Suena a muy poco euskaldun pero este López, criado en la margen izquierda e hijo de un histórico luchador, el historico “Lalo”
López Albizu, está liderando, y de qué manera, a todo un pueblo en su lucha permanente contra el terror. No tiene más armas ni mejores guardias que sus predecesores pero hacía muchos que en Euskadi y en toda España no se veía a un lehendakari encabezando la rebelión social contra los asesinos encapuchados. Después de tantos muertos, de tanto chantaje, de tanto sufrimiento parece increíble que sea una novedad que el máximo representante de los ciudadanos diga algo tan obvio como lo dicho por Patxi López sobre el asesinado inspector
Eduardo Puelles:
“era uno de los nuestros”. Pero lo es.
Juan José Ibarretxe, que se exhibía como la encarnación personal de los
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vascos y las vascas, siempre callaba a la hora de identificar a las víctimas de ETA con el pueblo vasco. Daba la impresión de que los muertos los ponían los demás, aunque nacieran o trabajan en Euskadi, se jugaban y perdían la vida por la libertad de todos. Nunca eran reconocidos como uno de los suyos, vascos y vascos pata negra, de los que al parecer tienen unidad de destino en lo universal. Más bien eran tratados como víctimas casi inevitables de lo que los abertzales llaman
“el conflicto vasco”.
Además del cambio en las palabras, asistimos a una revolución en los símbolos: las banderas del Parlamento Vasco han descendido también por primera vez hasta media asta. Los ciudadanos de Euskadi y de toda España han encontrado por fin un lehendakari capaz de portar con entusiasmo esa pancarta de cabecera,
“ETA no”, que precede la gran manifestación de dolor y rabia que ha recorrido ya miles de kilómetros, durante decenas de años, y que poblamos millones y millones de demócratas. Esta marea humana ha sido capaz de sepultar por fin las rencillas partidistas poniendo al PSOE y al PP entre la espada y la pared de sus responsabilidades de unidad. Es otra de las novedades ante este primer y salvaje asesinato del año. Los demócratas mueren y sufren como siempre pero ahora parece que se rebelan -nos rebelamos- y se unen –nos unimos- como nunca.
Es posible que en esta burbuja de distensión entre
Zapatero y
Rajoy se pueda estar fraguando la segunda transición en España. La primera derrotó al franquismo y a la dictadura y trajo la democracia. Esta segunda, con la que soñamos todos desde décadas, tiene forzosamente que acabar con el terrorismo etarra y traer la libertad a Euskadi y la paz a todo el país. En aquella primera transición
Adolfo Suárez fue el líder providencial y gentes como
Santiago Carrillo,
Felipe González,
Fraga Iribarne,
Jordi Pujol y hasta
Xavier Arzallus dieron lo mejor de su capacidad política para conseguir el gran logro. José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy tienen ahora la oportunidad de emular a aquellos gigantes de la primera transición política y hacer política con grandeza, porque el líder de la operación acaba de ponerse al frente de la manifestación y tiene fuerza y arrestos para la aventura: se llama Patxi López. Ahora solo falta que todas las fuerzas una la suerte a su buen hacer y que los buruquides del PNV sepan lamerse las heridas de la derrota. Porque no se obrará el milagro, no habrá victoria total contra terrorismo si los nacionalistas vascos no se arremangan y se ponen a empujar en la misma dirección que los demás. Necesitan tiempo, aunque en la mala dirección van cuando los único que se les ha ocurrido, en medio del clamor popular de repulsa de estos días es criticar por lo bajini la “épica” reacción de López contra los encapuchados y a quien ha dado la palabra a
Paqui Hernández, la viuda de Eduardo Puelles al acabar la manifestación de Bilbao. Ante su desgarrador testimonio de dignidad y coraje lo único que se les ha ocurrido decir es que
“es mejor que las viudas no hablen”. Alguien debiera indicarles que ya pasó el tiempo de miserias…