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¡Cristo ha resucitado!

lunes 05 de abril de 2010, 06:41h

J. R. R. Tolkien, el célebre autor de El Señor de los Anillos hablaba de “la repentina aparición de la realidad subyacente o de la verdad, una breve visión, un lejano rayo o eco del evangelium en el mundo real”. Decía también que en la oscuridad de la vida, en medio de la frustración, “pongo delante de ustedes algo grande para amar en la tierra: el Santo Sacramento… Ahí encontrarán romance, gloria, honor, fidelidad y el verdadero camino de todos vuestros amores en la tierra, y más que todo esto: la Muerte; por la divina paradoja, la que termina con la vida, y demanda la entrega de todo, y sin embargo por el sabor (o el sabor anticipado) de que todo lo que buscan en vuestras relaciones terrenales (amor, confianza, alegría) será conservado, o tomará esa consistencia de realidad, de duración eterna, que cada corazón humano desea”.

¿Lo dijo Tolkien? ¿Me preguntarán ustedes con sorpresa? Y les contestaré: “Sí, correcto”.

Hace exactamente 75 años, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), el 9 de abril, fue colgado en el campo de concentración de Flossenburg, en Alemania. Sus últimas palabras dan toda la dimensión de la esperanza contra toda esperanza. Dietrich Bonhoeffer, pastor luterano y teólogo, miembro de la pequeña Iglesia “confesante”, esa minoría que afirmó con valor que un cristiano no podía ser nazi, dijo al subir al patíbulo: “Es el fin, pero, para mí, es el principio de la vida”. Toda su vida fue marcada por el abandono a la Providencia y tuvo siempre el valor de vivir su fe cristiana en medio de la adversidad, y conste que el nacional-socialismo de Hitler y Compañía era un rudo adversario.

Tenía apenas 23 años cuando empezó su lucha contra el nazismo que consideraba como la irrupción del Mal (y del Malo) en la historia, cuatro años antes de que Hitler llegará al poder; se opuso, hasta en el seno de su propia Iglesia, a las tesis raciales que distinguen entre buenos “arios” y “no arios” considerados como inferiores. El joven pastor y profesor convence a sus estudiantes que no puede haber compromiso con el nazismo: “El cristiano no puede aceptar que se le impongan el antisemitismo que vuelve obligatorio el odio de los judíos”. En 1935 acepta la dirección de un seminario ilegal, para formar jóvenes pastores en un espíritu verdaderamente cristiano, muy alejado del de los “Cristianos Alemanes” de una Iglesia pro-nazi. Rápidamente las autoridades cierran el seminario, y prohíben que Bonhoeffer siga en sus tareas docentes. No le queda más camino que la clandestinidad para vivir su fe y apoyar la resistencia al nazismo.

Cae preso en 1943 y el campo de concentración es su mundo hasta su ejecución, un mes antes de la capitulación sin condiciones de la Alemania nazi. Había participado de lejos a lo que iba a ser la conjura de julio de 1944 contra Hitler. Tuvo el tiempo de dejarnos estas palabras: “La libertad y la alegría verdaderas las da Dios, independientemente de las circunstancias exteriores”. Sus oraciones en cautiverio, que hablan tanto al creyente como al no creyente, siguen siendo de actualidad. En Resistencia y sumisión (libro publicado en Barcelona), se puede leer lo que escribió poco antes de morir:

“Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. Mateo 8,17 indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos. Sólo el Dios sufriente puede ayudarnos. Esto es lo opuesto de todo aquello que el hombre religioso espera de Dios. El hombre está llamado a sufrir con Dios el sufrimiento que el mundo sin Dios inflige a Dios”.

Casi en el mismo momento, y en circunstancias políticas muy comparables, el teólogo japonés Kazoh Kitamori escribía su libro Teología del dolor de Dios, un dolor que cura nuestros dolores, el dolor de un Dios sufriente, crucificado, Dios de los pobres, enfermos, presos, abandonados, el Dios de la devoción popular de la cruz, de las catorce estaciones del vía crucis…

Sí, pero también el Dios de la resurrección, después de la muerte, después del Viernes Santo de la cruz, viene un sábado muy largo, el Sábado de Gloria y luego el Domingo de Pascuas. Después del brutal enigma del Viernes, del grito de Jesús “¡Padre! ¿por qué me has abandonado?”, viene la resurrección, vida, luz, amor. Las características de ese domingo llevan el nombre de esperanza. “Es el fin, pero, para mi, es el principio de la vida”… Con eso todo está dicho.

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Profesor investigador del CIDE

Opinión extraída del periódico El Universal 05/03/2010

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