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Bicente en la ciudad prisión

Bicente en la ciudad prisión

viernes 22 de mayo de 2009, 17:27h

Hace unos años, a iniciativa del periodista Claudio Rosel, fui sometido, junto a otros ciudadanos, a un cuestionario sobre paceñerías. Mis respuestas me depararon un honroso segundo lugar —sólo detrás de Fernando Cajías de la Vega, una autoridad en la materia—. Al editor le llamó la atención el que yo fallara precisamente en las dos preguntas sobre música: el nombre del autor de la letra del Himno a La Paz (Ricardo Bustamante) y el del autor de la cueca “Cholita Paceña” (Elías Coronel). Tiendo más a recordar —y flagelarme con ello— las respuestas no dadas a lo largo de mi vida, aunque me he permitido autoindulgencias tipo “la tenía en la punta de la lengua”.

Más allá de la reminiscencia, me interesa que no quede duda de mi consustanciación con la tierra de la que soy oriundo. He tenido la dicha de morar en varias de sus zonas; desde mi Vino Tinto natal hasta mi Sopocachi actual, revisitado y eventual, pasando por Agua de la Vida, Bolognia, Río Abajo, Achumani, Següencoma, San Pedro, etc. Conozco sus olores, sus sonidos y sus ajayus.

¡Cómo no voy a agradecer el estar vivo para conmemorar el bicentenario de los primeros pronunciamientos que, en nombre de la libertad, devendrían años más tarde en repúblicas independientes, en pueblos nuevos surgidos del encuentro entre civilizaciones y que siguieron mezclándose con otras; genética y culturalmente, sin por ello perder los rasgos de sus correspondientes raíces, adoptando el castellano como lengua franca con sus respectivas texturas regionales.

Sucre lo gritará al mundo el próximo lunes, y La Paz hará lo propio en julio. No deberían entenderse como actos inconexos y, sin embargo, así parecerá por obra y gracia de un gobierno empeñado en sacar a relucir resentimientos y viejas “deudas”. Pasarán, pues, ambos acontecimientos como si se tratase de asuntos de dos países distintos. Recuerdo mi primer viaje en ferrobús, cuando mi padre, chuquisaqueño, nos despachó a mí y a mi hermano menor: En Sucre nos esperaban los tíos.

No obstante estas emociones encontradas, me conmueven la fisonomía y el espíritu “bicentenarios” que el Gobierno Municipal le ha estado otorgando a La Paz desde hace ya buenos años: una urbe con cebras —imaginativa forma de impartir educación vial— con más metros cuadrados de áreas verdes por habitante, con variada actividad cultural y con obras civiles de magnitud —colosales inclusive— próximas a ser entregadas. Menos enorgullecedores resultan el perjudicial prurito de marchódromo y esa suerte de “sededependencia” a los que me he referido más de una vez.

Con todo, si dependiera exclusivamente de la voluntad de la Alcaldía, Bicente estaría más que satisfecho; pero resulta que un alojado de la ciudad —a la sazón, socio político del partido del Alcalde—, el Gobierno Central, ha decidido convertir a La Paz en la Guantánamo boliviana y Bicente se encuentra sumamente contrariado. No decirlo sería igual que guardar una especie de silencio muy parecido a la estupidez: así no hay manera de celebrar la libertad.

*Puka Reyesvilla
es docente universitario.

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