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¿Estamos locos o qué?

'Por un revolcón, yo cambio de opinión'

"Por un revolcón, yo cambio de opinión"

lunes 11 de enero de 2010, 10:00h

Pocas cosas en esta vida logran escandalizarme. Mucho menos las que se derivan de actos sexuales. Siempre y cuando los protagonistas sean mayores de edad y hagan libremente lo que desean, para mí es respetable aunque no lo comparta. Por eso no entiendo el revuelo que se está produciendo en Irlanda porque la mujer del primer ministro haya sido descubierta por haberle sido infiel a su marido. O al menos no entiendo que se escandalicen por el hecho en sí que tampoco es para tanto.

En realidad en esta historia creo que hay tres vectores: de un lado, que la señora es infiel, algo que, curiosamente nos sigue llamando más la atención que si se produce del lado contrario (no me queda claro si porque las mujeres “cuerneamos” menos o porque lo hacemos mejor y, por tanto, no nos descubren). En segundo lugar, en esta historia hay algo que la hace más suculenta y es la diferencia de edad. La buena mujer podría ser, ya no la madre del amante, sino su abuela, puesto que les separan 40 años. Nada que objetar. Al menos, no desde mi punto de vista. Es más, me parece hasta saludable que la buena mujer se pegue unos buenos revolcones con el muchacho que seguro que la trató como una reina y ella, sintiéndose como tal, a buen seguro que fue más simpática y generosa con los que la rodeaban en aquellos días.

Y hablando de generosidad, y este es el tercer punto y por el que sí me parece que la historia pasa de ser cómica a tener muy poca gracia. La pasta que la señora Robinson le sacó a dos empresarios para dársela a su amante y la licencia que le concedió a éste para montar su local de hostelería saltándose las normas básicas de ética política. Vaya, que prevaricó, a sabiendas de que el local sólo podía ser concedido si cumplía ciertas normas.

El caso es que los tres aspectos de esta truculenta historia están dando mucho de sí, especialmente porque (el destino es así de puñetero) la primera dama se apellida como la película de idéntico guión en la que una madura Anne Bancroft seduce a un jovenzuelo Dustin Hoffmann.

A mí de esta historia me parece bien que la buena señora decidiera en su momento ponerle la cornamenta a su marido con un niño. A ver, no es que me parezca bien, es que no lo valoro moralmente. Que cada uno haga de su capa un sayo y si alguien tiene que pedirle cuentas ése es su marido. Ahora bien, de la actitud de la seductora primera dama hay dos cosa que reprocho y mucho. De un lado, que haga uso de fondos y de sus estatus para favorecer a su amante y de otro, y esto ya me parece la guinda del pastel, que ella, tan defensora a ultranza de la familia y tan castigadora de los homosexuales a los que considera “repulsivos”, haya cometido el grave pecado de acostarse fuera del matrimonio y sin ánimo de procrear (intuyo).

Si trasladásemos el caso a España sería como si pillásemos a Ana Botella acostándose con un jovenzuelo al que además le pone un Starbucks en la puerta de Alcalá. ¿Se acuerdan de lo que opina la concejala sobre juntar las peras y las manzanas, verdad? Pues eso.

Si es que no hay nada como ser radical en esta vida para acabar cometiendo exactamente el mismo pecado contra el que arremetes. Tanto predicar y castigar contra los que no llevan una sexualidad dentro del matrimonio santo y para formar una familia como Dios manda y acaba la mujer revolcándose con el muchacho en un hotel y a hurtadillas.

No, si ya en la Biblia aparecían los fariseos como churros y se ve que su estela llega hoy a todas partes. Virgen Santa, qué desmadre!!!

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