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Romances de ciego

Romances de ciego

miércoles 22 de noviembre de 2006, 20:03h

Se han conocido novedades, relativas, en el que unos llamamos proceso de paz para calificar el desarrollo de contactos con ETA para el abandono definitivo de la violencia, o para los dirigentes del partido popular la negociación con la banda terrorista. Se trata de la confirmación del robo de armas perpetrado por la banda terrorista en Francia, algo que siempre se dio por supuesto, pero que se une a la intensificación de la lucha callejera en Euzkadi, el envío de cartas reclamando el pago de “ayudas” a la causa terrorista y, sobre todo, las exigencias expresas de Batasuna para que se empiece el camino por el final y, además, por un acceso inexistente: la autodeterminación y la territorialidad.

            Hay motivos para pensar que en la izquierda abertzale han perdido el juicio o viven en otro mundo, quizá en el huidizo mundo leninista o en el imaginario país de sinapia o de ningunaria, con la trascendental diferencia de que en estas utopías se rechazaba la violencia. Tendrán que pasar generaciones para que quienes apuestan por salidas maximalistas vuelvan a tener la oportunidad que ahora se les ofrece de entrar en unas negociaciones con los demás partidos políticos y desempeñar el papel que les corresponde en las instituciones. Pero quizá el problema no sea tanto de falta de deseo o de comprensión del problema como de miedo a sus bases más radicales y al aparato militar de la organización, en la que no se sabe quién domina ni a quién.

            Simultáneamente, y por aquello de estar en El Ciego, Rajoy ha vuelto a deleitarnos con su trilogía habitual: el Gobierno es rehén de ETA, hay negociación política y ya se ha decidido sobre Navarra y ¡Francia! Con un estilo oratorio menos cuaresmal, ha vuelto a relatar todos los peligros e infamias que se esconden tras la iniciativa de Rodríguez Zapatero de buscar la paz y el fin de ETA. Es como los romances que recitaban los ciegos y  que repetían en pareados de feria en feria, sin importar el público ni la hora ni la ocasión. Claro que cualquier ocasión es buena para desgastar al Gobierno aunque sea a costa de la paz, que quizá no se aprecia porque en la realidad se disfruta desde hace más de tres años.

            Es posible que el objetivo de una paz definitiva no se alcance, o que en la actual circunstancia se quiebre el proceso apenas iniciado. Las incidencias que han jalonado los ocho meses transcurridos han revelado que ETA carece de una jerarquización sólida y de un proyecto funcional único, pero estos son factores que necesariamente tendrán que cambiar o, en otro caso, la organización terrorista y su brazo político acabarán por desaparecer sin haber conseguido ninguno de sus objetivos. Los órdagos y envites tienen su lugar en las mesas de juego; fuera pueden ser contraproducentes.

            Y esto mismo puede ocurrir a quienes entorpecen el proceso de paz con toda suerte de artimañas a su alcance porque necesitan un enemigo a quien combatir y vencer, para saciar las ansias de venganza o para instalar una democracia más autoritaria. Es posible que Rodríguez Zapatero no haya sabido administrar los tiempos y los movimientos de su empeño por acabar con el terrorismo etarra. Es, más que posible, presumible, que el proceso de paz quede bloqueado, -como persigue desesperadamente el partido popular-, al querer introducir la izquierda abertzale como cuestiones previas la territorialidad y la autodeterminación. Y hasta es muy probable que, fracasado el proceso, la banda terrorista intensifique y extienda los actos de violencia aunque desista de los crímenes sangrientos. En la hipotética nueva situación se cambiarán algunas estrofas del romance de ciego que ya tenemos aprendido y se explotará el nicho de votos que haya producido el fracaso, culpando del mismo a quien tuvo la extraña idea de buscar la paz. Y el pueblo español seguirá viviendo con el temor a los atentados y acrecentando la lista de víctimas del terrorismo: maravilloso.

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