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Entre la coña y Ocaña

Entre la coña y Ocaña

sábado 27 de febrero de 2010, 11:59h
Muy en su línea, Mariano Rajoy, el hombre en quien se centran no pocas esperanzas visto lo visto en esta perfecta tormenta política que nos está empapando, resumió varias horas de reunión con algunos asesores con cuatro palabras: “esto es de coña”. Se refería el presidente del Partido Popular y líder de la oposición, con esta tan informal declaración, a lo ocurrido a lo largo de esta semana que concluye: es decir, al proceso de diálogo abierto, al fin, por el Gobierno con las fuerzas políticas, en busca de un acuerdo sobre soluciones para la maltrecha economía del país. Un proceso que continuará esta semana próxima, pero ya, se supone, más ‘en serio’, con papeles sobre la mesa que no consistan en apenas un guión de tres folios con muchos espacios en blanco. O sea, ya no tan de coña, confiemos.

Pienso que no le falta razón a Rajoy en su diagnóstico, aunque puede que él mismo, con las controversias intestinas en su partido sobre si hay o no que pactar, tenga que incluirse en el mismo. Pero la breve descripción de la situación es bastante acertada: desde el ‘papelito’ enviado por el Gobierno a los otros partidos, como base de una negociación para un gran pacto, hasta las contradicciones internas en el Ejecutivo acerca de las soluciones que el propio Gobierno maneja como recetas frente a la crisis, pasando por una manifestación sindical de protesta que no lo era tanto, la semana ha sido, sí, de coña.

O lo sería, si no estuviéramos hablando de cosas tan serias como, por ejemplo, los millones de parados. O las previsiones negativas que nos regala, día sí día no, algún organismo internacional más o menos influyente. O los sueldos de los funcionarios, puestos en solfa por el secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, pronto desmentido por las dos vicepresidentas, que han mostrado bastante patentemente sus desacuerdos tácticos y estratégicos también en este episodio.

Así, el Gobierno, en cuyo seno se adivinan, o más bien se perciben, algunas discordias, quiere ahora llegar a la concordia con los demás partidos, en busca de soluciones compartidas para infundir confianza a los ciudadanos, a los que parece que nos va a tocar pasar por una temporada de sudor y lágrimas extra. Tengo la impresión de que, ante una negociación socio-política como no se veía desde los tiempos de los pactos de La Moncloa y, en general, desde que se abordaba la transición a la democracia, el Ejecutivo tiene su corazón partido, es una especie de doctor Jekyll y míster Hyde: hay quien de veras quiere rectificar, incluyendo el peliagudo tema de la subida del IVA, y quien, en el fondo, no quiere. O sea, lo mismo que ocurre en el PP.

Me parece que el propio presidente, acertadamente calificado como ‘el Maquiavelo de La Moncloa’ en una biografía desde luego no autorizada que circula mucho estos días, está plenamente inmerso en este dilema interno: primero da un giro de ciento ochenta grados hacia el pacto, pero luego lo frena, disfrutando de las querellas internas entre sus subordinados, que ven la espada de Damocles de una macrocrisis ministerial pendiendo sobre sus cabezas, y aplazando rectificaciones imprescindibles.  Y así andamos estos días trepidantes: entre el Ocaña machacado y la coña marinera. País…

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