un personaje sabio, ancestral, milenario y, al mismo tiempo, sin edad, la edad de la tierra, de las mujeres que han soportado todo y aún así continúan ahí, las que nutren el mundo, las que permanecen... Es un personaje que exigía de mí domar mi ego pasional y arrebatador, intenso y enamoradizo, guerrero, contestatario...

P.- ¿Se puede hoy ser mujer y no ser feminista a la vez?

R.- Creo que nuestra civilización ha sido profundamente injusta con la mujer a lo largo de la historia, durante miles de años, y eso no se puede compensar únicamente reconociéndolo ahora. Creo que hombres y mujeres tenemos mucho que hacer. ¡Ojalá que mujeres y hommbres de este tiempo unidos, fuésemos feministas! Será mejor para todos los días que la mujer pueda ocupar su sitio, que no es el sitio del hombre...

P.- Volvamos al teatro. Creo que era Borges quien decía aquello de que la función del arte no es la de propagar doctrinas.

R.- Yo estoy más cerca de Shakespeare que pensaba que su función es la de revelar lo más oculto de la naturaleza humana. Ayudarnos a ver todo aquello que ni siquiera queremos conocer de nosotros mismos, y del mundo en que vivimos. Reflexionar, hacer preguntas incómodas, abrir la conciencia, despertar, ponernos más vivos, cuestionarnos... El arte está para todo esto, pero no para decirnos lo que tenemos que hacer, o dar respuestas a lo que es la verdad y la mentira, o señalar el camino recto y el camino equivocado. No, no lo creo porque eso es adoctrinamiento, y el arte va mucho más allá que eso. Inspira el espíritu, nos conecta con el alma, nos hace más grandes, nos amplía la visión del mundo, de nosotros mismos... No nos adoctrina porque eso es justo lo contrario, cerrar puertas, y eso no me interesa nada.

P.- Pero, a veces, la búsqueda de la verdad es incómoda.

R.- Busco el camino y, con mucha frecuencia, siento como una llamada que siempre sigo... Me pasó, por ejemplo con Criatura, mi último montaje. No sabía muy bien dónde iba pero sí que tenía que hacer algo con la poesía que a mí me había construido como ser humano, que me había inspirado, que había iluminado la vida... Y sabía que quería hacer algo con el cuerpo, aunque sin saber muy bien qué, porque yo no soy bailarina... Y así empecé a investigar, a llamar gente, y seguí con mis intuiciones hasta que finalmente emergió Criatura, eso sí, después de tres años de investigación obsesiva y febril. Y todo siguiendo una llamada que sentí.... Y siento que esta es una pieza que aún no está cerrada.

“El teatro es mi religión”

P.- No sé si eres consciente de ello, pero veo connotaciones místicas, religiosas, en tu lenguaje, en tu actitud...

R.- Sí. Soy un poco mística. Y mi manera de vivir el teatro tiene que ver con la religión... El teatro es mi religión. Lo que pasa es que me da libertad porque no me impone reglas, ni normas; no me constriñe sino que me da libertad, me abre, me expande, aunque también me pide mucha renuncia, mucha entrega, mucho sacrificio, amor, navegar por las zonas más oscuras de mi ego para ir más allá, incluso, de donde yo creo que puedo llegar.

P.- Si tuvieras que definir en pocas palabras en qué consiste tu metodología como maestra de actores, ¿como lo harías?

R.- Lo primero que enseño a mis alumnos es a inclinarse ante el arte, a bajar la cabeza ante él, porque el teatro es más grande que ellos. A partir de ahí el siguiente paso es aprender a reírse de sí mismos, y dejar de lado la importancia personal, porque una vez que eso se consigue, todo lo demás es muy fácil. Todo eso se llama entrega, estudio, disciplina, disfrute, amor al teatro.

P.- ¿Te importa mucho el reconocimiento del público a tu trabajo para seguir adelante?

R.- Sí, mucho. Puedo prescindir de los premios porque he estado muchos años de mi vida sin ellos, pero cuando vienen, los veo como una muestra de cariño, y a mí el cariño me importa mucho. Si hay un premio es porque la gente reconoce tu esfuerzo, tu trabajo, tu lucha, te quiere , te valora, y ese hecho está lleno de afecto, y a mí me alimenta mucho porque los actores estamos muchas veces solos, pasamos épocas difíciles, esperando que te llamen, que cuenten contigo, y cuando hay épocas en que eso no sucede, es fácil venirse abajo, dudar de ti, de tu lucha, de tu esfuerzo. Así es que cuando aparecen los premios hay que tomarlos como cariños, caricias, afectos que te dan fuerzas para seguir adelante...

P.- Las primeras palabras que se oyen en ‘Criatura’ son “¿Y tú de dónde vienes?” Ahora yo te pregunto, “¿y tú adónde quieres llegar?”

R.- (Se concentra, cierra los ojos y después de unos instantes dice...) Quiero llegar a algo muy grande, la libertad. Quiero ser libre como ser humano y como artista. Ese es mi camino, despojarme de lo que me ata, de lo que me impide volar, despojarme de mi naturaleza más contaminada, de mis neurosis, de mi ego, de mis dependencias... Quiero ser libre como artista, quiero crear con libertad absoluta.

P.- En ‘Criatura’ se navega entre el instinto y la mística. ¿Tú andas más cerca del uno o de la otra?

R.- Es que yo creo que el instinto es mística. Eso es lo que yo sentí en ‘Criatura’. El instinto, en su naturaleza primera, sin estar contaminado, es pura mística, es lo que nos lleva a alcanzar lo divino. En nuestra naturaleza animal está también nuestra naturaleza divina. El instinto lo hemos enturbiado con la civilización, con la cultura cristiana, que demoniza a la serpiente, al dragón, al sexo, al niño que juega, que quiere romper cosas... Hay que desterrar la culpa, el pecado y la equivocación, y volver al instinto.

P.- Tus trabajos en los últimos montajes en los que has intervenido se cuentan por premios (Criatura, Cuando deje de llover, Medea)... Te has convertido en una de las musas de la intelectualidad próxima al teatro... ¿Te gustaría también acabar siendo algún día una estrella?

R.- Quiero brillar en mi trabajo, pero no llegar a ser ninguna estrella. Me gustaría llegar a tener un lugar en la profesión desde el que pueda elegir personajes que a mí me interesan, y poder proponer, y que eso pueda llevarse a cabo. En algunos momentos he llegado a conseguirlo, pero en otros no tanto. En el fondo, ese lugar utópico no existe porque a mí me gustaría hacerlo todo -soy muy ambiciosa, profesionalmente hablando- y es imposible poder hacer todo a la vez, ni todo el mundo me quiere a mí para tal o cual personaje. Esto hay que aceptarlo con humor, con ligereza y con tranquilidad, y cuando te dicen que no, hay que aceptarlo con espíritu positivo porque eso significa que puede abrirse otra puerta que no se habría abierto de haber optado a la anterior. Y si te dicen sí, hay que mostrarse agradecida... Esta es mi forma de intentar navegar en la vida, aunque sea difícil aceptar siempre lo que venga.

P.- Hablas de la carrera de actriz como una suerte de camino místico que, sin embargo, choca frontalmente con la situación real que hoy está viviendo la profesión, absolutamente precarizada según la última encuesta de la Fundación AISGE...

R.- Sí. Estoy muy enojada con la situación. Que, en gran parte, se debe a la inacción sostenida en el tiempo de políticos y gobernantes. Esto no viene de ahora sino de muchos años atrás, en que todos ellos han mostrado un profundo desamor hacia la cultura y la falta de cuidado de quienes la hacen posible, en contra de lo que sucede en otros países de nuestro entorno... No, la situación actual no es achacable solo al Partido Popular. Y me encoleriza aún más el momento que veo entre los jóvenes actores, con los que yo me relaciono mucho, no solo en los elencos de las obras por donde paso, sino también con mis alumnos. Cuando yo tenía su edad, trabajando de una forma normal, ganaba mucho más dinero de lo que ganan ellos ahora, y eso que, de forma general, son gente muy formada, con mucho talento y mucho amor por el teatro. Son muchos los actores que con 25 o 30 años no están pudiendo vivir de esta profesión.

P.- Ahora, además, su objetivo está más en la televisión. Las series les proporcionan más continuidad en el trabajo y mejores salarios.

R.- Hay muchos productores de teatro y muchas instituciones teatrales que te aceptan antes si has hecho algunas cosas en televisión, que si solo has hecho teatro porque piensan que así hay mayor seguridad en que el público acudirá a las funciones. Hay muchos actores que llevan toda una trayectoria en el teatro Off y que, sin embargo, no han hecho televisión, y tienen mucha más dificultad en acceder a ciertos proyectos teatrales de mayor calado. Creo que, como dijo Federico García Lorca, un pueblo que no cuida su teatro, está moribundo. España ha maltratado a su teatro al menos desde la II República. Y lo mismo que el teatro, la cultura en general. Los artistas somos unos supervivientes que aún permanecemos al pie del cañón porque nuestra vocación es muy fuerte, pero no porque nadie nos abra el camino y nos lo ponga fácil. Contra el amor nada se puede...

“Siento mucho el paso del tiempo”

P.- Has dicho alguna vez que ‘Cuando deje de llover’ ha sido la obra más revulsiva de tu carrera. ¿Sabes por qué?

R.- ‘Cuando deje de llover’ me parece una joya que debería haberse visto muchísimo más. Su valor más grande es Andrew Bowell, su autor, porque esta obra me parece la más grande de cuanto se ha escrito en el teatro contemporáneo, al menos de todo lo que yo he leído en mi vida. Es una verdadera joya dramatúrgica, una tragedia que discurre a través de la historia de varias generaciones y en varios continentes. Es una prueba de algo que comentaba antes, como dañamos a los niños como civilización, de cómo Saturno devora a sus hijos... Para todo el equipo de ‘Cuando deje de llover’, con Julián Fuentes Reta al frente, ese fue un proceso maravilloso en el que todo el equipo nos pusimos al servicio de la obra porque vimos que teníamos en nuestras manos un texto excepcional. Y todo eso fuimos capaces de trasmitirlo al público. En las Naves del Matadero, en las dos veces que pasamos por ahí, vimos numerosos ejemplos del poder de transformación del teatro: padres e hijos se quedaban abrazados después de la función, espectadores que se nos acercaban para decirnos “no conozco a mi padre y hoy voy a ir a buscarlo”, o “hoy voy a llamar a mi madre, que no lo hago desde hace meses”. Mucha gente ha ido por segunda o tercera vez a ver el montaje pero acompañada por sus parejas, sus padres, hermanos, amigos... Llegamos a sentir en primera persona para qué está hecho el teatro, para que haya transformación y esperanza... Y estos hechos se dieron nos solo en El Matadero sino en todas las giras que hicimos en las dos temporadas en que estuvo representándose.

P.- ¿Lo tuyo es más el cine o el teatro?, ¿Dibujar el instante que atrapa la cámara en algún momento, o construirlo a base de estudio y acumulación diaria de experiencias en el escenario?

R.- Tú eres actor o actriz y luego el medio en el que más te acabes desarrollando puede ser debido a muchas causas. Puedes acabar en el cine porque tienes una cara mucho más cinematográfica, pero quizás un día pruebas el teatro y te engancha de forma ya irreversible... Para mí, donde uno se desarrolla plenamente como actor es en el teatro. De hecho, creo que tanto el cine como la televisión son formas de teatro desarrolladas en nuestro tiempo... Personalmente, donde soy feliz es en el teatro. El teatro es mi casa. Me encantan los ensayos, me encanta repetir, que una obra en vez de hacer cien funciones, puedan hacerse doscientas... Por ejemplo, cuando estrené ‘Medea’ en Mérida, que fue una experiencia verdaderamente mística, tocar esas piedras y actuar donde sabes que te han precedido voces antiguas de todas esas Medeas, Electras, Antígonas, actuando bajo la luz de la luna llena, y con ese silencio radical que hacen miles de espectadores cuando todo va a comenzar en el escenario... ¡Esa es una experiencia impagable para una actriz! Y te digo una cosa: cuando hice allí la Nodriza, después de haberla hecho ya en otros escenarios más de cien veces, la comprensión que tenía del personaje era infinitamente mayor. A mí me gusta eso... En el cine, efectivamente, tienes que concentrarte mucho antes para ese momento de la grabación, y ser capaz de tener la relajación absoluta para transmitir todo, en medio de todo un jaleo de luces, micros, técnicos, cámaras, directores, etc. Yo he disfrutado en cine con La novia porque era Lorca y porque era Paula Ortiz, una mujer con mucha sensibilidad y con mucha inteligencia y porque tenía un personaje maravilloso que construir. La novia fue un trance para mí porque sentí en todo momento que estábamos haciendo arte, pero hay otro tipo de cine que no me llama nada la atención.

P.- ¿Notas el paso inexorable del tiempo?, ¿te importa envejecer?

R.- ¡Claro que me importa! Últimamente siento mucho el paso del tiempo. Por eso hice Criatura, en ella se habla también de este tema, de la muerte... Cuando tenía 45 años tuve cáncer de pecho, y eso me cambió la perspectiva de la vida. Le vi la cara a la muerte, al sufrimiento, a la enfermedad, a la vulnerabilidad, al límite y ahí me cambió la vida. A partir de ese momento decidí que iba a vivir exactamente como quería vivir, e iba a hacer solo lo que quería hacer, y que no haría más concesiones a nada ni a nadie el resto de mi vida. Vi la muerte muy de cerca, sentí mucho dolor físico y, durante un año, estuve con constantes ingresos en el hospital, quimioterapia, y todo eso me hizo salir de allí con el ala muy herida, pero pronto resurgí, y ahora siento el paso del tiempo, pero me quiero comer la vida, me la bebo...

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