Aún sigo consternada por la muerte de la familia española en Nueva York, no me lo quito de la cabeza. Unos padres que no llegaban a los 50 y sus 3 hijos menores de 11 años han perdido la vida justo cuando iban a celebrarla, a soplar velas, a cantar cumpleaños feliz, a festejar un año más…
La vida tiene estas paradojas, estas trampas macabras que no tienen explicación. Una familia feliz posando sonrientes para inmortalizar en una foto un momento que se convirtió en mortal dieciséis minutos después, cuando el helicóptero en el que sobrevolaban Manhattan perdió el control, aún sin saberse el motivo, y cayó al río Hudson. La felicidad y la tragedia en un instante.
Y desde ese momento no dejo de plantearme lo azarosa que es la vida... o la muerte ¿por qué elige a unos sí y a otros no? Ese mismo helicóptero, en ese mismo día, hizo seis vuelos antes de este fatídico, sin incidencias, sobrevolando la ciudad, regalando una experiencia inolvidable a quienes disfrutaron de ella y, sin embargo, no ocurrió lo mismo con esta familia ¿por qué? Supongo que es de esas preguntas que quedan sin respuesta y que tampoco se puede buscar porque rozaría la locura el intentar encontrarla.
En muchas ocasiones escribo de la vida... y, también, de la muerte, porque puede que sea ella la que le da el sentido a la vida. Saber que nos vamos a morir y que no sabemos cuándo, sería no solo motivo suficiente, sino el mejor de ellos para vivir. La idea de que “siempre habrá tiempo” es una ilusión, porque el tiempo no es infinito ni es una variable que podamos controlar. Nada es eterno y mucho menos nosotros.
Quizás estos días son un buen momento para pensar y hacernos alguna que otra pregunta incómoda, de esas que nos colocan o nos descolocan según sea la contestación ¿estás donde quieres estar y con quien quieres estar? ¿Qué estás dejando para mañana? ¿Cuántas veces has perdido oportunidades por creer que “no era el momento”? ¿Decides o dejas que decidan por ti? ¿Cuántos “y si…” tienes en la mochila? Ese viaje, ese sueño que aún hace que te brillen los ojos, seguir en ese trabajo que te ahoga, ese lugar al que volver; esos amigos con los que siempre quedas y nunca llega el día, ese encuentro familiar que postergas, tanto que puede que llegue el día que os reunáis y no sea precisamente para celebrar sino para despedir… La botella de vino que guardas para una ocasión especial, esa ropa que aún cuelga con la etiqueta en el armario, ese perfume que “racionas con cuentagotas”, esos enfados por nada, aquello que no dijiste…
Entramos en un tiempo de fe, de esperanza, de luz, de renacer... más allá de sus creencias, les deseo que pasen unos felices días de Semana Santa y que
vivan lo que de verdad quieran vivir, porque, como diría
Vargas Llosa “la vida es valiosa precisamente porque termina”.