El Presidente acaba de realizar el acto político-civil de más alto riesgo de su presidencia: la designación de su heredera testamentaria. Si la Senadora pierde en octubre ningún peronista querrá oír hablar más de él. Si la Senadora gana es probable que su vida política siga el ritual de Menem sometido por Duhalde, de Duhalde sometido por Kirchner.
El Presidente –que es abogado- no advierte que el testamento es un acto de disposición de bienes para después de muerto. En cambio, en este caso, la sucesión se abrirá en vida del testador. Es obvio que la heredera recibirá los bienes con beneficio de inventario, una figura civil -pero también política- en la cual las deudas que hayan quedado no están a cargo de la sucesión.
Es infantil pensar que la heredera se hará cargo encantada, por ejemplo, de los cortes de luz, de las restricciones al consumo de gas y gasoil, de la inflación y de la falta de inversiones que han generado los descontentos. Un discurso está escrito en el horizonte: alguien es responsable de todo lo que se ha hecho mal entre 2003-2007. Los argentinos estamos entrenados, como pocos, para descubrir en el pasado décadas y presidencias infames.
Es parte de un cuento de hadas suponer que el Presidente deja el poder entre 2007 y 2011 para volver dentro de cuatro años, resplandeciente, y gobernar hasta 2019. Esta agenda tiene un problema: independientemente de la opinión que cada uno tenga sobre ella, Cristina Fernández reúne sobradamente las condiciones de idoneidad que exige la Constitución Nacional para ser presidente.
Perón impuso en 1973 a su mujer como vicepresidenta y al morir dejó al país, no sólo a su partido, con uno de los problemas de gobernabilidad más lamentables de la historia nacional. Dicho con todo respeto hacia la historia del peronismo es imposible comparar a la Senadora con María Estela Martínez. Lo único que las iguala es que las dos se casaron con dirigentes políticos que llegaron a ser presidentes.
Este lanzamiento de la Senadora puede ser parte de los entretenimientos a los que este gobierno tiene acostumbrado a los argentinos. Hoy esta candidatura es real y mañana puede desaparecer por las mismas u otras razones que provocaron su necesidad. Porque la imprevisión y la incertidumbre –sumados a la agresividad- son los dos perfiles más claros de este gobierno.
Los candidatos de la oposición deberían tener en cuenta este cuadro de situación pero no dejarse influenciar por el show que acaba de empezar.
La comparación mediática entre Néstor y Cristina con Bill y Hillary es parte de nuestros delirios: nos pasan –decimos- las mismas cosas que en otras partes del mundo; un presidente ayuda a su mujer para que alcance el poder que él ya tuvo.
Néstor será como “Bill, el Jefe de Campaña” pero ahí se acaban las equivalencias. Estados Unidos no es la Argentina, Clinton no es Presidente y no puede volver a serlo; goza del respeto cruzado no sólo de Republicanos y Demócratas sino de toda la sociedad norteamericana, Hillary y Bill no disponen de los recursos del tesoro nacional para hacer campaña y no existe en aquel país una caja y un libro de pases -parecido al de la AFA- para transferir dirigentes de un partido a otro.
¿Es un sueño que los candidatos presidenciales de la oposición –en vez de entretenerse con la sucesión de Néstor Kirchner- coincidan en dos temas desprovistos de ideología?:
En primer lugar deberían buscar comprometerse para hacer de la Argentina un país previsible. Como el de Bush y Hillary, como el de Zapatero y Rajoy, como el de Sarkozy y Royal, como el de Brown y Cameron. Siempre hay tiempo para establecer diferencias.
En segundo lugar deberían darse cuenta que para lograr un acuerdo de convivencia no se necesita la majestad de los Pactos de la Moncloa. Alcanza con un simple rancho de barro donde cuatro o cinco personas decidan vivir, sin mezclarse y sin matarse.
¿Están los candidatos, en serio, en contra de Kirchner? ¿Es muy complicado para adultos supuestamente inteligentes entender la prioridad de las dos coincidencias?
Es probable que los argentinos estén esperando estos gestos mientras, distraídos, desencantados y preocupados por el día a día, se entretienen con el testamento del Presidente.