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Impudicia calderoniana

Impudicia calderoniana

jueves 15 de enero de 2009, 19:09h
Lleva toda la razón del mundo el historiador catalán Jaume Sobrequés cuando, en un reciente debate de la municipal BTV (Barcelona Televisió), afirma que en el mundo del fútbol suceden cosas impropias de cualquier sociedad democrática y del estado de Derecho. Lo último es lo que ocurre con Ramón Calderón y sus chanchullos (dejémoslo en castellano coloquial) al frente del Real Madrid CdeF. Manipuló, pruebas cantan, hasta extremos que bordean el delito una Asamblea de Compromisarios. Le han pillado in fraganti y el abogado de origen palentino jura (perjura, seamos serios) por su honor que él no tuvo ni arte ni parte.

Lo de Calderón ocurre en una empresa privada y hay una lluvia de querellas no sólo por lo penal, sino por lo civil, lo mercantil y hasta por lo canónico. Una tormenta más en el peculiar cielo de los grandes directivos del fútbol español, gremio que, en las divisiones superiores, no se caracteriza por el respeto a la legalidad vigente. Existe en nuestra sociedad, en torno a uno de los grandes negocios del espectáculo, una zona de impunidad, donde la impudicia calderoniana (tradúzcase por jeta, morro, caradura, desvergüenza) hoy en el candelero de la actualidad, es uno más de los incidentes a los que tanto los aficionados en particular, como los ciudadanos en general y los poderes públicos parecemos estar acostumbrados.

    ¿Qué ocurre con los directivos? ¿Van/vienen a servir al deporte o a servirse de él? Algo habrá en las ansias por hacerse, sino con la presidencia de un club de fútbol, sí con un puesto destacado en la Junta Directiva, para qué todos anden despepitados. Algo sabrá el historiador Sobrequés, fino observador del modus operandi directivo, tras sus siete años (1993-2000) en la directiva del Fútbol Club Barcelona. No sólo el “ordeno y mando” del presidente de turno, sino el “hoy por tí y mañana por mí, chato” son los versículos de la palinodia directiva. Lo de menos –todos somos humanos—es el ansia de figurar o el prestigio social. [Recordemos que el constructor Josep Lluís Núñez, con su presidencia del Barça, no vio colmada su ansia de entrar en la crème de la crème de la burguesía catalana, pero, al menos, y según reiterada confesión propia, “ningún director general de Banco o Caja de Ahorros se negó a recibir inmediatamente al presidente del Barcelona”]. El cargo de directivo –y no digamos el de presidente— de un club de fútbol de Primera División es de lo más codiciado. Las bicocas inherentes a él –tanto las conocidas y más o menos respetables, como las otras, las del lado oscuro—así lo demuestran. Pongamos pues que hablamos de impunidad. Pongamos, en el caso de Calderón, para desgracia de las buenas gentes del Real Madrid, que llamamos a las cosas por su nombre: una chorizada como la catedral de Santa María de la Almudena. Como mínimo.
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