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Pon un vándalo en tu vida

lunes 01 de diciembre de 2008, 15:26h
El adolescente Thomas (Turgoose) vuelve a hacer de las suyas en la pantalla grande bajo las indicaciones de Shane Meadows, después de This is England. Qué más puede pedir un ‘dieciseisañero’ con cara de granuja, por no utilizar adjetivos menos decorosos, que explayarse con un guión (de Paul  Fraser) que le deja a la altura del malo de la clase, ídolo de macarras, de los empollones que temen aprender fuera del aula y de los menos dotados para las relaciones sociales y de potencial atractivo –aún feo por la edad-, entre pillo y romántico, ideal para las ‘medioniñas’ de trenzas embobadas con el príncipe y que se preguntan en qué consiste ser mujer.
Tommo (Turgoose en la película) se sabe su papel fuera y dentro de la ficción. Se mete en el bolsillo a quien quiere que se lo llene a base de destreza afectiva. Se busca la vida, sabe a quién juntarse y cómo tratar a cada cual con vacile incluido. Marek (Piotr Jagiello), su amigo polaco, le viene al pelo. El inmigrante afincado en Londres se deja entretener por el trotamundos provincial, recién llegado a la ciudad, y éste, a cambio, le presta su casa, su despensa exótica y su tiempo para aprender a divertirse a punta de salidas geniales directas al blanco.

El desparpajo de Tommo mete en problemas leves a Marek, que se ve empujado a atreverse a improvisar en todo lo que se le ocurre a su nuevo vecino. Convierten una silla de ruedas en una carroza tirada por dos chiquillos deseosos de romanticismo sexual adolescente. Maria (Elisa Lasowski), la camarera parisina, se les revela como la belleza y el juego amoroso al que ambos apuestan a ganar. La desaparición de ésta hace de María un anhelo irremplazable que invita a soñar en color.

Somers Town está ambientada en el centro sur de Londres, frente a la estación San Pacras, de donde sale el Eurostar, vía directa a la Ciudad de las Luces, en la que imaginan, en sus mientes juveniles, a Maria como ‘la más popular’. La admiración que sienten por ella les llevará a querer conocer la capital francesa y el blanco y negro del largometraje se transforma allí en todo luz, en su espectro más amplio.

El papel de esnob chabacano, una degeneración futura de Tommo, es el de Graham (Perry Benson), que ve en Marek un filón para sus asuntos de negocios y termina por adoptar a su amigo, que habla su mismo lenguaje. Esa última relación que establece el protagonista solitario le da esperanzas al adolescente más allá del The End porque se queda en manos tan hábiles, pero más viejas que las suyas: cuatro guantes (blancos) que pactan entenderse. El padre de Marek, Mariusz (Ireneusz Czop), borda el cariño, la voluntad y el desmadre de un progenitor perdido y trabajador.

Son felices si no anhelan. Necesitan poco para llenar sus huecos sentimentales y hacer cómicas –entrañables, nada más, sin aspavientos- experiencias que no parecen marginales. La pareja enternece, pero es el carácter atrevido, bondadoso y demandado de amor de Tommo el que termina por conquistar. Por mí, que hubiera continuado la película hasta verlos crecer.
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