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¿Por qué no cerramos las hemerotecas?

miércoles 07 de marzo de 2007, 02:16h
Contemplamos en algunas portadas una imagen que retrata el estado actual de la clase política: una competición por ver quién se coloca el lazo azul, de la protesta antiterrorista, más visible en la solapa. Rajoy o José Blanco, Acebes o López Garrido. Ahora, las dos españas, siempre en busca de un pretexto para guerrear, se pelean por el mismo lacito, como si el símbolo fuera lo más importante, como si lo que la gente pide no fuesen lazos morales que nos aten a todos, juntos, en las mismas batallas esenciales.

Pero no: aquí los lazos son como los de los vaqueros del oeste, que servían para inmovilizar a las reses o para ahorcar a los que acusaban de cuatreros. Todos se sienten como en el far west, pistoleros amenazando con disparar al adversario con el pasado: yo le apunto a usted con los dossieres de Aznar -aprovechando que tengo información privilegiada, como gobernante-, y el otro, a su vez, vuelve a exhibir el espantajo de los GAL, quizá aprovechando, un poco oportunistamente, que quien fue condenado como su máximo inspirador (¿o no?) está ahora de moda, porque ha escrito un libro del que, así es la vida, se hablará mucho. Más por los presentadores que por el autor, acaso.

Habría que cerrar las hemerotecas, porque aquí el conocimiento de la Historia sólo nos sirve, por lo visto, para repetir sus peores perfiles, y nos los mejores, que los hubo. Y habría que desterrar todos los lazos y pulseritas de esas de plástico con los que nos exhibimos orgullosamente como pro-algo o anti-algo, dejarse de gestos ostentosos -casi ostentóreos, porque Jesús Gil se sentiría a gusto en este panorama tan frívolo- y empezar, de una vez, a adoptar posiciones sinceras, autocríticas. Porque todos, todos, tenemos una porción de culpa para que el asesino De Juana Chaos pueda pavonearse como el individuo que puso en solfa a todo un Estado moderno, democrático y próspero como este en el que vivimos. Todos: un bando político y el otro, un bando mediático y el otro, una fracción de la sociedad y la otra. Las dos españas, situadas ante el ridículo por un pistolero (este sí que lo es de verdad), su novia y la muchachada loca y criminal.

Claro que de autocrítica vamos a ver muy poco y temo que de sinceridad y realismo, menos: ¿Han oído ustedes a alguien hablar de sus errores a la hora de elaborar y tolerar aquel nuevo Código Penal que posibilitó que, ley y reglamento penitenciario en mano, alguien que provocó tanto dolor como De Juana  pagase tan baratas tantas muertes? ¿Alguien dándose golpes de pecho por el bodrio de pedir, en su afán por remendar chapuzas anteriores, noventa y seis años de cárcel para el etarra por haber publicado dos artículos en Gara? ¿Alguna duda desde el Gobierno acerca de si se ha gestionado bien el cambio en la situación penitenciaria del irredento verdugo?¿Alguna desde la oposición ante la manera como han enfocado las reacciones sobre lo ocurrido?.

Nada, claro. Ya verán ustedes cómo las manifestaciones de los dos próximos fines de semana van a servir para aquello para lo que han sido convocadas: para aumentar la crispación, el ruido, el enfrentamiento. Y De Juana, muerto de risa, que no de hambre.
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