Del alivio al ridículo

   A medida que van trascendiendo nuevos detalles sobre el desenlace del secuestro de la tripulación del atunero "Alakrana" el alivio cede paso ante la sensación de ridículo. Pagar un rescate es una decisión táctica -que tiene sus riesgos, pero es acertada-, a condición de que apareje la determinación de saltar sobre los piratas así que los rehenes estén a salvo. Ir a por ellos para recuperar el dinero y detenerlos o darles de baja en el sindicato de filibusteros. No se han hecho así las cosas o se han hecho de tal manera que el resultado es el que conocemos: los piratas han huido con los cuatro millones de dólares del rescate.

   Siendo penoso este hecho, se agrava si reparamos en que el presidente Zapatero presentó el desenlace del caso diciendo que el Gobierno había hecho lo que tenía que hacer, la vicepresidenta De la Vega no reconoce que fue un error traer a Madrid a los dos piratas detenidos al principio del secuestro y, por su parte, la ministra de Defensa, la señora Chacón, no admite que la actuación de la Armada ha sido, como poco, desconcertante. ¿Alguien puede creerse que con dos fragatas operando en la zona -dos fragatas que embarcan helicópteros de combate y tropas de elite entrenadas para el asalto- no podían haber caído sobre los piratas para recuperar el dinero como hizo en su día Francia en ocasión de un secuestro parecido?

   Sí, al final, todo lo que ha sabido hacer el Gobierno Zapatero es ceder al chantaje de los piratas y pagar el rescate. La opinión pública se preguntará por qué no decidió pagar el primer día del secuestro. A los pescadores secuestrados y a sus familiares les habría ahorrado 47 días de angustia. Al resto de los españoles, mes y medio de incertidumbre y una preocupación menos que añadir a las muchas con las que nos desazona la crisis, el paro, la precariedad del empleo o la odisea que supone conseguir un crédito de las cajas y bancos que recibieron un aval del Estado por valor de miles de millones de euros, pero hacen como que no lo recuerdan.