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Política de tapadillo

jueves 23 de abril de 2009, 18:25h
Hace años pensaba que Alberto Ruiz-Gallardón seguiría la política de Álvarez del Manzano en cuanto al mantenimiento de la preminencia del vehículo sobre el peatón. La política de ampliar tímidamente las aceras para poner hileras de arbolitos no conseguía más que un adecentamiento urbano pero no lograba hacer sentir al peatón como dueño del espacio. Pronto el alcalde Gallardón dejó clara su política: no estaba dispuesto a prohibir nada y se declaraba más partidario de poner dificultades y dejar al personal que las arrostrara si así lo deseaba.

Cuando le escuché hace años tal declaración pensé que era una excusa sibilina para no enfrentarse a un grave problema, como el de la movilidad. Pero ahora tengo que reconocer que me equivoqué. Durante estos años, Gallardón no habrá cortado el centro al tráfico con motivo del Día sin Coches, ni siquiera ha cerrado las principales calles durante el período navideño más que cuando los aparcamientos subterráneos se colapsaban, pero, a cambio, ha ido, lenta pero constantemente, acorralando al coche.

Es curioso pero estas actuaciones se están realizando de una manera solapada, sin relacionarlas con una política más general. Hoy una zona se convierte en Área de Prioridad Residencial, en la que no pueden entrar  más que los residentes; mañana es una calle la que se peatonaliza; pasado es una calle de coexistencia donde el peatón tiene preferencia sobre el auto, y pasado desaparece un aparcamiento para dar lugar a una plaza como ha ocurrido en Santo Domingo.

Hace unas semanas Madridiario analizaba la imparable marcha del centro hacia su peatonalización . Cierto es que en la zonas de prioridad residencial no ha habido cambios de pavimento con lo que se deja la puerta abierta a una eventual vuelta a la situación original pero sí ha habido variaciones en muchas calles que han sido cerradas al conductor y han sido transformadas  en su fisonomía. Y aún queda ver el resultado de operaciones como las de la plaza de la Ópera, Sol, Callao o el Paseo del Prado.

Cuando se le pregunta a los responsables por qué entonces no exponen sus planes y por qué se adoptan medidas aparentemente descoordinadas, callan e incluso niegan que exista un plan preestablecido. Sin embargo, algunos concejales cuentan, sotto voce, que la causa es que cualquier cierre de calle conlleva las críticas de los comerciantes, preocupados de que la medida suponga un descenso de los clientes, y de los vecinos, temerosos de que la peatonalización vaya acompañada de mayores problemas de seguridad, por lo que hay que hacer las cosas, pasito a pasito, y sin dar mucho la nota.

No me lo puedo creer. Que eso ocurriera en los años 70, cuando se peatonalizó la calle de Preciados y los comerciantes se manifestaban cada tarde  con pancartas, todavía era lógico, pero en 2009 con buena parte de los centros históricos de nuestras ciudades  peatonalizados, con la experiencia comprobada en numerosas capitales del mundo y cuando se ha demostrado que un centro peatonal es una fuente de riqueza monumental, ciudadana, comercial y medio ambiental, no es siquiera pensable que existan tales prevenciones, con lo que, una de dos, o hay demasida prudencia política o pensamos equivocadamente que nuestra sociedad está preparada para acometer los cambios precisos para hacer de nuestras urbes entornos habitables. 
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