El lunes estuvo en Egipto, en Sharm el-Sheij, el lugar donde iba a firmarse ese principio de paz entre Israel y Palestina que ha propiciado Donald Trump, el gendarme del mundo actual. Fue su coartada perfecta para abandonar en el Palacio Real de Madrid la recepción de SS. MM. los Reyes el 12 de octubre (todavía Día de la Hispanidad, por mucho que le pese a nuestro presidente). Apesadumbrado, altivo, perplejo aún por los centenares de españoles que lo recibieron con pitos y quejas antes de comenzar el desfile, sigue sin entender tanta manifestación de rechazo por quienes él llama fascistas de derecha y extrema derecha. Olvida quizás que quien siembra vientos recoge tempestades.
Allí, en el milenario Egipto, tuvo una nueva oportunidad de aprender la lección. No estoy seguro de que lo haya hecho cuando solo unos días antes Trump nos quiso echar de la OTAN por nuestra falta de compromiso presupuestario con la Alianza. Junto a 20 jefes de Estado o de gobierno de otras tantas naciones, recibió la atención de Trump durante unos diez segundos en un protocolario apretón de manos, ambos con sonrisas falsas y los cuerpos alejados.
En uno de nuestros últimos artículos, ya anunciábamos que, más tarde o más temprano, dada la errática trayectoria de nuestra política exterior, no estaba nada lejano el día en que España tuviera que plantearse su vinculación a la OTAN, e incluso a la UE. Mucho me temo que ya estamos más cerca cuando la opción política internacional del Gobierno de Sánchez transita desbocado hacia el Grupo de Puebla, y mira con simpatía creciente a los regímenes de China, Rusia, Venezuela, Cuba, Colombia o Brasil. Es la estocada definitiva que piensa asestarle al país antes de escenificar su desprecio por Trump y la OTAN, y convocar elecciones que, por supuesto y al decir de Tezanos (en contra de los gabinetes privados de estudios de opinión pública), ganará holgadamente y con más de 200 diputados. Si es así, ¿qué hace Pedro sin convocar nuevas elecciones ya?
Si (
No(
