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A contracorriente. Malasaña, como su mismo nombre indica

A contracorriente. Malasaña, como su mismo nombre indica

viernes 04 de mayo de 2007, 20:51h
Hay que hilar muy fino con quienes tienen la potestad de la violencia. De hecho, el juicio en Roquetas a guardias civiles por la muerte de Juan Martínez Galdeano prueba que no se les pasa una. Por si no bastase, ahí está el vídeo que incrimina a unos mossos d’esquadra por maltratar a un detenido en Barcelona.
Bien. En cambio, partir la crisma a un policía le sale de rositas a su autor.

Resulta extraña, por consiguiente, la vara con la que se mide la justicia en este país. Mientras cualquier vándalo callejero abandona sin cargos la comisaría al rato de entrar en ella, el ex alcalde de Pego, Carlos Pascual, ingresa en prisión para cumplir seis años por delito ecológico. Calculen cuántos cómplices de terrorismo han recibido una condena de ese tipo y seguro que no les cuadran las cuentas.

Por eso, resulta lógico que los peor librados de la guerra de Malasaña sean los policías; en segundo lugar, los vecinos y, finalmente, casi sin consecuencias para ellos, skin heads, militantes antisistema, okupas y gamberros ocasionales que se ensañan con los funcionarios del orden y con el mobiliario urbano.

No nos sorprendamos, pues, de la paulatina degradación del centro antiguo de muchas ciudades. ¿Qué propietario invierte en restaurar inmuebles que serán ocupados por la brava? ¿Qué seguridad pública se ofrece cuando la propia policía no la tiene? ¿Qué servicios de limpieza, de asistencia social, de saneamiento,… se prestan cuando se impide sistemáticamente que realicen su labor?

La “forma de vida alternativa”, como define piadosamente la ministra María Antonia Trujillo a la de okupas, ácratas, pastilleros y otros angelitos a veces hasta pacíficos, no es exclusiva de Madrid. En Bilbao o San Sebastián adquiere la expresión autóctona de kale borroka; en Barcelona, la internacionalista de anti globalización, y en Valencia, ni se sabe: pero sus consecuencias son desalojos violentos en el barrio de Cabanyal o la agresión al alcalde de Albaida, Juan José Beneyto.   

Esa violencia es de cualquier tipo menos espontánea. La nueva tecnología amplía su posibilidad de comunicación y multiplica sus efectos. Cuando el macro botellón de hace año y medio en quince ciudades españolas, un SMS anunciaba: “Podemos juntar más borrachos que ellos”, refiriéndose al acto previo de Sevilla. Otro, anticipaba: “Vamos a pasárnoslo de puta madre”.

No sé si es demasiado tarde, pero hay que evitar que la cosa vaya a más. Esa fue la famosa tesis de “tolerancia cero” con la que el hoy candidato a la Casa Blanca Rudy Guiliani consiguió que descendiese la delincuencia en Nueva York: “La punición del delito menor evita el crimen mayor”.

Eso era en Nueva York, claro. Aquí, en cambio, las leyes están hechas para no cumplirse. Si no lo hacen los políticos enfangados con corrupciones inmobiliarias, créditos impagados y otras bagatelas, ¿por qué van a cumplirlas los vándalos de Malasaña? ¡Anda ya! 
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