Nadie les hará un homenaje, excepto sus familiares, porque ellas se niegan a aparecer posando en la prensa; por ello, no publicamos aquí sus fotografías. Quizá sea uno de los secretos de su longevidad: haber llevado una vida sencilla, discreta y sin ambiciones. El caso es que probablemente no exista nada similar ni en España, ni en Europa:
Teresa cumplió el pasado viernes cien años, y fue homenajeada con un almuerzo en Madrid en casa de una de sus sobrinas, un almuerzo en el que, como es habitual, se bebió sus tres vasos de vino tinto y comió con el acostumbrado apetito. Asistió
Isabel, su hermana de ciento un años, que se fumó los dos cigarritos usuales, y no asistió, aunque mantiene también un notable vigor físico e intelectual, otra de sus hermanas, Lola, de ciento cuatro años.
Josefa, de noventa y nueve, acaba de ser dada de alta tras sufrir una congestión cerebral, y se recupera satisfactoriamente en la casa madrileña familiar, aunque todas ellas planean pasar el verano en la casona de Cantabria.
Carmen, la menor, con una envidiable salud física y mental, tiene ‘solo’ noventa y tres años, y sus hermanas la llaman, protectoramente,
“la nena”. Son las hermanas
Campuzano Calderón; en Santander, donde han pasado gran parte de sus vidas, las llaman “l
as mansillas”, vestigio de un título familiar, y, entre quienes las conocen, son toda una leyenda: casi medio milenio de historia entre todas, que han dedicado sus generosos afanes a sus hijos y nietos y, en el caso de las dos solteras, a sus treinta y tres sobrinos, que se proclaman unánimemente orgullosos de contar con estas longevas cinco hermanas en el árbol genealógico familiar.
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