Maestros
sábado 19 de septiembre de 2009, 13:05h
Yo tuve un maestro: se llamaba Don Alejandro de Pablo. A él le debo haberme dedicado a esta profesión: supo sacar de mi el amor por la lengua y por contar historias. A Don Alejandro le llamábamos de usted. Y a su señora, Doña Isabel, también docente en el mismo centro, lo mismo. No me parece ningún anacronismo que la presidenta Esperanza Aguirre diga que le gustaría que los niños se pusieran de pie al entrar el profesor. Eso no es más que un gesto de respeto, y eso, respeto, es precisamente lo que falta ahora en los colegios.
Sólo así se entiende que haya niños que insulten a sus profesores. Y padres que les agredan. No es lo mismo llamar a alguien de usted que tutearle; lo primero implica una distancia incluso física que en determinadas situaciones puede ser muy oportuna. Eso no significa que no se respete a quien se tutea; pero por desgracia, es empinada la pendiente que lleva, como se decía antiguamente, de la libertad al libertinaje, y hay quien derrapa casi sin querer del "oye, profe" al "oye, tío".
Los padres tampoco ayudamos mucho en esta batalla: tendemos a creer que nuestros niños son listos por naturaleza; a los vaguetes los tildamos de "creativos"; a los revoltosos, de "hiperactivos"; el caso es disculpar sus faltas. Nos sienta mal que nos digan que el niño ha suspendido una materia: si hay muchos "cates" en una asignatura, la creencia común es que el profe no es bueno, o que "aprieta demasiado". Y qué decir de esos docentes crueles que cargan sobremanera de deberes a las criaturas. Puede que alguno se pase, pero en general, estamos criando entre algodones a una generación de niños con cero capacidad de frustración, porque no consienten -ni nosotros tampoco- que nadie les diga nunca que no.
Cuando yo era niña, si llevabas un castigo a casa -el típico "copie cien veces no hablaré en clase con mis compañeras"-, lo más normal es que, además de cumplirlo, te acostaras con una colleja. Ahora, nos lamentamos en voz alta y delante de los niños de la injusticia, calificamos de abusivo al profesor y terminamos copiándoles a los niños la frasecita de marras mientras ellos se echan otra partidita a la play.
No sé si declarar autoridades a los profesores servirá para aliviar su situación, pero al menos es una llamada de atención que ha abierto un debate social sobre el tema. Esperanza Aguirre ha demostrado una vez más lo listísima que es: sin gastarse ni un euro, ha puesto sobre la mesa un asunto candente y ha adoptado una medida que los docentes apoyan sin tapujos.