Zapatero y el filo de la navaja

  Hay que revertir una situación que puede lastrar gravemente el futuro de España: el Gobierno tiene que calcular las fuerzas que le acompañan en su estrategia antiterrorista y remitir su audacia a los apoyos que tenga. El PP tiene que decidir si se siente cómodo liderando una protesta que entusiasma a una extrema derecha que permanecía anestesiada por la memoria de la dictadura que ahora se quiere revisar desde la izquierda y en donde se acomodan los extremistas de la derecha.

   En política casi todo son vasos comunicantes y lo que se quiere ganar por un lado se puede perder por el otro. Alfredo Pérez Rubalcaba podrá defender su decisión de que la atenuación de   prisión del asesino de ETA se ha efectuado por razones humanitarias para evitar su muerte. Pero si se siguen evidenciando síntomas de que la ensoñación del presidente de negociar con ETA no quedó sepultada en la Terminal de Barajas, los resquicios de comprensión hacia la decisión del Gobierno no tendrán fuerza para contener la marea de indignación que está capitalizando la derecha española.

   José Luis Rodríguez Zapatero todavía no ha descubierto que las decisiones políticas tienen dos columnas, como la contabilidad de la vida. En el haber está claro que el final del terrorismo tendrá garantizada una medalla, por lo menos hasta que la historia no demuestre que los terroristas hayan conseguido una victoria que les permita volver a matar en el futuro. Pero en el debe están los desperfectos que se pueden originar en la estructuración sociopolítica de una España que empieza a estar peligrosamente dividida en dos.

   La esperanza de que esto sea una tormenta en un vaso de agua sólo es un vaticinio voluntarista porque el presidente del Gobierno, al que le gusta el filo de la navaja más que ninguna otra cosa, piensa que la cuerda que tensiona la situación en España no se puede romper. Y eso no está nada claro.