Barajas o Suárez

Entre sus humanos, y en ellos –por su posición- tan visibles defectos, los políticos muestran con frecuencia un desmedido e insoportable afán de notoriedad, que les lleva a querer estar siempre en primer plano, marcándolo todo con sus nombres, como los niños mal educados; el clero, por lo menos, lo hacía como nombres divinos o de santos, no siempre clérigos.

Ahora mismo tenemos el lamentable ejemplo de un PP, que, en plena crisis económica y  de su propio partida, no tiene mejor ocurrencia para distraernos que querer cambiar el nombre natural, geográfico, tan conocido y consolidado,  de Barajas, por el de un político al que ha reivindicado de modo especial, y que, en su decadencia, alabó a Aznar como el mejor presidente de la democracia, para que metieran a su hijo en las listas del PP, con los malos resultados ya conocidos. Esta es, pues, una propuesta muy, muy partidista, como confirma el mismo hecho de presentarla ellos mismos.

El PP parece querer revivir  aquellos regímenes que convertía las calles en homenajes a sus propios políticos, denominación cambiada después a una tercera por quienes seguían su pésima costumbre de querer recoger lo que no habían sembrado, dando su nombre a obras, monumentos o vías que no habían ni siquiera sido construidas durante su mandato. No imitemos otros países lejanos, víctimas del culto a la personalidad, a los dictadores; sigamos, como la inmensa mayoría de los países de nuestro entorno –y las pocas excepciones confirman la regla- mantenido el tradicional, lógico, corto y hasta bonito nombre de Barajas.